En un video que se viralizó esta semana se oyeron los sonidos del fútbol. Fueron los dieciocho toques de la obra de Julián Álvarez, el primer gol de River contra San Pablo, los gritos en castellano y portugués, la percusión de los pies con la pelota. Es el sonido que suele escucharse en una práctica, en un partido entre amigos los sábados a la mañana, pero lo que se jugaba era la Copa Libertadores, con futbolistas profesionales, con la televisación que disimula con el ruido ambiente administrado desde los estudios. Los que faltaban ahí eran los hinchas, el rugido que lo tapa todo. La desnudez de la jugada también era la ausencia de la tribuna.
El fútbol no tiene público, tiene hinchas, categoría superadora del espectador. El espectador mira; el hincha influye, juega su propio partido. En el fútbol de la pandemia, el hincha no está, lo mira por alguna de las señales de ESPN. Su grito sólo se escucha por los botones de los estudios centrales. Lo que sin embargo no dejó de estar en este tiempo es un tipo de hincha, el militante, el que excede a los partidos. Apenas comenzó el aislamiento obligatorio, socios de clubes grandes y chicos organizaron ollas populares, campañas de concientización o colectas para los sectores populares. Es el hincha que nunca deja de estar con su club.Qué es lo táctico? La amplitud de casco.
— Capaz que le pifea (@capazquelepifea) October 1, 2020
Qué es lo técnico? El ruido del pase de De la Cruz@Andres_Burgo @aucanaucan @MarianoDiBlasi @capazquelepifea pic.twitter.com/avFrb974Rr
“Yo soy de River y la única forma que tengo de representar a River es en la tribuna. Al no poder jugar, no poder hacer nada, yo acepté ese partido como propio”, le dice Fernando Guarini a Rodrigo Daskal, presidente del Museo de River, doctor en sociología por el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad de San Martín, y autor de Hinchas, pasión y política en River Plate (1996 y 2013), publicado por Grupo Editorial Sur. El libro es el resumen de su tesis doctoral de Daskal. “Ser simpatizante de tal o cual club -escribe- pasó a formar parte del canon de preguntas obligatorias que definen a las personas, junto con otras dimensiones”.
Pero además de esos hinchas comunes están los hinchas militantes. Como Guarini, que en la década del 90 llevó su bandera a la cancha, organizó viajes, armó fiestas, la caravana del centenario, fue presidente de la primera Subcomisión del Hincha y ahora es presidente del fútbol amateur del club. El libro de Daskal es fundamental para romper con el sentido común: en la narrativa de los medios, los hinchas organizados son los barra. Pero la década del 90, como Daskal lo cuenta a través de River, entregó también a los hinchas que armaban agrupaciones políticas, revistas, colectas, viajes, que militaban para el club durante la semana. En Racing fue paradigmático, esos hinchas hicieron el predio Tita Mattiussi.
“Eso muestra la potencialidad que tienen y que sienten los hinchas con relación al fútbol y particularmente con nuestro modelo de club”, explica Daskal. Porque todo esto está vinculado al modelo asociativo de los clubes argentinos. Es otra forma del aguante, la lógica que han explicado los trabajos de Pablo Alabarces, Verónica Moreira y José Garriga Zucal, entre otros cientistas sociales. El aguante de los barras se construyó a las piñas. El aguante de estos hinchas militantes, muchas veces en tensión con esos barras, se construyó con sentido de pertenencia.
“Las organizaciones de la sociedad civil producen democracia y la democracia alimenta a esas organizaciones”, escribe Daskal. Sin fútbol durante siete meses, sin la retribución del ingreso a la cancha, de la utilización de las instalaciones del club, los socios siguieron pagando su cuota. Los clubes más grandes mantuvieron el cobro entre un 90% y 95%. La mora aumenta en otras instituciones, con pérdidas del 15% al 20%. Pero la caída fue menor a la que podía pensarse en el marco de la peor crisis económica de los últimos veinte años. Ahí hay pertenencia.
Son hinchas militantes porque, además de construir el club, trabajan en la cuestión social. Patricio De Francesco, que armó Siempre River, le cuenta a Daskal que con el grupo iban a Ciudad Oculta, a la Villa 31, a los barrios de Lanús, pero que el asunto también era evangelizar por River. Patricio compraba cuando podía camisetas de River en Once. Siempre las tenía a mano. Si veía a un pibe pidiendo unas monedas le preguntaba de qué cuadro era. Y si era de River, las monedas iban también con una camiseta. “Quería que se vean las remeras de River -le dice-, sentía que aportaba un granito de arena”. Esos hinchas son los que siempre están.