Suiza le ganó a Camerún con el gol de un camerunés, una vez iba a pasar. Breel Embolo es el primer futbolista en convertirle a su país de nacimiento en un Mundial. Embolo nació en Yaundé, en la capitán de Camerún, pero sólo cuatro años vivió ahí. Se fue primero a Francia con su madre, que al poco tiempo se puso en pareja con un suizo. Se mudaron todos a Basilea. Ahí creció Embolo y ahí se hizo futbolista. Cuando lo llamaron de Camerún para jugar en la selección tenía 17 años. Ya sabía que podía elegir por Suiza y lo hizo unos meses después. Ayer no gritó el gol -gran jugada colectiva de su equipo- en algo nunca visto para un partido de selecciones.
Pero este es el Mundial de los nacionalizados. Son 137 entre todas las selecciones. Sólo en cuatro todos los futbolistas nacieron en el país, Arabia Saudita, Argentina, Brasil y Corea del Sur. Marruecos es la selección con más nacionalizados, tiene 14 jugadores en la lista. Senegal y Tunez tienen 12. Qatar y Gales tienen 10. Australia y Camerún, el país de Embolo, tienen a 9. Pero cuando tomás al conjunto de las selecciones africanas, de los 130 jugadores que las componen, 55 no nacieron en los países para los que juegan. La mayoría lo hizo en algún país colonizador de Europa, en particular Francia. Lo que se puede ver al revés, hay 19 futbolistas que tienen origen en países de África pero que juegan en otras selecciones.
Ayer pasé por el Museo Nacional de Qatar. Eso también es cubrir un Mundial de fútbol. El edificio ya produce un impacto, se extiende frente al mar con unos discos de techo como dispuestos desordenamente y que tienen el espíritu de la rosa del desierto, una rosa de arena creada por la naturaleza, por el viento, el sol y sobre todo el tiempo que pasa. Son miles de años hasta convertirse en un mineral. El desierto y el mar atraviesan la muestra. La vida en las tiendas durante lo que fueron los primeros rastros de Qatar. Hay un mapa en portugués que la ubica así: “Sidade de Catar”. Porque los primeros europeos que llegaron acá para controlar el Mar Rojo y el Golfo fueron los portugueses en el siglo XVI. Pero los que vieron que había una industria en la recolección de perlas fueron los británicos, que corrieron a los portugueses y comenzaron con ese comercio.
Los cazadores de perlas eran artesanos en esa búsqueda. Se colocaban broches en la nariz, aguantaban debajo del agua varios minutos, los posibles para sus pulmones, en las profundidades, entre el movimiento del mar y el peligro de los tiburones. Eran seis meses en un barco hasta poder tener una buena cosecha que en tierra se pasará por unos coladores para saber qué rescates valiosos hubo. La caza de perlas tiene el riesgo, la dureza y el romanticismo de todo oficio de mar. Es también lo que moldea a un pueblo.
Si se sigue la narrativa del museo, la historia de Qatar se construye sobre tres riquezas, que podrían considerarse también sus tres misterios. Las perlas, el petróleo y el gas. Las perlas dejaron de ser un comercio interesante cuando en otros países de Asia comenzaron a fabricarlas de manera artificial y, sobre todo, cuando apareció el petróleo. Y apareció entonces la energía, los trazados de luz que se extendieron por Doha, la modernidad que el gas hizo crecer.
Van a tener que incluir el Mundial, los sistemas de refrigeración en los estadios que llegan hasta a los jugadores diseñados por el ingeniero sudanés Saud Abdulaziz Abdul Ghani, también conocido como Dr. Cool, que adaptó las forma en que se utiliza el aire acondicionado en los autos pero a escala de un estadio de fútbol. El aire puede salir de una rejilla desde una boca de entrada o en las paredes del fondo en las que salen unas turbinas que largan aire frío.
El Lusail me recibió con ese golpe fresco apenas subí sus escalones hasta mi posición de prensa. Hay que ponerse un buzo, una campera fina. Después empezó a jugar Brasil y calentó el ambiente. Su formación ya te disminuye, juegan todos. Paquetá, Casemiro y Neymar, que salió con un esguince de tobillo. Rafinha, Richarlison y Vinicius. Los laterales Alex Sandro y Danilo. Y juega con dos defensores centrales, Marquinhos y Thiago Silva, sólo porque en algún momento tendrá que cometer la prudencia de defenderse. A ese juego ofensivo basado en lo colectivo, al que le costó Serbia, lo tuvo que resolver un hombre. Richarlison hizo dos goles, el segundo de una belleza acrobática que hasta acá fue de las más lindas del Mundial. En una selección que eligió mayoritariamente a Bolsonaro en las últimas elecciones en Brasil, el héroe fue el anti bolsonarista. Richarlison nunca dijo públicamente que votaría por Lula pero se quejó del uso que se hizo de la camiseta de Brasil, además de que es una voz a favor de los derechos LGBT, contra el racismo y lo fue contra el negacionismo en la pandemia.
El Mundial esperaba a Brasil y Brasil llegó. Fue extraño que sus hinchas salieron en silencio. Alguna samba por ahí, un grito, pero había llegado con más ánimo, con más ruido, apretados en la línea roja del metro. La salida fue como la que se hace después de una tarea cumplida. Falta mucho. Pero están pendientes de la Argentina. De Lionel Messi. Se unen con los mexicanos en los cantos de las calles del centro, en el ingreso al Souq Waqif, el mercado tradicional de Doha. Al ritmo de Bella ciao: “Oh Di María, oh Mascherano, oh Messi chau, Messi chau, Messi chau, chau, chau. Los argentinos, están llorando, porque esta copa no ganás”.
Santa Maradona
El partido con México es mañana. Hoy es 25 de noviembre, la fecha que nos recuerda la ausencia de Diego Maradona. Ya pasaron dos años y todavía resulta intolerable. Su aparición en imágenes inéditas o en redescubrimientos lo hacen perdurar, pero sobre todo el arte popular, el que se escribe en las paredes, el que está en las remeras, el que escriben las pibas y los pibes cuando juegan a la pelota.
Lo que nos moviliza en un Mundial, quizá los que nos hace un colectivo, es Diego Maradona. También para las generaciones que no lo vieron jugar salvo en YouTube porque ahí está el tesoro, lo que quieren alcanzar. En Maradona, en su apellido, sus goles a los ingleses, su parada de guapo mientras canta el himno, su forma de llevar la camiseta en la gambeta, en las patadas que esquiva y las que no, en todo eso se construye el imaginario seleccional nacional.
Mientras esperábamos para cenar, unas noches atrás, el periodista Diego Torres, argentino pero radicado hace muchos años en España, comentaba sobre cómo la humanidad de Maradona radicaba en su generosidad con los compañeros. “Para Maradona era un estímulo gigante convertir a un jugador mediocre en un gran jugador. Se sentía grande él haciendo que los demás crecieran futbolísticamente. Él era un atacante pero se sentía un centrocampista. Por eso ha sido el más grande, porque el verdadero fútbol es el de los centrocampistas”, nos decía Diego, enviado del diario El País. “ La mayoría de los futbolistas -seguía-se ha sentido grandes haciendo goles. Maradona se sale de esa categoría para ayudar a sus compañeros. Si hubiera querido hacer goles habría multiplicado por tres . Si el peor futbolista del equipo podía encontrar su lugar, él era feliz. No sé si esto iba acompañado de una reflexión moral o ética de su parte, aunque en cierto sentido sí. Pero sobre todo era instintivo”.
Hay un concepto de selección pensado desde Maradona. Pero incluso más allá de eso, hay una fuerza, un código que nos lleva a la experiencia colectiva de vivir la selección. Es nuestra rosa del desierto formada a tormentas en los miles de años que vivió dentro de sus 60. Pensamos en Messi porque lo tenemos acá, lo disfrutamos. Messi es la selección presente, es el cuerpo de la selección. Mucho de lo que nos pase, nos emocione, las alegrías y las angustias de este sábado tienen también que ver con Diego. Messi lo sabe, esta generación de jugadores también lo sabe. La felicidad de la selección, incluso la felicidad de Messi, se simboliza en una sonrisa maradoniana.
Hasta la próxima carta,
AW