Martín Demichelis se eleva, golpea la pelota con la cabeza y abre el marcador. Bayern Múnich le gana 4-2 a Friburgo por la Bundesliga, 29 de octubre de 2010. Louis Van Gaal, el entrenador holandés, le estira la mano. Demichelis, que juega su primer partido como titular en la temporada, pasa de largo. Diferencias de vestuario, no descortesía. Es el final en el club después de ocho años. “Los dirigentes no querían que me fuera, pero la sociedad alemana te marca: acá cuando el semáforo es rojo, es rojo, ni amarillo ni verde. Y nosotros, los argentinos, solemos cruzarlo aún en rojo”, dice ahora Demichelis, 40 años, entrenador de la Sub 19 del Bayern Múnich, subcampeón en el Mundial de Brasil 2014 con la Selección Argentina. Desde Múnich -afuera de su casa, un grado bajo cero-, con Alemania “cerrada”, Demichelis habla de la formación de juveniles, del modelo alemán, de la “nueva” Selección, de Maradona y Sabella, del “mundo irreal” de los futbolistas, y de mucho más.
-¿Cómo se trabaja con chicos no tan chicos en la élite del fútbol?
-El Sub 19 del Bayern juega la Bundesliga, la Copa de Alemania y la Youth League, que es la Champions juvenil. La logística y la planificación es de un equipo profesional. Ellos nos vienen ganando desde el Mundial 90 en los Mundiales y eligen a un argentino para la formación de alemanes. Bayern es mi casa. Voy con honor y orgullo todos los días a la ciudad deportiva. Con solo ponerte la ropa de entrenamiento de la institución sabés que el Bayern pierde muy pocos partidos en el año y que cuando pierde, duele. Pero soy un entrenador cuyo objetivo es pura y exclusivamente la formación. Los principios y lo humano están muy por encima de cualquier sistema y de los resultados. Poder trabajar sin depender de los resultados, va mucho más allá. Si acompañan, siempre es beneficioso para el estado de ánimo. Aunque, muchas veces, trabajar con dolor y bronca, con inquietudes y algún tipo de duda buena para mejorar, aporta muchísimo más al crecimiento.
-Pablo Aimar, DT de la Sub 17 de Argentina, dijo que los juveniles hoy no suelen ver partidos, sino los goles o el resumen. ¿Hay otros rasgos en común?
-La tecnología al servicio del deporte hace que se acorten muchísimo los tiempos. Antes, para hacer un análisis, tenías que ver todo el partido. Hoy el entrenador, con el área de scouting, minimiza esos 93 minutos en identificaciones puntuales propias y del rival para mostrarles a los jugadores. Después, los chicos son hoy mucho más impacientes por todos los entornos: las marcas deportivas, los representantes, los padres. Entonces las charlas se tienen que minimizar. Hay que adaptarse a ese cambio generacional. Los chicos nacen con un celular, el Instagram y con el verse constantemente. Pero después, adentro del campo, ese feedback, esa relación de lenguaje corporal, es la que más me atrae. Ahí podemos investigar y extraer un enorme potencial del futbolista. En el fútbol, la mejor táctica puede perder contra la peor táctica. Entonces, me gusta escarbar en lo humano. Ahí saco mi fuerte con los chicos.
-¿Cómo funciona ese “modelo alemán” y por qué Oliver Bierhoff, director de selecciones, dijo tras la eliminación histórica en Rusia 2018 que el entrenamiento “se había formalizado demasiado” y que debían incorporar “el fútbol callejero, la creatividad y el disfrute”?
-Los chicos ocupan hoy muchísimo tiempo en los colegios. La educación les demanda muchísimas horas. Tenemos la ciudad deportiva en las afueras de Múnich. Un chico cuando termina el colegio tarda 40 minutos en llegar al entrenamiento, y se cambia, se venda y sale al campo, entra en calor, sobre todo cuando hay baja temperatura, después termina, y corre a las duchas porque lo espera la combi para volver a dejarlo en su parada. Llega a la casa, cena temprano, y le queda poco tiempo para acomodar lo escolar. Más que el potrero, nosotros teníamos más tiempo libre, no sólo para estar más tiempo con la pelota, sino para practicar otros deportes. Hasta los 14 practiqué tenis, atletismo, básquet. Hoy es colegio y fútbol. Les falta esa hora extra, ese tiempo de ocio para poder incorporar calle y potrero, esas horas en las que el jugador aprende con la pelota pero sin el estrés que inculca la competencia de ser constantemente el mejor.
-La situación que vive Argentina hace que los clubes tengan problemas financieros y la necesidad constante de forzar ventas en ciertos casos, y quizá no se llega a la formación exacta de un jugador. Subí al plantel profesional de River con 20 años, y estoy seguro de que si me hubiese tocado subir con 17, 18, quizá ni me hubiese quedado en Primera, porque no tenía la madurez que adquirí a los 20 en mi posición de marcador o volante central. Cuando llegué a la Primera de River había dos jugadores de jerarquía por posición. Cuando llegué a la Selección con 25 años, había salido dos veces campeón con River y llevaba dos años seguidos campeón de liga con el Bayern, y me costaba incluso entrar porque había una generación de inamovibles, como Ayala y Samuel. Hoy un futbolista argentino que juega diez partidos bien ya enseguida es titular y vale 25 millones. Pero vienen a Europa y no son titulares. Hay una inmediatez de ventas de jugadores que no alcanzan su madurez. Y se invierte poco y nada en la formación, donde deberían entrenar los mejores entrenadores. En Argentina, un entrenador en la etapa formativa depende de si el fin de semana gana o pierde, y eso no va de la mano con la formación. Si tengo que quitar a mis dos mejores jugadores el día antes del partido por un problema de indisciplina, lo hago. Y si no lo hago, los jefes me tiran de la oreja. En Argentina, el entrenador tiene que ganar bien para quedarse cinco, diez años, en la misma categoría o en las inferiores, porque se requiere conocimiento y experiencia. No se puede experimentar. El problema financiero y sociocultural en Argentina hace que no se trabaje de la mejor manera. Después, los argentinos no debemos envidiar a Europa. Si no hubiese pasión y capacidad no habría tantos entrenadores argentinos en la élite.
-¿Y qué le enseña un argentino a un alemán?
-Los argentinos tenemos empatía, el abrazo y la cercanía. A los alemanes les cuesta esa interpretación de sentimientos. Son muy críticos en el sentido de que buscan la excelencia, sobre todo en la formación. Ahí les puedo sacar ventaja a los alemanes. Puedo ser más cercano al jugador. Soy de caminar abrazado ya sea para un elogio o una exigencia, porque los cuatros ojos quedan a una separación de centímetros. Ahí aplico lo aprendido en el día a día de nuestro querido fútbol y país.
-¿Qué lugar ocupa la inteligencia en el fútbol, ese “pensar rápido”?
-El fútbol evoluciona mediante reglas y tecnologías. Hoy vemos la cantidad de intensidad, de kilómetros, saltos, sprints y frenos que hace un jugador. Se trabaja en forma certera con esos números para evitar lesiones y mejorar la capacidad física. Pero dentro de esos equipos “atléticos”, de ese fútbol más veloz, el jugador que va a seguir sacando ventajas es el intelectual. Si encima tiene la capacidad atlética para estar al nivel de los demás, va a ser diferente. Los argentinos somos amantes del sombrero, del túnel, del dribling y del control, y podemos encontrar a Thomas Müller como un jugador normal, del montón, porque estéticamente no te llena. Ahora, si analizás, es uno de los futbolistas más inteligentes en la actualidad. Es difícil encontrarle que haga algo mal. Es un entrenador dentro de la cancha: no sólo se preocupa por mejorar al equipo, sino que ayuda y corrige a los demás. Está en evidencia lo importante que es sumar la mayor cantidad de jugadores inteligentes a cualquier equipo.
-¿Qué es la disciplina en el fútbol?
-Dentro de la disciplina, la palabra más importante es el respeto. Por la institución, por la historia, por los compañeros, por el entrenador. Una vez aceptado y puesto en práctica desde cada posición, todo se facilita. ¿Cómo lo logramos? Marcando las reglas de juego, siendo claro desde el primer momento, honesto y exigente, y también muy cercano a los jugadores, a la familia, a cualquier situación que un jugador vive a diario. Los cambios de emociones de los chicos por las presiones que hay desde todos lados se multiplicaron. El respeto tiene que quedar en el centro de la mesa. Aunque no fui nunca un alumno ni un jugador problemático, acá terminé de entender lo que es la disciplina deportiva. No hay éxito sin disciplina. Lo digo incluso por cómo me fui del Bayern.
-¿Cómo analizás la “nueva” Selección con tantos jóvenes?
-Hay un período de transición con calma. Había un cambio generacional obligado. Pero te cuento una anécdota: durante la Copa América de Chile 2015 hago saber que después de que terminara daba un paso al costado de la Selección. Tenía 34 años y veía que venían jugadores por debajo con el merecimiento propio de estar en la Selección. Fue también para liberar de mirarme al Tata Martino, que era el entrenador. Cuando llego a la concentración, el Tata me dice: “Tengo que hablar con vos”. Estábamos en La Serena. Fuimos a la oficina. “¿Me podés explicar por qué hiciste esa declaración? Martín, te necesito para esa transición. Como entrenador estoy enfocado en un montón de cosas en un entrenamiento y un montón se me escapan; y vos, con una simple charla o consejo, aportás mucho más de lo que yo pueda aportar”. Después decidí seguir. Un día, antes de una práctica de fútbol, comparto equipo con Funes Mori. Me pongo a hablarle antes de empezar. Y el Tata no podía empezar el partido porque estábamos hablando con Funes Mori. Cuando termina el partido, me llama y me dice: “¿Te acordás la charla que habíamos tenido en La Serena? En esos dos minutos que hablaste con Funes Mori le enseñaste más que yo”. Eso es la transición. No se puede hacer una transición sin gente experimentada. Di María, que sigue a un nivel espectacular, tiene que estar. Aporta desde adentro o afuera del campo. No podés quedarte sólo con Leo (Messi). No podés tirar a la basura a una generación por perder tres finales. Hay que hacer un mix y se está haciendo bien. Si los chicos pueden seguir captando la idea del cuerpo técnico y tener una buena convivencia con los mayores, está bien. Si nuestro capitán no tiene egos, entonces el resto tampoco.
-En cuestión de días, murieron Maradona y Sabella, los entrenadores que te llevaron a Sudáfrica 2010 y Brasil 2014. ¿Cómo lo transitaste?
-Tristísimo. Idolatré a Diego desde mi niñez, pegaba sus fotos en la carpeta del colegio, soy maradoneano. Lo conocí antes de que fuera mi entrenador. Coincidimos en un restaurante, se aglomeraron 300 personas a su alrededor, incluso mi mejor amigo de Justiniano Posse, y en un momento su seguridad rompe ese muro de gente, forma un camino recto y se dirige hacia mí. “Micho, que sea la última vez que estamos en el mismo lugar y no te acercás a saludarme”. Admiración y agradecimiento eterno con Diego. Lamentablemente, no pudimos regalarle esa alegría en Sudáfrica 2010. Y con Alejandro (Sabella) viví sus primeros partidos en su ciclo en la Selección y el último, la final de Brasil 2014. Un caballero, un profesor de la vida, uf… No pude salir de una invasión de enorme llanto por lo de Diego, que pasó lo de Alejandro.
-¿El retiro cuesta tanto porque “los futbolistas de élite viven en un mundo irreal”, como dijiste?
-Cuando voy a Justiniano Posse, mi pueblo al sur de Córdoba, muy humilde, en las charlas de mate y de asado, salen cualquier tipo de preguntas. “¿Cómo puede ser que una persona que ganó tanto dinero después lo pierda todo?”. Muy fácil. Si un futbolista de élite aterriza en un aeropuerto y se quiere comprar unos chicles y los únicos que quedan en el kiosko valen mil dólares, lo paga. ¿Por qué? Porque quiere el chicle, sale del aeropuerto, se va a concentrar, entrena al otro día, y vuelve a viajar para jugar. El futbolista, y más cuando está en la élite, está envuelto en una rueda de exigencia constante y, de forma obligada, no debe bajar su rendimiento para poder ir a la Selección. Estás envuelto en un círculo: sos famoso, jugás en los mejores clubes, ganás muchísimo dinero, te buscan las marcas deportivas, no paran de llamarte los periodistas, y tenés un ego de querer estar en los diarios y la televisión. Cuando dejás de jugar, desaparece todo, se apaga esa luz. Te levantás al otro día y dejás de ir al club, y a los 37 años no sabés hacer otra cosa que entrenar y jugar. No tenés más compañeros, competencia, comida preparada, ropa. Nada. Dejaste de ganar mucho dinero pero tenés que gastar constantemente, porque no querés cambiar el nivel de vida. Con el agregado de que te empieza a cambiar tu cuerpo, el que viste bien durante 20 años, y te ponés gordo o flaco. El retiro es un combo explosivo. Si no sabés reinsertarte en el deporte -en la sociedad-, y si no estás bien rodeado, es difícil de administrarlo.
-“No tengo más ganas de jugar ni de vivir”, dijiste después de que Pekerman te dejara afuera de Alemania 2006.
-Seguramente fueron palabras exageradas. Venía de vivir una infancia en la que había perdido a mi mamá a los 14 años y también un camión aplastó a mi abuelo. Vengo de un pueblo donde la gente labura de lunes a lunes para comprar el pan. Esa es mi raíz. Estaba en plenitud física y deportiva y el Mundial era en mi casa, en Alemania. Cuando llegó ese momento estaba hablando por teléfono llorando con mi papá. Se cortó porque tenía mala señal, me llamaron, atendí por inercia y me sacaron al aire en un canal de televisión… Los periodistas tienen un don para aprovechar esos momentos y no pude salir. Era cumplir un sueño familiar, el final de mucho sacrificio, y me vi totalmente frustrado, creía que era injusto. Volvía a los 19 años a mi pueblo desde las inferiores de River en diciembre y mi viejo me hacía trabajar. No es que tuve la vida fácil, y ese momento fue un golpe fuerte. Después, en el Mundial de Brasil 2014, me tocó entrar en el último día. Pero una vez lo escuché a Caniggia y tiene razón: “’Perdoná’, no, porque no tuve la chance de jugar ese Mundial y no se recupera”.
-¿Los socios tienen mayor injerencia en el Bayern por la regla de propiedad del 51+1, a diferencia de en otros clubes de Europa?
-La Bundesliga es el torneo que más hinchas lleva a los estadios a nivel mundial desde hace cinco años. Hay un ida y vuelta entre hinchas y club. El Bayern logra no sólo un sentido de pertenencia con cada empleado que trabajamos en el club, sino afinidad y cercanía con el hincha. No hablo desde lo pasional, porque los argentinos somos número uno. Hablo de lo racional y de esa cohesión social a nivel diario, y ahí el Bayern tiene una gran fortaleza. No es común en grandes instituciones.
-¿Soñás con la final de Brasil 2014?
-Sí, es una herida para siempre. No puedo más ponerme los botines para competir como futbolista. Estuvimos muy cerquita. Era mi máximo sueño. Se escapó porque tuvimos casi cuatro situaciones de gol, que ni siquiera ellos las tuvieron, y el de arriba dijo que no teníamos que ser nosotros. Si les hubiesen quedado a los defensores, se puede llegar a entender que por no convivir con esas situaciones, tenemos más porcentaje de error frente al arco. Pero las situaciones fueron con jugadores que conviven con gol. No las pudimos meter. Klose, el goleador histórico de los Mundiales, casi que no nos dificultó. Entró un chico, Götze, que hoy prácticamente no tiene una gran continuidad, la tuvo y nos quitó el Mundial. Siempre voy a sufrir por no haber traído la Copa.