Alejandro Wall
@alejwall
Una semana atrás, Lionel Messi salía del Camp Nou cuando lanzó sus botines a la tribuna. Barcelona había goleado 4 a 0 al Deportivo La Coruña. Pero Messi, otra escala del fútbol, había pegado tres pelotas en los palos antes de que, además, le atajar un penal. Las maldiciones también pueden ser premonitorias. Ayer, cuando ya se cumplía tiempo de descuento para completar un partido de novela, otra vez devorándose al Real Madrid en el Santiago Bernabeu, Messi se tiró al piso para rescatar una pelota que se iba al lateral, armó juego con Busquets y fue a buscar el pase con la marca de Marcelo. En su desborde, justo en el instante en que deja atrás al brasileño, casi ridiculizándolo, abandonándolo en el piso, Messi perdió su botín derecho. Apoyado sobre su media, tocó la pelota con la izquierda. Aleix Vidal hizo el tercer gol, el que cerró la victoria. Pero era anecdótico, lo que quedaba era la jugada Abebe Bikila, el atleta que ganó descalzo el maratón de Roma 1960. Lo que hizo Messi, un centro del antimarketing en vivo para la televisión china.
Cuando parece que Messi ya no tiene lugar más lugar para la épica, aparecen partidos como el de ayer en el Santiago Bernabeu, el tres a cero del Barcelona sobre el Real Madrid. Un clásico que, como lo definió el periodista José Samano, tenía poco de clásico. Un horario para la clientela china, a las nueve de la mañana de la Argentina, pasado el mediodía español, y también una diferencia abismal en la tabla de posiciones. Como no había ocurrido en los últimas tres décadas, Real Madrid llegó al partido once puntos abajo del Barcelona, que estiró su diferencia a catorce dejando al equipo de Zinedine Zidane en la frontera de la Liga y recién a mitad de temporada. Ese clásico extraño y matinal que empezó con algo de sueño, despertándose de a poco con un par de jugadas limpias para cada lado. Y que tomó temperatura corporal en la segunda parte, con el gol de Luis Suárez, en una construcción colectiva iniciada por Busquets, que hizo que el Barcelona se pareciera al Barcelona.
Pero la excepción es Messi. Y los jugadores excepcionales tienen gestos excepcionales. Messi dedicó su partido al pase más que a la ejecución. Y compañeros como Paulinho entienden esa complicidad. No la alimentan dejándolo solo para la salvación, sino que se muestran dispuestos a recibir la ofrenda, a poner otro ladrillo en la pared, a completar la obra. Parece tan fácil y no lo es. El segundo gol, que Messi hizo de penal, tiene una escena previa antes de que el árbitro cobrara la falta: en una jugada embrollada, Messi toca la pelota con sutileza, con un desgano que no es tal, que sólo es un engaño para el resto. Y ahí se arma todo, Suárez le da al palo, Paulinho cabecea y Dani Carvajal pone las manos. La pelota entra, pero el árbitro elige cobrar el penal y expulsar al jugador del Real Madrid.
Que Messi haya terminado el año con 54 goles muestra su dimensión. Tiene uno más que Robert Lewandowski y, sobre todo, uno más que Cristiano, su anticristo, desdibujado en el clásico de ayer, hasta ridiculizado como meme en una de las primeras jugadas del partido, cuando le erró a un centro y se enredó con sus pies. A Messi sólo podría alcanzarlo Harry Kane, que tiene 53 goles pero todavía le queda por jugar un partido de la Premier League con su equipo, el Tottenham. Pero siempre hay una marca más para derribar, siempre queda algo escondido en los archivos de los historiadores. Ayer, por ejemplo, Messi también terminó con el récord de Gerard Müller, que era el que más goles había hecho con una misma camiseta en una liga europea. El alemán lo hizo con el Bayern Munich. Ahora ese lugar le pertenece a Messi.
Messi encarna lo imposible. Por eso, es cierto que lo que queda del tercer gol es la ausencia del botín, una metáfora del talento de Messi, el detalle que hace que todo lo que lo rodea sea una desmesura. Y que conserve la paradoja de que no necesite lo que vende. Messi es un chico vidriera. Para la marca que lo patrocina puede ser un buen momento para ofrecer buenas ofertas por su medias. Pero lo que también ofrece esa jugada, aunque más abajo, desde otra perspectiva, es el sacrificio. Ese momento en el que Messi decide que el clásico no se terminó, que todavía hay más por hacer. Aunque toda la trayectoria de Messi se basa en su talento de crack, su espectacularidad, ese esfuerzo también muestra algo de su secreto, una idea fuerza que lo acompaña en su carrera, en la que siempre hay algo más por lo que jugar.