Si la Conmebol analiza sancionar a Lionel Messi por lanzar sospechas de corrupción sobre la última Copa América, también podría abrir un expediente a uno de los protagonistas del torneo; una figura que, sin embargo, no era jugador ni entrenador. Puestos a hacer cumplir con celo los reglamentos, tuvieron en Jair Messias Bolsonaro a un hombre que los violó en pleno campo de juego, mostrándose con la copa y el equipo casi como el artífice del título, dando una vuelta olímpica en el partido entre la Argentina y Brasil, gritando los goles en primer plano, abucheado y ovacionado en distintas partes del estadio. Hacía tiempo no se veía a un presidente de un país organizador de un torneo hacer uso tan abiertamente del fútbol para imponer una imagen que cae en popularidad. Vladimir Putin, a contramano de lo que se prejuzgaba, miró de costado su Rusia 2018.
Brasil tuvo el Mundial en 2014 y los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, dos sedes que fueron conquistadas durante el mandato de Lula Da Silva. Y que se jugaron bajo el gobierno de Dilma Rousseff, abucheada por la elite de Brasil que tenía acceso a los estadios padrão FIFA. En esos días mundialistas, Dilma se corrió del primer plano. Y fue reelegida meses después. Durante Río 2016, en cambio, estuvo suspendida, con Michel Temer a cargo de la presidencia. Mientras eso sucedía, el Senado avanzaba en el golpe institucional que la sacaría definitivamente del gobierno, un proceso que post Temer abrió el camino para Bolsonaro, con la actuación del exjuez Sergio Moro, ahora expuesto por las filtraciones de la prensa, y la prisión arbitraria de Lula.
Días atrás, el periodista argentino Bruno Bimbi, corresponsal en Brasil, compartió en Twitter fotos de Bolsonaro con distintas camisetas: con la de Flamengo, la de Vasco da Gama, la del Fluminense, todos equipos de Río. Hay que agradar al público. Pero Bolsonaro es de Atlético Paranaense, que hizo campaña por él. El año pasado, el equipo salió con una remera en apoyo al entonces candidato ultraderechista. Y por eso tuvo que pagar una multa de 70 mil reales. Violaron las reglas de la Confederación Brasileña de Fútbol al realizar un acto político. Acaso más sutil, lo mismo podría caberle a Bolsonaro respecto a los reglamentos de la Conmebol y la FIFA, algo que se debatió en Brasil los días posteriores a la final que el equipo le ganó a Perú.
Como también se debatieron los gestos de Tite, el entrenador, y de Marquinhos, que rechazaron los saludos efusivos de Bolsonaro. En la conferencia de prensa post partido, un empleado de Conmebol intentó frenar una pregunta a Tite sobre Bolsonaro. Tite la permitió. Le consultaban qué sentía al verlo con el equipo, un presidente racista, militarista, homofóbico, fascista. “Mi educación y mi enfoque se expresan en mi conducta y mi ética en el campo de juego”, respondió. No hacía falta mucho más. Tite es amigo de Lula. Los dos son de Corinthians.
Pero si a Bolsonaro se lo caracteriza también como un populista de derecha, su discurso creció contra el supuesto populismo del PT. O los populismos de la región, como lo planteó en su injerencia en la política argentina, cuando llamó a votar por la reelección de Mauricio Macri, quien en la campaña de 2015 había prometido en diversas entrevistas que mantendría el programa Fútbol para Todos pero sin política. Ya no hay Fútbol para Todos, el negocio fue transferido a las empresas privadas que impusieron el pack. Lo que hay es política. A la salida de los equipos, un locutor de la TV Pública interrumpió al relator Sebastián Vignolo para contar que esta vez el Gobierno había gastado menos dinero en conseguir los derechos para televisar el torneo. “Ahorro en los derechos de la Copa América”, era el título de un flash informativo que no tenía nada de urgente. Una obra del funcionario macrista Hernán Lombardi, titular del Sistema Federal de Medios Públicos, tal como denunciaron los trabajadores del canal. Más acción electoral con el fútbol televisado no se consigue. O sí, durante la transmisión de la final, el domingo pasado, un spot de campaña de la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, irrumpió en el entretiempo. Nadie lo esperaba porque violaba la veda electoral: los spots provinciales recién tenían que comenzar a circular desde el último viernes. Tampoco nadie se hace cargo.
A Messi, en cambio, lo quieren castigar por sus opiniones después del partido con Chile. La que no le pueden reprochar es la que dijo después del partido con Brasil: “Cobraron manos boludas, foules boludes y hoy no fueron al VAR”. Ese día, se llegó a sospechar que el equipo de seguridad de Bolsonaro interfirió en la comunicación entre el árbitro y la oficina del VAR. La AFA pidió explicaciones a la Conmebol por carta. Tanto el organismo como la empresa que provee la tecnología de la asistencia arbitral negaron que eso haya sucedido. Pero hasta en eso estuvo metido Bolsonaro.