Los fines de semana de la familia Gissi se organizan en función de la pelota. Seguir la carrera de los cuatro hermanos –dos hombres y dos mujeres– incluye un recorrido que puede marcar distintos países y continentes. Por caso, puede empezar con un partido del Club Deportivo Oceja, en la medieval ciudad de Santillana del Mar al norte de España, para terminar en alguna cancha de la Argentina en la que se presenta Defensa y Justicia. En el medio, también puede hacer una escala en la montañosa región de Piamonte, cerca de la frontera de Italia con Suiza, para mirar al AC Cuneo 1095 y otra en la Costa Brava de Catalunya para seguir de cerca al L’Estartit. El fixture es un rompecabezas en el que se encastran partidos en lugar de piezas. “Varias veces salí de jugar, prendí la tele para mirar a uno y conecté Internet para ver a otro. Y al día siguiente tal vez fui a la cancha a acompañar a mi hermana”, describe Maylis, para graficar la agenda de los Gissi, una familia compuesta por un padre-futbolista (Oscar), una madre-nadadora (Marcela Waszczuk) y cuatro hijos-futbolistas (Dylan, Kevin, Shadya y Maylis).
El fútbol definió nada menos que la nacionalidad de los cuatro: nacieron y crecieron en Suiza. Su infancia transcurrió en Ginebra, donde Oscar –mediocampista central de Quilmes, Estudiantes, Vélez y algunos encuentros en la Selección– terminó su carrera como jugador y empezó la de entrenador en CS Chênois. Recién en 2004, volvió al país para dirigir en las inferiores de Estudiantes. Sus hijos e hijas ya habían elegido trabajar de deportistas. “Nosotros lo vivimos siempre con mi viejo como un juego y una distracción. Hay un abismo de diferencia entre la pasión que se vive allá y la de acá”, cuenta Dylan, el mayor de los hermanos, en la charla virtual. Los primeros picados se jugaban en el complejo del Chenois: Oscar comandaba los entrenamientos y sus hijos se divertían en las canchas auxiliares. Tenían una ventaja: al ser cuatro ya casi tenían el equipo armado. “A esa edad, dos o tres años de diferencia es mucho y jugábamos de igual a igual. Shadya y Maylis se la re bancaban por las ganas que tenían”, recuerda Kevin. “Fue parte de la formación del carácter y la personalidad. Había una sensación –dice Maylis– como “Uh, andá despacio que es tu hermanita”. Esa mirada era de afuera. A nosotros no nos importaba nada: pateábamos más fuerte para que no nos ganaran”.
–¿Qué valor tiene el fútbol para ustedes?
Dylan: –Cada uno en su tiempo, llegó a debutar en Primera y hoy es nuestro trabajo. Pero antes de todo eso, es una pasión.
Maylis: –El fútbol es familia. Significaba pasar tiempo en familia y hacer lo imposible por estar juntos.
Shadya: –Sí, coincido. Desde chicos siempre estuvimos rodeados de deportes, en especial el fútbol.
Kevin: –En Suiza, nos veían de otro modo al saber que éramos argentinos: generábamos respeto por la historia en el deporte.
Por primera vez en sus carreras, hoy todos juegan en la Argentina: Dylan sumó su experiencia como zaguero en Patronato de Paraná, Kevin sigue entre los delanteros de Deportivo Morón, Shadya continúa como central en Defensa y Justicia mientras que Maylis mudó sus goles a Gimnasia La Plata. “¡Todavía no caigo!”, dice sobre estar tan cerca de Diego Maradona. “Fui el último en volver al país y lo hice para que podamos vivir en primera persona el estar todos juntos. Mis viejos pueden ir a la cancha y es una de las cosas más lindas de todos estos años”, se alegra Kevin, más allá de que la pandemia les puso un freno. Entrar al chat familiar de WhatsApp después de algún partido podía ser un breve resumen con relatos de Oscar y Marcela: “Terminaba de jugar –agrega Kevin– y de repente tenía 500 mensajes de mi vieja y mi viejo hablando del partido que cada uno había visto en canchas diferentes”. Para Dylan, la satisfacción pasa por poder reunirse otra vez: “Estar cerca permite tomar un café en la concentración o que puedan venir a verme”. Y también es una manera de evitar las desconexiones, como les pasaba cuando estaban dispersos en varios países. “Al estar acá, no tengo que esperar a que se levanten para decirles algo del partido”, señala Maylis.
La cercanía, incluso, puede aportar una ayuda en vivo. Oscar había desarrollado un chiflido tan fuerte que lo usaba para alertar a Dylan cada vez que un delantero lo atacaba por la espalda. El sonido llegaba desde un costado del estadio Roberto Carminatti, de Olimpo. A su lado, Kevin intentaba silenciarlo porque entendía que era solo un ruido molesto. “Dejalo que cuando lo escucho ya sé que hay uno detrás mío”, le pidió Dylan, cuando se vieron después del partido. Marcela también cumple un papel clave en la familia: fue la que siempre se ocupó de llevarlos a los entrenamientos y acompañar a cada uno desde chicos, cuando su compañero todavía competía. “Es la base de todo”, sentencia Shadya. Kevin la describe como más le gusta: otra anécdota que sucedió cuando en 2016, en Uruguay, jugaba para Rampla Juniors. “Era un clásico contra Cerro. Mi viejo sacó una foto de mi vieja colgando un trapo en la tribuna, con los hinchas. El aguante fue siempre así, en todos lados”.
En Suiza, Shadya y Maylis tenían muchos clubes donde jugar al fútbol. En Argentina, fue más complejo. Era difícil practicarlo incluso en el colegio, algo habitual en Europa. Nunca dejaron de intentarlo hasta que lo lograron y fueron las primeras mujeres en sumarse en las actividades optativas de la escuela. Maylis rompió las barreras a pura técnica. Cerca del final de la clase, cuando los padres ya estaban agolpados en la cancha para irse con sus hijos, la menor de los Gissi tiró un caño a un compañero. “Fue de casualidad”, recuerda. Afuera, todos rieron. “Pasaba eso porque era una mujer. ¡Como si fuera algo que nunca puede pasar en la vida!”, cuestiona Kevin y refleja el apoyo a su hermana.
–¿Ven posible un fútbol mixto profesional?
Dylan: –no, yo no creo. En Argentina ni hablar, no lo veo
Shadya: –Estaría bueno el deporte mixto, pero de acá a que sea profesional en Argentina va a pasar mucho tiempo.
Kevin: –Vamos camino a eso y cada vez se ve más. Primero se va a empezar en otros deportes, como la Fórmula uno, por ejemplo, con mujeres y hombres compitiendo. No es lo mismo, pero creo que se va arrancar por ese lado. Igual no me imagino chocando con una mujer.
Maylis: –Eventualmente, se puede llegar a dar. En Argentina creo que estamos lejos, falta un tiempo. Sí se ve en otros países que están avanzando con esa propuesta y tiene un lado positivo. Hoy, en mi caso, estoy imaginando el progreso del fútbol femenino.
Lejos de sentirlo como una presión y un mandato familiar, los Gissi entienden al fútbol como un lugar de encuentro. Y de orgullo. “Llegar es difícil, pero mantenerse es lo más complejo. No sé si bien o mal, pero lo estamos logrando”, evalúa Dylan. “Por la crianza que nos dieron, nos caracteriza la fortaleza de sortear obstáculos, forjar una mentalidad y persistir sin bajar los brazos”, agrega Kevin. “Todo lo actitudinal es parte del chip que nos metieron cuando nacimos. Quizás es lo que más compartimos. Muchas veces te dicen ‘cuidate o entrená’. Una cosa es que lo digan y otra que lo veas de cerca. Por eso me apoyo mucho en ellos”, dice Maylis. Y les tira una pared imaginaria. Como en esos picados en Ginebra, donde ya jugaban como futbolistas.