A Ronaldinho lo seducen Villa Real, Pira Guasu, Halcones, Chacarita, Sport Espada, Sport Pitufo y Negro Cumbiero. Son los equipos del senior (mayores de 35 años) en la Agrupación Especializada de la Policía de Asunción, una cárcel de Paraguay. Juegan presos y policías. Hay como premio un cerdo de 16 kilos. Lo tienta Fernando González Karjallo, expresidente de Sportivo Luqueño e hijo de un presidente de la Asociación Paraguaya de Fútbol, detenido por usura y lavado de dinero. Pero Ronaldinho decide no competir en el cemento de la cancha de futsal. Cierra el torneo con una exhibición. Lo marca el diputado oficialista Miguel Cuevas (Partido Colorado), encarcelado por corrupción. Ronaldinho entrega los trofeos. El sábado 21 de marzo, cumple 40 años. Lo agasajan con “un pescado a la parrilla y después un grasiento asado bien paraguayo”, precisan las crónicas. Y días antes de cumplir 32 días en la Agrupación Especializada de la Policía, que durante la dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989) fue el mayor centro clandestino de detención de ese país, Ronaldinho despunta en la arena del “piki voley”, variante guaraní del futvoley a la brasileña. Campeón del mundo en Corea-Japón 2002 y Balón de Oro 2005, Ronaldinho pasa ahora el encierro de cuarentena en prisión domiciliaria en un hotel cinco estrellas de Asunción porque no puede salir de Paraguay.
Ronaldinho y su hermano y representante Roberto de Assis Moreira se exponen a una pena de hasta cinco años de cárcel por entrar con pasaportes falsos a Paraguay, el 6 de marzo. Para iniciar, sospechan los fiscales, un negocio que incluía lavado de dinero a través de la fundación Fraternidad Angelical, cuya responsable, la empresaria Dalia López, se encuentra prófuga de la justicia. López está ligada al expresidente paraguayo Horacio Cartes, rival interno en el Partido Colorado con el actual presidente, Mario Abdo Benítez. La prisión mediática de Ronaldinho, analizan, podría ser un vuelto que le cobró Benítez a Cartes. Pero el principio del ocaso de la estrella brasileña había empezado quizás en su vuelta de Europa a Brasil, en 2011, cuando dejó Milan y llegó a Flamengo, “traicionando” a Gremio, el club de origen. Con Flamengo ganó el Campeonato Carioca, pero la prensa puso a la misma altura a las fiestas en su mansión de Río de Janeiro. Se marchó a Atlético Mineiro: en 2013 fue campeón del Campeonato Mineiro y de la Copa Libertadores. Ese año jugó su último partido con la selección de Brasil. Y algo se rompió.
Una temporada en el Querétaro de México (2014/2015) y nueve partidos sin goles y con suplencias en Fluminense en 2015 prepararon el anuncio del retiro, dos años después. Sobrevinieron partidos de exhibición, torneos de futsal en la India, publicidades, un reality show en Emiratos Árabes, una película con Mike Tyson y música. En 2018, Ronaldinho apoyó como tantos otros futbolistas a Jair Bolsonaro, presidente en crisis después de echar al ministro de Salud en plena pandemia del coronavirus. Tres años antes, la Justicia le había retirado los pasaportes a él y a su hermano en el marco de un negocio de construcciones irregulares en áreas medioambientales, después de que se negasen a pagar una multa de 8,5 millones de reales. La prohibición de salir de Brasil le complicó la agenda de negocios. Bolsonaro lo nombró embajador turístico. “El gobierno de las bromas -escribió el periodista Breiler Pires- no necesita un comediante”.
Assis, su hermano y representante, es la referencia de Ronaldinho. Su padre murió cuando tenía ocho años. De ahí que acepta los planes de Assis, quien también fue futbolista profesional. Y a su hermano, dicen en Brasil, “le gusta mucho, muchísimo el dinero”. Al margen de su apoyo al discurso racista, homofóbico y autoritario de Bolsonaro, Ronaldinho es aún hoy sinónimo de alegría y jogo bonito. “Ronaldinho es la expresión del samba -escribió el periodista Ezequiel Fernández Moores en la revista Surcos en 2007, cuando Ronaldinho era el crack global-. También hay capoeira en sus movimientos. Es la decisión del Brasil futbolístico de aceptar sus raíces africanas”. Ronaldinho, que admitió que no le gusta ver partidos, se cansó temprano de la vida de profesional. “De niño quería ser como mi hermano -dijo en una entrevista en 2005-. Pero aprendí de muchos. De uno, un control. De otro, un regate. De gente anónima, de futbolistas que nadie conoce. Incluso viendo jugar a los niños en la playa”.
En Paraguay, Ronaldinho y su hermano dijeron que desconocían la falsedad de los documentos, entregados por la fundación Fraternidad Angelical. Y pagaron una fianza de 1,6 millones de dólares. En el Hotel Palmaroga, en el casco histórico de Asunción, al brasileño le acondicionaron el salón de baile -30×15 metros- como una canchita de fútbol. En la Agrupación Especializada de la Policía, la cárcel en la que vivió un mes, hubo lágrimas en la despedida. “En el único lugar que Ronaldinho se comportó como un subversivo fue dentro de una cancha -escribió Jorge Valdano-. Como ocurre con tantos futbolistas brasileños, para Ronaldinho la vida siempre fue una fiesta, y el fútbol, juego que exagera la vida, una fiesta al cuadrado. Ronaldinho en la cárcel, metáfora de un fútbol cada vez menos libre. Dejen en paz a Ronaldinho”.