La primera vez que Lionel Messi se subió a un avión sintió nauseas. El vuelo fue movido, atravesó zonas de turbulencias, Messi no pudo dormir. Tenía 13 años y viajaba junto al padre hacia lo que sería su paraíso futbolístico. El 18 de septiembre se cumplirán 20 años del día en que puso por primera vez un pie en Barcelona, la ciudad que lo modificaría para siempre pero a la que también él modificaría, una operación de mímesis que hasta lo convirtió en atracción turística. Visita a la Sagrada Familia, todo el circuito Gaudí, caminata por la rambla, el barrio gótico, jamón en La Boquería y partido en el Camp Nou para ver a Messi. La belleza se armonizaba entre la calle –su arquitectura– y la cancha –el juego–. Barcelona era todo eso, era el fútbol y era Messi, que desde ahora quedará reducido al museo del club, un recuerdo, el pasado.

Las turbulencias en la vida de Messi parecen sólo asuntos excepcionales. El anuncio de su salida del Barcelona es el segundo sacudón en dos décadas. El primero fue aquel viaje o lo que vendría meses después, cuando se instaló con su familia en un piso de la Gran Vía Carles III. Era febrero de 2001. Quienes piensen que el tránsito resultó fácil deberían leer las 550 páginas del libro de Guillem Balagué, Messi, la biografía, avalada por la familia de la estrella. Los choques de cultura, el catalán como idioma oficial en la escolaridad, la mirada ajena cuando ser Messi en Barcelona era sólo extranjeridad, la falta de adaptación de su hermana menor y la pregunta de su padre acerca de si quería volverse o quedarse, que decidiera. Se quiso quedar. Y siguió dándose él mismo las inyecciones de hormonas para crecer, en una pierna y en la otra, mientras una parte de la familia, su madre Celia y sus hermanos, volvió a Rosario. Messi se quedó para ser Messi. Hablemos de tener, como se dice, personalidad.

Barcelona y Messi construyeron una identidad. La ciudad y su jugador fueron indivisibles en los últimos diez años, algo más. El equipo de Pep Guardiola se convirtió en su patrimonio. A esa ciudad le correspondió un equipo. «Y es que el equipo era más de la ciudad de lo que nunca había sido antes», dice el escritor Juan Villoro, mexicano hincha del Barcelona. Messi, que había sufrido el catalán en la escuela, era capaz de defenderlo públicamente aunque nunca hubiera perdido la letanía rosarina, la ausencia de eses, un sello distintivo que buscan precisar los imitadores de audios falsos de WhatsApp. El equipo, como dijo Manuel Vázquez Montalbán, era el brazo desarmado del catalanismo.

La decisión de dejar la ciudad, de buscar otro fútbol, otro horizonte, no debe estar por estas horas exenta de angustias y dolor para Messi. Es un sacudón autoinfligido, la necesidad de darse otra aventura en una vida que no tuvo sobresaltos, aun cuando haya tenido sus conflictos con el club, los que lo empujaron en dos ocasiones a querer irse. Esta es la tercera, la definitiva. Pero Messi no alimentó las páginas amarillas. Messi no entregó escándalos, no regaló titulares, metido en la burbuja de Castelldefels con su familia, con la carnicería La Pampa, sobre Carrer Saragossa, o Caminito, en Carrer de l’Església, las tiendas que garantizaban la argentinidad del crepitar de las brasas. La existencia de Messi en la ciudad siempre pareció algo inamovible. Dejar Barcelona es mucho más que dejar un equipo, que abandonar la idea de ser un one club man, es terminar con una rutina de dos décadas, un statu quo que nos imaginábamos irrompible. Veíamos al Barcelona, veíamos a Messi.

«Un problema del fútbol mundial es que los jugadores ya no pueden asociarse con un proyecto o una ciudad. Aunque Messi es rosarino hasta la médula siempre había jugado en el Barça, caso único en un fútbol de trotamundos», dice Villoro. Lo irrepetible de esos años es que se trató, agrega, del triunfo de la pedagogía catalana, de esa formación de cuadros que fue La Masía.

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(Foto: Pablo Barruti)

La ruptura de Messi con Barcelona, que Villoro comparó con un sismo similar a la separación de los Beatles, se observa incluso en la producción periodística que lo tiene como protagonista. La primicia mundial de su renuncia al club se la adjudica un canal argentino. Fue una bomba que llegó como mensaje a los celulares de los periodistas más confiables de la familia. Todos la recibieron a la vez, sin tiempo, o sin ganas, de argentinizar el término burofax, una palabra que utilizaban –que leían– como si fuera familiar. Era una carta documento. Fox Sports y TyC Sports, las competencias del mediodía deportivo, se apuraron en lanzar el latigazo. Primereó por unos segundos TyC Sports, donde la información la tuvo el periodista Gastón Recondo. Primero se subió a la web y desde ahí se leyó en la pantalla, en vivo, en el programa Superfútbol. Ese golpe lo necesitaba como agua una de las señales más golpeadas por la pandemia, sin competiciones en vivo, sin los Juegos Olímpicos, cuyos derechos le pertenecen, lo que iba a ser el hito de este año.

Los medios catalanes se enteraron sobre Messi por los medios argentinos, al revés de la lógica que imperó en estos años. Todo lo que sucedía en Barcelona se informaba en Buenos Aires. Eso también fue la consecuencia de un quiebre entre la ciudad y su símbolo. Barcelona, un hogar plácido, había dejado de ser confiable, como si todo volviera al principio, como si Messi volviera a sentirse un sudaca. Y no por lo que diga la calle, los hinchas, sino por una dirigencia que buscó horadarlo cada vez que pudo, sea despidiendo a un técnico, sea trolleándolo en redes sociales. “Messi es el 10% del presupuesto del Barcelona, es su atractivo, su reclamo máximo. El año que viene se terminan los contratos con Rakuten y Beko, los máximos patrocinadores, japonés y turco. Sin Messi, la negociación será otra”, dice Ramiro Martín, autor de Messi, un genio en la escuela del fútbol.

¿Será Manchester ahora? Como dice Jordi Puntí, escritor catalán, el City se parece a un exilio catalán. Está Guardiola, está Txiki Begiristain, está Ferran Soriano, toda la catalanidad solventada por los dineros de Abu Dhabi, los del gas y el petróleo, pero también es la tradición obrera de la ciudad y del club, la resistencia al thatcherismo, la música de Oasis. Puntí escribió en su libro Todo Messi que Messi conserva en su memoria los movimientos de aquel Barcelona fundamental. Que Messi seguirá jugando en ausencia, desde el recuerdo. Queda eso, mientras Messi, a donde quiera que vaya, llevará en su codo tatuado una vidriera de la Sagrada Familia.