Era un pedido de los futboleros. Más que Brasil o Uruguay, la final debía ser con Chile. Aun con la sangre en el ojo por la derrota del año pasado, los aficionados de este lado de la Cordillera sanmartineana andaban reclamando una revancha. Aquella definición por penales de hace un año en el emblemático estadio Nacional de Santiago no enmascaró el fastidio generalizado de los hinchas, por lo que el partido de esta tarde-noche en New Jersey, viene de perillas.
Lo será ciertamente para reafirmar que el Chile argentinizado de Marcelo Bielsa y Jorge Sampaoli, ahora de la mano de Juan Antonio Pizzi, es una historia consolidada y que puede vencer también en el terreno neutral. O para ofrecer las disculpas del caso ante las estadísticas que fueron desairadas en Santiago.
El favoritismo argentino es indisimulable para esta ocasión inclusive para los amantes de las cábalas, para esos escépticos que dicen que los partidos hay que jugarlos. Esa fingida argumentación de todos aquellos que se tiran a menos. Sin embargo, algo que se ganó la Roja chilena de estos años es el indisimulado respeto de los grandes tradicionales del fútbol del continente americano y a ese aspecto no escapan los argentinos.
Ahora, en los Estados Unidos, al cabo de dos partidos, con nueve goles a favor y ninguno en contra, se diluye la manifiesta superioridad albiceleste del primer choque en este particular campeonato continental del Centenario, en el que los blanquicelestes vencieron por mucho más que el 2-0 que indicó el resultado final. Los equipos pueden crecer dentro de un torneo, partido a partido, metro a metro. Y este Chile de hoy por hoy seguramente es más que aquel que se exhibió en el debut. México y Colombia fueron estaciones provechosas y no podrá decirse que se trate de rivales débiles. Son esos dos planteles de la categoría principal, no obstante lo cual fueron superados por un equipo muy mentalizado que, como siempre, juega bien. Eso es el Chile de estas horas. Aquel jueguito de buenos pases, estéticamente reconocido, pero sin la cabeza que ahora tiene.
La Argentina llega al partido como nunca antes lo hizo en otra final, al menos en el último tiempo. Tuvo dos encuentros decisivos en dos años, contra Alemania en el Mundial Brasil 2014, y aquel contra Chile, en la última Copa América. El equipo del Tata arriba al partido de hoy a las 21 (hora de la Argentina) en el MetLife Stadium, de East Rutherford, New Jersey, con varios jugadores en un gran nivel, pero sobre todo, y no es poca cosa, con Lionel Messi más fuerte que nunca en su mentalidad. Un hecho vale para avalar esa definición: hasta la protesta manifestada por las redes, respecto a la demora de un vuelo (que el mejor futbolista del planeta adjudicó a la impericia de la AFA), fue satisfactoria. Porque incluso frente a hombres de personalidad comprobada como el Gran Jefe Mascherano, del tremendo goleador que es el Pipa Higuaín, de la confiable dupla defensiva que armaron el muy firme Otamendi y el sorprendente Funes Mori, y Chiquito Romero consolidado en la seguridad gigantesca que otorga desde el arco, es Messi y ningún otro quien tiene que manifestar la voz más potente en nombre de todos sus compañeros. Ese liderazgo de la Pulga, quien ha crecido en todos aspectos, hace bien y contagia. Y es parte de lo aprendido justamente en esta Selección que, hasta ahora, le sigue siendo esquiva en satisfacciones, expresadas en títulos o en copas.
Este cronista piensa, de todos modos, que esta noche sí tendrá muy buenos motivos para festejar. El augurio es que ganará el equipo del Tata Martino, otro de los muy queribles personajes que se merece la posibilidad de trabajar afuera de la burbuja de recelo en la que lo coloca una parte del periodismo argentino.
Debería triunfar la Argentina por la sencilla razón de que tiene más jugadores de nivel internacional dentro de un colectivismo que no va en zaga del que Chile puede desplegar.
Pero lo más factible es que la semana empiece bien para un país al que le vendría bien una sonrisa en medio de las pálidas de un tiempo de semejante violencia institucional como la que padecemos. Messi, como depositario de la mayor esperanza de victoria dentro de la cancha estadounidense, y Martino, quien tiene la excelsa responsabilidad de organizar la vida en torno al crack, tienen la palabra.