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Se vuelve a un país que se entregó al fútbol y a las contradicciones. Cuando el Mundial todavía no se despertaba, tocaba seguir los debates sobre la legalización del aborto, la lucha en las calles, de madrugada.
Allá, pero de algún modo también acá, se aceleraba el acuerdo con el Fondo, se cambiaban ministros, se devaluaba, se endeudaba, se agrandaba a la mayor corporación de medios –y no sólo de medios– con la fusión Cablevisión-Telecom.
El día en que la Argentina jugaba con Nigeria su partido de taquicardia, volaban los telegramas de despido a los trabajadores de Télam.
Era imposible estar sólo en el Mundial. Era imposible no cruzarse con colegas argentinos y que no haya un comentario de lo que pasa allá. De lo que pasa acá. «Allá no hay Mundial», decían algunos acá.
En Tiempo creímos que podíamos contar Rusia sin dejar de contar la Argentina. Así lo hicimos. En la web, en el papel, incluso en las transmisiones en vivo. Y lo seguiremos haciendo ahora que ya no está la Selección. Ahora nos queda Rusia, sus ciudades, su Mundial, su fútbol.
Hubo quienes creyeron que un eventual triunfo de la Selección ayudaría a invisibilizar el ajuste, sería un canal de escape para la bronca. Ya es tarde, es contrafáctico, no habrá triunfo argentino en Rusia.
Pero el fútbol es parte de la alegría popular, también de sus tristezas. La vida sigue. Con Mundial o sin Mundial. Pero tampoco estaba mal una alegría. Que gane Argentina y que haya trabajo, dijo hace días Luna, una nena, entrevistada en la televisión. Para lo primero habrá que esperar. Para lo segundo, como lo hacen los trabajadores de Télam, habrá que luchar. «