Entre las vías de un tren de carga y varias construcciones con peligro de derrumbe, se escuchan golpes de bate y pelota. En el barrio 21-24 de Barracas no viven reyes ni descendientes de las clases altas, pero se practica cricket. No sólo allí: también en La Cárcova, una de las zonas más desfavorecidas económicamente del partido de José León Suárez, se juega a un deporte mucho más fácil de relacionar con las élites.
Se trata de otra demostración del deporte como herramienta social. Incluso, del salto de deportistas que arrancan en el barrio y un día llegan a representar a la selección nacional. Todo comenzó en 2009, cuando Daniel Juárez y Silvina Román, contadores de Pepe Di Paola, el Párroco de la Iglesia de Caacupé, notaron que la violencia en las zonas vulnerables de Barracas había escalado como nunca antes. «Las acciones que hacíamos desde la parroquia no alcanzaban, había muchos enfrentamientos entre jóvenes. A raíz de esto, le propusimos al Padre generar un espacio para practicar un deporte nuevo, que sea novedoso para los chicos», confiesa Juárez.
Así nació, primero en el barrio 21-24, Cricket sin fronteras, un programa que lleva a cabo la Fundación Tiempo de Actuar, organización sin fines de lucro que Juárez fundó para promover la igualdad de oportunidades en poblaciones vulnerables. «Para arrancar, mi socia y yo formamos un equipo técnico con un trabajador social, un referente del barrio y un profesor de educación física», resume Juárez.
En 2013, el Padre Pepe se exilió a Santiago del Estero por amenazas. Esto implicó que la actividad dentro del barrio 21-24 quedara en pausa, aunque las semillas ya estaban plantadas y el cricket nunca dejaría de jugarse allí, tampoco en la actualidad. No sólo eso: se expandiría a diferentes geografías del conurbano, primero al noroeste, cuando el Padre Pepe regresó a Buenos Aires y se instaló en La Cárcova, uno de los barrios de José León Suárez, en el partido de San Martín. Ya asentado, el cura convocó a la ONG para reanudar el cricket popular en las inmediaciones de su nueva parroquia.
En esta nueva etapa entró en escena Mauro Braconaro, un profesor de educación física que llegó al proyecto por el boca a boca. Actualmente, es coordinador general y se encarga de entrenar a los más chicos en una plaza de José León Suárez cercana a la capilla. «La mayoría de los nenes vienen del barrio La Carcova. Muchos llegan sin comer, descalzos, golpeados, tristes: están excluidos del sistema. Valoramos un montón que vengan, que estén acá», reconoce.
El trabajo es voluntario y los entrenamientos se hacen los sábados. «Todo es a pulmón. A veces la asociación argentina de cricket dona material didáctico de plástico para los chicos que recién empiezan, y nosotros lo recauchutamos y lo ponemos en condiciones para jugar», explica. Tanto en el barrio 21-24 de Barracas, pero ahora sobre todo en La Cárcova –y otros lugares del conurbano–, juegan hombres y mujeres de todas las edades, aunque el rango etario predominante va desde los 8 hasta los 20. A medida que se fueron sumando vecinos, empezaron a dividirse en grupos. «Al principio teníamos tres, cuatro chicos. Se acercaban por curiosidad. Nos costó meterlo como deporte porque era muy raro», recuerda Juárez. El material que se utiliza para practicar cricket es importado. Por lo tanto, juegan con bates, cascos y pelotas provenientes de donaciones. «Al inicio nos prestaron el patio de la escuela de oficios del barrio para capacitarlos, pero entrenábamos y lo mostrábamos en los pasillos», resume.
Nahuel Romero, vecino de La Cárcova, es uno de los jugadores que escuchó hablar de la iniciativa a través de su hermana, que también jugaba en el barrio. Luego de varios años de entrenamiento, llegó a la Selección argentina de Cricket –todavía forma parte– y participó de la Copa América que se disputó en Perú. «Sentí una gran felicidad al representar a mi país. Mi vida antes de conocer este deporte era ir a la escuela y de la escuela a mi casa. Cricket sin Fronteras me liberó y me enseñó a socializar. Aprendo de mis compañeros cada día», reflexiona ante Tiempo. Ahora, se desempeña como profesor y entrena a los más chicos.
El proyecto llegó a oídos de una inspectora de la provincia de Buenos Aires, quien convocó a las autoridades de Cricket sin Fronteras para implementar la idea en las currículas de diferentes escuelas públicas bonaerenses de zona oeste. «Trajimos el programa a los colegios: de lunes a viernes, los profes de educación física pueden articular el cricket en sus clases y, a los chicos que les gusta, se les ofrece acercarse a la plaza los sábados para seguir con el entrenamiento. Es un semillero», explica Braconaro.
Lucas López, otro vecino de José León Suárez, fue alumno de la Secundaria 39, escuela que formó parte del programa. «Me interesó porque no había prejuicios como en otros deportes. Llegué a formar parte del Seleccionado que representó a Argentina en el Sudamericano de 2019. Salimos campeones y me consagré como el mejor jugador del torneo. Fue una experiencia única», explica.
Un punto clave para los fundadores y voluntarios es que los chicos no abandonen el colegio y puedan, el día de mañana, estudiar o trabajar. Juan Pablo Corregidor formó parte del programa como voluntario durante varios años y hoy está a punto de recibirse de profesor de educación física. «Empecé jugando amistosos y después pasé a ser profesor. El proyecto me ayudó a estudiar. Mis compañeros me alentaron para llegar a donde estoy hoy», reconoce Corregidor. Y agrega: «Muchos chicos lograron triunfos importantes: algunos llegaron a la Selección argentina de cricket, otros ganaron sudamericanos y premios individuales, pero todos volvieron para ayudar a sus compañeros como profesores o voluntarios”. «