Desde que César Luis Menotti llegó a la conducción de la Selección Argentina, a fines de 1974, se disputaron 12 Mundiales. Argentina llegó a la final en cinco, llegó a cuartos en nueve (si contamos la segunda fase de grupos del 82 como equivalente) y se consagró campeón tres veces. Sí, tres veces campeón. Son más títulos que cualquier otra selección, en ese lapso. Son más finales que cualquier otra selección (solo igualadas por Alemania).
Pero no todo fue tan fácil: luego de la construcción hubo una destrucción total y la necesidad de una reconstrucción, de la mano de Lionel Scaloni. Los hilos conductores en una línea de tiempo accidentada y gloriosa.
Menotti, el constructor de la Selección
Dibujar la línea en la arena en la llegada de Menotti no es un capricho. El Flaco llegó y puso sus reglas: contrato por cuatro años y, sobre todo, la Selección como prioridad obligatoria para los clubes. Ningún torneo de ningún club está por encima de la Selección. Ninguna necesidad de ningún entrenador de clubes está por encima de las necesidades del entrenador de la Selección. Marcó el rumbo.
El Flaco construyó en código federal. Jugadores de clubes del Interior que no solían tener participación en la Selección. Nombres desconocidos por las masas como Galván, Valencia, Gallego, Passarella. Nombres que se complementaron con estrellas como Mario Kempes y obtuvieron la primera Copa, en 1978.
Hubo también un fuerte anclaje en juveniles, hasta el momento descuidados, que retribuyeron con el primer título de la especialidad, en el inolvidable Japón 79. Ese fue el primero de seis títulos. Ninguna otra selección Sub-20 ganó tantos. Imposible no mencionar el trabajo de José Pekerman en ese rubro.
Ese rumbo se respetó a rajatabla hasta la muerte de Julio Grondona. En el medio, la gloria eterna de México 86, de la mano del doctor Carlos Salvador Bilardo y Diego Armando Maradona. Un par de títulos más con la conducción de Alfio “Coco” Basile. Bilardo y Basile, al igual que Bielsa, Pekerman y Maradona después, llegaron con la casa más o menos ordenada y pudieron desarrollar sus ideas en un molde sólido, con mejor o peor suerte, con mayor o menor atino, en transiciones bastante ordenadas.
Bilardo y Maradona no encabezaron una construcción, sino una revolución, contra viento y marea. Pero ese periplo quizás sea motivo de otro artículo (o de varios libros y películas y hasta series como ya se han hecho), con otro eje.
Passarella, el primer reconstructor
Para ser justos, entre Menotti y Scaloni hubo otro entrenador que tuvo que reconstruir de cero, aunque no en términos de estructura, que seguía ordenada, lo cual constituye una diferencia importante. Daniel Passarella llegó a la Selección en “El día después de Maradona”: un mundo postapocalíptico en el que solo quedaban de pie un par de soldados como Simeone, Batistuta y alguno más. Passarella reconstruyó el plano futbolístico de cero, con foco en los pibes. Recordó cuando Menotti recurrió a él con apenas 23 años y al poco tiempo le dio la cinta de capitán, que ostentaría luego por casi una década.
Passarella se rodeó de jugadores jóvenes que fueron brutalmente cuestionados por un periodismo exacerbado. Ayala, Ortega, Zanetti, Verón, Crespo, López, Almeyda, Gallardo y hasta un Riquelme muy joven debutaron con el Kaiser. Fueron muy criticados. Fueron baluartes de la Selección por una década o más.
Scaloni, el reconstructor menos pensado
La muerte de Grodona dejó una AFA acéfala, una crisis institucional, una comisión normalizadora, un inexplicable 38-38 y una danza de entrenadores que nadie sabía bien por qué llegaban ni por qué se iban. Hasta que volvió Menotti.
Con un cuestionado Claudio Tapia al frente de la AFA, Menotti tomó rol de director general de selecciones, en febrero de 2019. Un tal Lionel Scaloni era el DT interino que había elegido “Chiqui” Tapia para pasar el gélido invierno que había dejado el Mundial de Rusia. Ningún DT consagrado quería congelarse. Estaba todo tan roto como en 1974 y el plano futbolístico tenía la misma cara que en 1994. Había que reconstruirlo, otra vez.
A diferencia de Menotti y Passarella, el tercer constructor llegó sin espalda propia. Menotti le dio esa espalda a Scaloni, a través de confianza y de tiempo de trabajo. Lo defendió de un periodismo caníbal que pedía su cabeza inexperta. Lo defendió a través de sus escuderos: Pablo Aimar, Roberto Ayala y Walter Samuel. “Estoy rodeado de gente que tiene 3 mundiales, 200 partidos internacionales, figuras en el mundo del fútbol, queridos por la gente, que tuvieron a los mejores entrenadores. Soy muy feliz”, dijo el Flaco en 2019.
Para ser justos, el periodismo especializado pidió la sangre de todos los entrenadores que tuvo la Selección en los últimos 50 años.
Nombres que se repiten y se cruzan en las tres reconstrucciones como nexos casuales y no tan casuales: Menotti y Passarella, Passarella y Ayala, Menotti y Scaloni, Scaloni y Ayala. Alguien pasa la posta, alguien la toma. La sabiduría transmitida de generación en generación. La apuesta por la juventud y las ansias, con la contención de algunos sabios veteranos.
La Scaloneta, Messi y los títulos
Scaloni utilizó esa confianza como piedra angular de su construcción transformadora. Comenzaron a llegar a la Selección jugadores que no ostentaban frondosos currículums. Apellidos como Paredes, De Paul, Romero, Correa, González, Fernández, Gómez, Molina, Ocampo comenzaron a plagar las listas de convocados. “¿Y estos quiénes son?”, nos preguntamos muchos. Quizás, pudo trabajar con cierta tranquilidad también porque el público se había desilusionado tanto en Rusia que a la Selección se la miraba de reojo como algo que cada vez importa menos.
Paredes de 5. La primera bandera de la Scaloneta. De Paul como pulmón y Lo Celso como cerebro. La Scaloneta se armó desde el mediocampo. Solidificó la defensa con Otamendi como viejo guerrero de referencia y fue buscando con paciencia al resto. Completó la zaga con Cuti Romero y Licha Martínez. Se armó de cuatro laterales complementarios que terminaron por ser figuras.
Scaloni sabía que arriba la cosa era más fácil. Si algo quedaba de inercia elitista eran los delanteros: Kun Agüero, Di María, Lautaro Martínez, Dybala y, por supuesto, Lionel Andrés Messi. El tótem del equipo. Scaloni no se tentó con tirar la responsabilidad a Messi y arrancar desde ahí. Todo lo contrario; le dio al diez tiempo y espacio para lamer las heridas. Le sacó el peso de ser el salvador permanente.
En el vestuario, la Scaloneta sí se construyó a partir del ídolo mesiánico y alrededor de su estampita. Los pibes que llegaron dejaron de adorarlo a través de una tele y pasaron a compartir con él; a amarlo de cerca. “Quiero ganar la Copa América más por él que por mí”, sintetizó Dibu Martínez, otro estandarte de la Scaloneta que se ganó el puesto y se convirtió en una especia de “jugador del pueblo”.
De la mano de la Scaloneta volvió la gloria: Copa América en Brasil, en plena pandemia, después de 28 años de sequía; Finalissima en Wembley, contra Italia, campeón de Europa, y la más esperada, la que se hizo desear por 36 años -exactamente toda la vida de quien escribe-, la más importante de todas: la Copa del Mundo, en Qatar 2022.
Dependerá del ahora empoderado Tapia tener la sabiduría para consolidar el reconstruido orden. Queda la expectativa de saber si será con Scaloni a la cabeza. Queda la esperanza de que sea con Messi en la cancha.