Hola, cómo están.
Hace unas horas llegamos a Doha, la capital de Qatar, el país donde desde este domingo se va a jugar un Mundial de fútbol, esa maquinaria que nos absorbe por un mes, la que para quienes puedan seguirlo dentro de la rutina cotidiana -porque sí, la vida sigue- regirá sus horarios y la que dominará nuestra conversación pública.
Esto parece -pasadas las tres de la mañana, desde un taxi, mirada superficial- una ciudad en construcción. Digo que lo parece, pero sabemos que lo es. Doha vive en estado de construcción, en un work in progress permanente que se aceleró desde que el 2 de diciembre de 2010, en una doble votación que incluyó a Rusia 2018, fue designada la sede de la 22º Copa del Mundo de fútbol masculino.
Desde ese día se apilaron las denuncias por sobornos, nunca probados en las causas judiciales porque la forma en que circula ese tipo de pagos no es tan lineal. ¿Un acuerdo comercial con un país? ¿El desarrollo de un complejo deportivo? ¿La compra del principal equipo de fútbol de la ciudad?
Pero todo tuvo sus consecuencias. Estados Unidos, con la sangre en el ojo de que su candidatura cayera ante la propuesta qatarí, movió al FBI. Explotó años después el mayor escándalo de corrupción de la historia del deporte, la caída del imperio de Joseph Blatter y el desmembramiento de la FIFA. El sistema FIFA, dijimos acá. Les recomiendo, para seguir con esto en detalle y contexto, dos series documentales. FIFA Gate, por el bien del fútbol, cuyos ocho capítulos se pueden ver en YouTube, y la nueva FIFA Undercovered, que está en Netflix y tiene lo extraordinario de que ahí hablan todos.
Pero vuelvo al taxi que nos lleva de madrugada junto a otros colegas desde el aeropuerto Hamad, al sur de la ciudad, hasta La Perla, un archipiélago artificial, un avance sobre el mar, en el que se levantan torres de lujo, se amarran yates, y se extienden distintas zonas con estilos europeos, algo de Andalucía, algo de Venecia, pero siempre algo árabe. Único lugar donde los extranjeros pueden comprar propiedades. Ya les contaré más pero es la postal que deben estar viendo si engancharon algún móvil de televisión.
Primeras postales de Qatar
Qatar está en permanente construcción no sólo por el Mundial sino por su propio desarrollo gracias a las reservas de gas natural y petróleo sobre las que estamos parados ahora mismo. Este Mundial obligó a acelerar el levantamiento de seis estadios y la remodelación de otros dos. Hubo que trazar nuevas carreteras y calles, además la oferta hotelera y construir -atención- tres líneas de metro, con 37 estaciones, algunas bajo el desierto. El Mundial más caro de la historia, según sus cifras oficiales, unos doscientos mil millones de dólares de inversión del emirato y sus socios privados.
Llegamos a Doha desde Buenos Aires con escala previa en Addis Abeba, la capital de Etiopía, cuerno de África, tierra de los velocistas. Hubo antes una recarga en San Pablo, de combustible y de pasajeros. El avión mezcló argentinos con brasileños. Cantitos obvios, promesas de cruces en semifinales o augurios de eliminaciones tempranas. Más argentinos que brasileños. “¿Cómo hacen para ir al Mundial? Yo ni aunque juntara todo mi sueldo podría hacerlo”, me había dicho una empleada de migraciones en Ezeiza cuando pregunté si veía desfilar mucha gente hacia Qatar en los últimos días. Es cierto. Un informe de Melisa Murialdo que se puede leer acá dice que en la Argentina se necesitan veinte salarios mínimos para esta aventura.
¿Y está bien que estemos acá? Unas horas antes de volar le escribo al colega Ramiro Martín, argentino pero con residencia en Barcelona que hace unos días contó su decisión de no vincularse profesionalmente con el Mundial. “La decisión -escribió en su cuenta de Twitter- tiene que ver con que en algún momento habrá que empezar y yo quiero y puedo empezar hoy. Empezar a decir que NO a normalizar la violación de derechos humanos por el solo hecho de que, de por medio, haya algo que los futboleros queremos tanto como es el Mundial”.
Hay otros casos, pero cito a Ramiro porque lo conozco y sé que es honesto y genuino. Y su decisión nos interpela, nos discute. Tres asuntos nos cruzan acá, todos en el marco de los derechos humanos y las libertades civiles. Las muertes de obreros migrantes en la construcción, con cifras que todavía se discuten, una homofobia institucionalizada, los derechos y libertades de las mujeres dentro de un sistema legal que puede incluir el tutelaje masculino, según denuncias de organismos internacionales.
No es solo Qatar. Es la región, Medio Oriente, el Golfo, países árabes musulmanes, o los que no son árabes pero en los que rige una estructura legal religiosa. Vengo en el avión leyendo Medio Oriente, lugar común, un libro de Ezequiel Kopel editado por Capital Intelectual, del que también leo en paralelo Feminismo en el Islam, una compilación de Ali Zahra. No es sólo Qatar, pero ahora vemos Qatar. Y para contar y saber hay que poder ver. Los Mundiales visibilizan aunque sólo entreguen una foto. Y también pueden obligar a cambios. En Qatar tuvieron que eliminar la kafala, el sistema de patrocinio para los trabajadores migrantes, que en su mayoría provienen de India, Nepal y Bangladesh. Y alentó la ampliación de derechos y un camino para el futuro del trabajo en zonas de altas temperaturas sobre todo porque lo que también mata es el calentamiento global. Este informe de la revista Time (en inglés) es extraordinario.
¿Y si no era en Qatar dónde estaríamos hoy? ¿En Estados Unidos, el que que acá en Medio Oriente invadió países para traer su democracia y su moral occidental? ¿El que alimentó guerras entre iraníes e iraquíes, entre sunnitas y chiítas, como política de “doble contención” para que ninguno se le desatara y todos a la vez se le desataron? ¿O hubiéramos preferido una sede europea? A los colonizadores de estas tierras. A los que mandan acá a sus empresas –como esta francesa– que se benefician con los suntuosos proyectos inmobiliarios bajo estas leyes laborales. Qatar fue uno de los últimos protectorados británicos en pie junto a Baréin y Emiratos Árabes Unidos, que declararon la independencia en 1971.
El capitalismo occidental no tiene problemas en recibir los dineros qataríes para otros negocios, el PSG, Volkswagen, Tiffany, Miramax, British Airways, Porsche y las distintas inversiones de la familia real Al Thani. El Mundial es una más. En esas sedes, a la vez, nadie tendría problemas en tomar alcohol. Nadie se preguntaría dónde estarán los puestos de cerveza dentro del estadio, preocupación de uno de los patrocinadores principales de la FIFA, algo que todavía por estas horas se discute entre los organizadores. Todo indica que no habrá venta de cervezas en los perímetros más cercanos a los estadios, que se impone el sector más conservador de la familia real. Atentos a esa puja interna porque atraviesa casi todo lo que sucede en este Mundial.
Este es el primer Correo Qatarí. De acá saldrán mil hilos. Y todavía no arrancó el fútbol. Sobre los cortes de Nicolás González y Joaquín Correa, reemplazados por Ángel Correa y Thiago Almada habrá algo en la web de Tiempo.
Ahora salgo a la calle, a los 33 grados.
Hoy día de rezo y de descanso. Es la yumu’ah, la azalá (oración) de los viernes.
A esa bruma que se ve en el cielo, en el aire, que se respira, y que es arena, el desierto metiéndose en la ciudad.
Hasta la próxima carta.
Elisabet
19 November 2022 - 16:07
Impecable Alejandro, poniendo sobre la mesa todos los temas a los que hay que prestar atención, ya que no nos distra