Lucy Bronze era una niña inglesa que quería jugar al fútbol. Tenía tres canchas cerca de su casa, en Berwick-upon-Tweed, una ciudad en la frontera con Escocia. Hacia alguna de ellas iba cada vez que podía. Pero todas las canchas las ocupaban chicos. Por eso un día le dijeron que ya no podía seguir jugando ahí. Si quería conseguir algún equipo de chicas tenía que viajar una hora y media. Y así lo hizo, aunque no conociera a nadie, aunque no se animara a hablar con nadie. Pero ahí podía jugar.
Bronze, defensora del Manchester City, 29 años, acaba de ganar el premio The Best de la FIFA como la mejor jugadora de la temporada. Hace tiempo acumula distinciones personales como parte de un juego colectivo. En su paso por Olympique Lyon sumó otros títulos, una liga, una Copa de Francia y la Champions femenina. A la vista, es una jugadora exitosa. En la superficie, como tantas mujeres que quisieron jugar al fútbol, necesitó mucho más que ganas, requirió de la voluntad de superar obstáculos.
Algo de eso habrá recordado Bronze con el último premio, un lugar que compartió, por el lado masculino, con Robert Lewandowski. Del goleador polaco también se cuentan historias de superación, que lo cargaban por ser tan flaco, lo que llegaba al bullying por su físico de aspecto débil. Y que su mamá le daba tortas para que creciera y su entrenador en el Legia de Varsovia le recomendaba que comiera panceta. Llegar a ser el mejor no es lo mismo para todos. No es lo mismo para todas.
Y, en todo caso, ¿cómo se determina quiénes son los mejores? Fue el mejor Lewandowski, pero no fue el mejor su entrenador, Hans Dieter-Flick, el hombre que le dio una vida al Bayern Munich con la Champions, la Supercopa de Europa, además de la Bundesliga, la Copa y la Supercopa alemana. Fue, además, uno de los autores intelectuales del 8-2 al Barcelona, el desastre de Lisboa que puso en crisis a Lionel Messi -derrotado, al igual que Cristiano Ronaldo, por Lewandoski- y lo llevó a un conflicto todavía abierto con su club.
El premio al mejor entrenador se lo ganó otro alemán, Jürgen Klopp, que en plena pandemia sacó campeón al Liverpool después de treinta años. Y en la terna quedó Marcelo Bielsa, que no tuvo ningún título en la elite pero consiguió el ascenso con el Leeds United, una búsqueda que demoró dieciséis años en Elland Road. No hay forma de medir esas emociones, de compararlas, todas distintas, todas con sus particularidades. De eso se trata el fútbol, de emocionar, lo que muchas veces se consigue con pequeñas grandes victorias, un partido, una jugada, un gol con muchos toques, un ascenso, un torneo de barrio.
Diego Maradona nunca ganó una Champions, lo que se llamaba una Copa de Europa. Tampoco en actividad fue the best. En sus mejores años, los años de la felicidad napolitana, la revista France Football entregaba -desde 1956- el Balón de Oro sólo a jugadores europeos. El año del Maradona de México 86, el premio fue para Ígor Belánov, un ucraniano de Odesa que fue el goleador de la Unión Soviética que llegó hasta octavos de final en ese Mundial. Diego se llevó, sin embargo, el Balón de Oro como mejor jugador en México, entregado por la FIFA. Ese premio se guardó en una caja fuerte del Banco de la Provincia de Nápoles, que sufrió un golpe comando en 1989. Hubo encuentros con Carmine Giuliano, capo de la Camorra, y charlas con Salvatore Lo Russo, jefe de uno de los barrios napolitanos. Pero ya era tarde, el premio no apareció porque ya lo habían derretido.
Una desgracia similar ocurrió con el intento de reparación de France Football, en 1995, cuando la revista le entregó un Balón de Oro honorífico a Maradona, en ese momento técnico de Racing, suspendido por el doping en el Mundial 94. El premio se derritió en 2014 durante el incendio de la casa de Villa Devoto de sus padres. Diego se lo contó al último periodista que lo entrevistó, Florent Torchut. La última nota fue a France Football. Fue para sus 60 años, con una tapa bellísima. Maradona le dijo a Torchut que le encantaría tener una réplica del Balón de Oro. No fue una exigencia, fue un deseo. La revista se comprometió a hacer esa réplica. No hubo tiempo.