Vladimir Rodionovich Klitschko es uno de los primeros en llegar a Chernobyl desde Kiev. A la 1:23 del 26 de abril de 1986 explotó el reactor 4 de la central nuclear. Oficial de la fuerza aérea soviética, observa cómo los trabajadores enviados por el gobierno recogen los escombros con las manos, sin protección. A 134 kilómetros, en Kiev, Vitali, de 14 años, y Wladimir, de 10, escuchan día y noche el ruido de los helicópteros. La Unión Soviética esconde las consecuencias del desastre que llegan hasta hoy: la contaminación del aire. La radioactividad, 400 veces mayor que en la bomba que Estados Unidos arrojó a Hiroshima, se extiende a 13 países de Europa. “Nuestro padre pasó mucho tiempo en Chernobyl y, al final, Chernobyl acabó con él: cáncer”, dicen los hermanos en el documental Klitschko (2011). Vitali Klitschko, exboxeador campeón del mundo en peso pesado, es hoy el alcalde de Kiev, la capital que resiste el avance de las tropas rusas. Y Wladimir, también él excampeón mundial pesado, nuevo soldado del ejército de Ucrania.
Los Klitschko, reyes de la categoría pesado entre 1998 y 2015, únicos hermanos en ser campeones mundiales en simultáneo en la historia del boxeo, forman parte de la “lista negra” de 23 personas de Vladimir Putin: según el diario inglés The Times, son el objetivo de “mercenarios” infiltrados en Ucrania. Cuando boxeaban, uno asistía al otro en la esquina. “Nuestros rivales no conocen nuestra arma secreta. Aunque haya uno solo de nosotros en el ring, ellos pelean contra dos hombres. Juntos, somos el doble de fuertes”, dijo una vez Vitali, desde 2014 el alcalde de Kiev, cabeza del centroderechista Alianza Democrática.
Vasiliy Lomachenko, excampeón mundial superpluma y ligero, todavía en actividad y considerado por especialistas como el mejor libra por libra del mundo, se sumó a un batallón de defensa cerca de Odesa. Oleksandr Usyk, actual campeón mundial pesado, hizo lo propio en Kiev. “No quiero matar -dijo Usyk-, pero puede que no tenga otra opción”. Lomachenko y Usyk, deportistas de élite, regresaron a Ucrania y cambiaron guantes por uniforme militar y fusiles automáticos. Pero el deporte no es la guerra: en Kiev alertan una inminente crisis humanitaria por falta de personal, agua, comida y medicamentos. “El deporte -le dijo Vitali Klitschko al periodista Osvaldo Príncipi en 2019- es un mundo mejor que la política, y lo prefiero por sobre todo”.
El tenista Sergiy Stakhovsky, los ajedrecistas Oleksandr Sulypa y Yuri Timoshenko, el judoca Georgii Zantaraia, el esquiador Dmytro Mazurchuky y el ultramaratonista Andrii Tkachuk son otros de los deportistas ucranianos que se alistaron en los últimos días en el ejército. También lo hizo el plantel del Sokil Rugby Club Lviv y Yuri Vernydub, el entrenador del Sheriff Tiraspol de Moldavia que le ganó en septiembre al Real Madrid en la fase de grupos de la Champions. El jueves se anunció la muerte de Alexander Kulyk, entrenador y padre del ciclista Andriy Kulyk, campeón ucraniano de ruta en 2019. “Estaba en una operación militar para sacar a gente de Kiev. Estuvo como entrenador de la federación durante mucho tiempo. Y antes fue técnico de los equipos de Unión Soviética y Rusia”, dijo Andriy Grivko, presidente de la Federación Ucraniana de Ciclismo. La de Kulyk ya es la cuarta muerte relacionada al deporte en el conflicto entre Ucrania y Rusia después de las de los futbolistas Vitalii Sapylo (21 años, Karpaty Lviv) y Dmytro Martynenko (25, Gostomel) y la del biatleta Yevhen Malyshev (20).
Pero Ucrania también reclutó soldados de las hinchadas de los clubes de fútbol, de corte hooligan y neonazi, ahora convertidos en “combatientes de la libertad”. En 2017, ultras del Dinamo acudieron al estadio Olímpico de Kiev con esvásticas y ropas blancas del Ku Klux Klan. El rival era el Shakhtar Donetsk, un club pro ruso, del Donbás, la región del este donde en 2014 hubo enfrentamientos armados tras las manifestaciones europeístas en Kiev -Euromaidán- que terminaron con el derrocamiento del presidente electo Víktor Yanukóvich, pro ruso. Aquel año fue bombardeado el estadio Donbás del Shakhtar Donetsk. Ultras ucranianos fueron incorporados por el Batallón Azov, un grupo de ultraderecha. El Azov tiene como raíz al Sect 82, sector de hinchas del Metalist Kharkiv: en 2014, el Sect 82 ocupó la sede del gobierno de Kharkiv. Del Sect 82 hasta nació un grupo policial de “tareas específicas”: el Cuerpo del Este. Nacionalismo y “barras” como fuerza de choque.
“Esta guerra la vamos a ganar seguro. ¡Putin, hijo de puta!”, les espetó esta semana a los periodistas el futbolista ucraniano Roman Zozulya a la salida de un entrenamiento del Fuenlabrada, de la segunda categoría de España. Zozulya aparece en fotos de fajina y con fusil en manos, apoyando a Pravy Sektor, partido nacionalista neonazi responsable de organizar milicias civiles, y posando con un retrato de Stepán Bandera, líder ucraniano y colaboracionista del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial. Paradójico: Zozulya, formado en las inferiores del Dinamo Kiev, había escrito días antes en las redes sociales: “Putin es la reencarnación de Hitler”. Zozulya quiere ahora alistarse en el ejército ucraniano. En 2019, un árbitro suspendió Rayo Vallecano-Albacete después de que hinchas del Rayo, de izquierda y antifascista, le gritaran a Zozulya, entonces en el Albacete, que era un nazi. El argumento de la suspensión: “racismo, xenofobia y violencia”. Fue la primera vez que se suspendió un partido en el fútbol español por insultos en la cancha.
Con el tráfico aéreo cerrado, la autopista M06 que conecta hacia el oeste los 570 kilómetros entre Kiev y la frontera de Polonia colapsó después de la invasión rusa. Ya huyeron más de un millón de personas de Ucrania. Por esa ruta escapó Claudio Spinelli, futbolista argentino que jugaba en el Oleksandria. “El problema empezaba cuando ibas a la frontera. Era un caos. Muchísima gente que quería salir, filas y filas de autos. Era una película”, dice Spinelli, ya de vuelta en Argentina. “Me llegó a pisar un auto, me levantó, pero por suerte no me pasó nada. También se me tiró un camión encima. Toda la gente estaba amontonada y los padres trataban de pasar a los nenes por arriba del alambrado”. El día anterior al comienzo de la guerra, Spinelli sufrió ataques de pánico en el entrenamiento. En la huída, tardó más de 24 horas en un viaje habitual de dos. Los últimos 25 kilómetros los hizo a pie, arrastrando una valija rota. Es el relato común. Otros tres jugadores argentinos emigraron: Francisco Di Franco (Dnipro), Fabricio Alvarenga (Rukh Lviv) y Gerónimo Poblete (Metalist Kharkiv).
Andriy Shevchenko, entrenador de la selección de Ucrania entre 2016 y 2021, futbolista ícono y Balón de Oro en 2004, contó que su madre y su hermana se quedaron en Kiev a “pelear por nuestra libertad, alma y principios”. Y dijo: “Sólo queremos paz, la guerra no es la respuesta”. Como los Klitschko, Shevchenko creció con Chernobyl. Los residuos radiactivos se extendieron hasta Dvirkivshchyna, a 231 kilómetros. Shevchenko tenía nueve años. Su padre, mecánico militar, escapó con la familia a Kiev, donde les realizaron estudios para descartar cualquier índice de radioactividad en los cuerpos. Fue cuando entró a las inferiores del Dinamo. Otro Shevchenko muy popular en Ucrania es Tarás Shevchenko, poeta, fundador de la literatura moderna ucraniana y hasta con un monumento en Buenos Aires. Revolucionario, de familia de siervos, disputado en la actualidad por Ucrania y Rusia, Tarás describió la opresión del campesinado en manos de la nobleza. “Querido Dios, ¡calamidad otra vez!/ Estaba todo tan tranquilo, tan sereno/ Habíamos empezado a romper las cadenas/ que ataban a los nuestros en la esclavitud/ Cuando ¡alto!/ Otra vez la sangre de la gente/ está corriendo”, escribió en Calamidad otra vez. Es de 1859. Podría ser de 2022.