Hace 22 años, en 1999, Luis Scola jugó el Sudamericano con la Selección nacional de básquet. Fue su primer torneo con la camiseta argentina. Este lunes por la madrugada, en el estreno en Tokio 2021 frente a Eslovenia, comenzará su quinta participación en un Juego Olímpico en su carrera. China 2019, el mundial del subcampeonato, fue su quinto mundial. A los 41 años y como capitán del equipo comandado por Sergio Hernández, Scola será el único basquetbolista del planeta en competir en cinco Mundiales y cinco Juegos Olímpicos.
–¿Cómo se vive la llegada del quinto Juego Olímpico?
–Me genera mucha alegría. Era impensado en su momento. Cuando empecé a jugar en la Selección, no clasificábamos a los Juegos. En 1995, logramos la clasificación para Atlanta ‘96 y fue algo heroico. La narrativa de ese equipo en el que empecé era meterse en un Juego, era nuestro objetivo. Queríamos clasificar a un Juego Olímpico y en mi caso terminé yendo a cinco y ganamos dos medallas. Pasaron muchas cosas, pero cuando vuelvo mentalmente a ese ‘99 cuando empezamos a jugar, parece impensado.
–¿Genera algo distinto saber que vas a ser el primero con cinco Mundiales y cinco Juegos?
–Tengo momentos en los que miro para atrás, veo algunas cosas y me generan orgullo. Una de las razones por las que fui consiguiendo diferentes cosas, algunas mejores que otras, fue precisamente poner la energía en el momento y en lo que está adelante. No soy de mirar mucho para atrás ni de pensar en el futuro. Es algo que me funcionó e intento mantenerlo. Igual, tengo momentos en los que me pongo a pensar o analizar algunas cosas que generan orgullo y felicidad. Pero intento salirme de eso, sobre todo ahora que estoy en el final de mi carrera. Cuando me retire voy a tener tiempo de mirar para atrás. Por mi personalidad, igual, no creo que lo haga mucho. De lo que sí estoy seguro es que en este final no tiene sentido cambiar algo con lo que me sentí cómodo.
–¿Se naturalizó clasificar a los Juegos?
–Las cosas cambiaron para mejor. En ese momento, era impensado todo lo que vino después. Después las cosas se fueron dando y hasta parece natural.
–¿Y se dimensiona el lugar que ocupa hoy la Selección de básquet?
–Se dimensiona un poco, porque siempre uno trata de analizar las cosas. A la vez, estás dentro de una vorágine y tenés que seguir compitiendo. Pero no es una cuestión de exitismo, sino de lo que estás viviendo. Querés ganar, tenés un equipo con potencial y la posibilidad de tener otro nivel de exigencia. Cuando no teníamos nivel, se exigía otro resultado. Cuando empezás a crecer y a llegar a otro nivel de talento, la exigencia sube. No solo es normal, sino que es bienvenida la exigencia.
–¿Qué es el talento en el básquet?
–Es una palabra muy amplia, que tiene más definiciones que las que dice el diccionario y muchas formas de entenderlo. Para mí, es tener la habilidad de poder hacer algo que poca gente puede hacer. El nivel de talento se define de acuerdo con qué tan poca gente pueda hacerlo. Si lo que hacés lo puede hacer muy poca gente, tenés un talento de élite. Si lo hace la mitad de la gente, sos un talento promedio. El talento es la capacidad de hacer algo que muy poca gente, o incluso nadie, puede hacer. Incluye todo tipo de habilidades, como correr mucho, ser atlético o saltar mucho. Es la capacidad de hacer cosas que otros no pueden.
–¿Qué cambió en la preparación con 41 años?
–Es más difícil que antes, pero no es tanto más difícil que a los 39 o a los 40. Si tuviese la máquina del tiempo, me transporto a los 30, cuando todo era más fácil. Año a año se fue haciendo más difícil, pero como un proceso natural.
–¿Cómo jugó la incertidumbre de los cambios de calendario por la pandemia?
–No juega de ninguna manera porque nosotros no movimos el plan en función de lo que pasaba. Asumimos que se iba a jugar, que viajábamos y jugábamos sin ningún problema. No tuvimos otra idea en la cabeza ni estuvimos minuto a minuto viendo si algo cambiaba o no.
–¿En qué momento decidiste estar en Tokio?
–Nunca hubo un dilema. Simplemente voy encarando las cosas una por una. No hablo de los 30 años, cuando estaba convencido de que iba a jugar sino de la última etapa. Cuando me cortaron en Brooklyn a mitad de temporada, en febrero de 2017, ya pensaba qué hacer. La familia se sentía un poco incómoda y entonces se fue haciendo todo de acuerdo al momento. Fui decidiendo en función de las ganas, las opciones que había arriba de la mesa. Así fue, año a año y torneo a torneo. Cuando fuimos al Mundial, una posibilidad era incluso no lograr la clasificación a Tokio. Podrían haber pasado muchas cosas. No es que yo estaba deshojando una margarita, simplemente mi cabeza llegaba hasta el Mundial de China. Es lo mismo que hice los últimos años. Evidentemente, cada vez estoy un año más cerca del retiro y a los 41 es obvio que estoy en el final de mi carrera. Por lo tanto, hay muchas chances de que esto sea lo que vaya a pasar después de Tokio. Pero no lo encaro de esa manera, sino que voy día a día.
–¿Qué veías en la previa del Mundial de China para pensar que la Argentina iba a llegar lejos?
–Todos los que estábamos en ese equipo lo veíamos, pero era una especie de secreto o cosa de la que no se hablaba. Se veía que había materia como para poder competir y hacer un buen torneo. De afuera, era distinto porque veníamos de una generación que había logrado muchísimas cosas y parecía que todo lo que venía después era poco. Siempre estaba esa cuestión de creer que no se iba a conseguir lo mismo. Todo el equipo lo veía, pero había que ponerle nombre, un objetivo literal y perseguirlo. El rol del Oveja, el mío y el de los más veteranos tal vez fue no solo pensar que estábamos para grandes cosas, sino ponerle un nombre y un lugar a dónde apuntar. El equipo confiaba en sí mismo porque si no, no lo habría podido conseguir.
–¿Y en Tokio cuál es ese lugar?
–Ahora estamos en un lugar diferente. Antes de China, teníamos que romper esa barrera y empezar a pensar como un equipo grande. Eso se consiguió y hoy este equipo sabe que puede competir. Ahora no necesitamos convencer al equipo de que podemos hacer cosas grandes: ya lo sabemos, porque ya las hicimos. El objetivo está en llegar lo mejor preparado para jugar al máximo nivel posible. Eso te lleva a algún lugar. Después todo puede pasar, podés estar muy bien preparado, perder y quedarte afuera. Pero si llegás bien tenés más chances de avanzar.
–¿Qué importancia tiene para el deporte el crecimiento del deporte femenino?
–Es algo buenísimo en la medida en que crecemos como sociedad y generamos equidad. Es necesario, y necesitamos que suceda rápido. Es una movida mundial y es casi obligatorio hacerlo y avanzar porque las demás atletas lo están haciendo, el mundo está dando pasos en esta dirección y está cambiando. Igualar y dar un lugar preponderante no te va a dar ventaja por sí solo porque todo el mundo lo está haciendo. Hay que hacerlo, y está perfecto. Y además, se van a tener que tomar decisiones para responder a las necesidades de este deporte.
–¿En qué lugar te imaginás después del retiro?
–Mi ambición dentro del básquet nunca fue ser entrenador. No me gusta y creo que no me sentiría cómodo ahí. No quiero perseguir eso. Creo que puedo aportar y me puede ir bien como mánager dentro de una organización. Cualquier equipo de básquet, sea dentro de la CAB, Varese o Los Ángeles, se maneja con profesionales y gente idónea para los puestos. Después podríamos discutir si soy o no idóneo para el lugar. El sistema dirigencial es un sistema obsoleto e ineficiente. Tiene que moverse para darle la bienvenida a un sistema profesional con áreas ocupadas por profesionales y donde se maneja un club como si fuera un entorno profesional, una empresa u organización que mueven mucho dinero. En Italia es así, en Estados Unidos, China y la Euroliga también. Los equipos tienen que rendir cuentas como cualquier empresa y tienen profesionales en cada área. Como el de otros países del mundo, nuestro sistema es diferente y recluta gente para ocupar cargos de otra manera. Como simplemente haber estado mucho tiempo en el club, haber sido dirigente o haber sido elegido por los votos. En mi forma de ver, es una forma antigua que en el futuro va a cambiar. A mí me gustaría estar en una institución deportiva más moderna, como las de la NBA, Euroliga o Italia. No sé si terminaré ahí o no, pero es lo que me atrae más.