Exitista, histérico, exigente, paranoico, resultadista, el fútbol argentino está metido en un espiral de locura existencial del que no puede salir. El botón de muestra: 19 de los 30 entrenadores que empezaron el campeonato de Primera División dejaron su cargo después de apenas 14 fechas. Y a nadie le parece una locura, no hay gritos en el cielo, todo sigue porque la noticia es quién remplaza al que se va en lugar de parar la pelota y preguntar por qué se fue el que se fue.
Abrumados por los cuestionamientos, hartos de los silbidos, cansados de dar explicaciones, Ricardo Zielinski y Gabriel Milito se fueron de Avellaneda el fin de semana pasado, en la misma fecha en que otros dos de sus colegas también decían basta: Sebastián Méndez en Godoy Cuz y Lucas Bernardi en Arsenal. Zielinski renunció con Racing en la 10ª posición, a diez puntos del primero y tres partidos después de haber ganado el clásico por goleada. Milito se fue del club en que ídolo, con su equipo 7º y en medio de la búsqueda de un estilo de juego que se emparenta con la historia de Independiente. En un campeonato que todavía no llegó a la mitad, con 16 fechas por delante, metidos entre los diez primeros y a menos de diez puntos del líder, tanto Racing como Independiente están en posiciones expectantes metidos en la elite de los que pueden pelear el título. Desde el resultadismo más extremo, los dos equipos de Avellaneda están llevando adelante un torneo medianamente exitoso. Pero no. Parece que no. Los hechos demuestran que no alcanza. Según la mayoría de los hinchas, casi todos los dirigentes y algunos periodistas opinadores, se necesita más, se exige más. ¿Será que sólo el primero es exitoso? ¿Será que sólo sirve salir campeón?
La palabra fracaso es tan profunda que escupirla con liviandad puede llevar a lugares espantosos. Para muchos, la Selección Argentina fracasó después de perder tres finales. Para esos mismos, Milito fracasó en el actual torneo después de que Independiente ganara seis partidos, empatara cuatro y perdiera otros cuatro. No importa la intensión de juego, no interesa la búsqueda de un estilo, ni siquiera se tiene en cuenta que sin brillar mereció más de lo que obtuvo. Se escuchan silbidos en el Libertadores de América y se instala la palabra fracaso en la boca de los hinchas, azuzados desde varios micrófonos. ¿Serán esos opinadores y esos hinchas tan exigentes con sus propias acciones como lo son con el equipo? ¿Está dentro de las funciones del periodismo juzgar con el dedito levantado quién es exitoso y quién fracasa? Preguntas que no tienen respuestas pero que pueden servir para reflexionar sobre la forma en que se vive el fútbol.
Si la vara que separa al éxito del fracaso está tan alta, se podría decir que son unos fracasados todos los periodistas que no trabajan en el programa de radio o de televisión con más rating. Y lo mismo les cabe a quienes no escriben en los diarios o páginas web con mayor venta o entradas. En medio de esta lógica ilógica, entonces, abundan quienes tildan a un entrenador como fracasado desde un programa que es un fracaso. Y siguiendo por ese camino absurdo, la enorme mayoría de la población mundial fracasa. Pero, eso sí, tilda de fracasado a otro.
Hace como 30 años que a alguien se le ocurrió decir que el segundo es el primero de los perdedores. Y cierto sector del periodismo se encargó de replicarlo hasta hacer de esa frase nefasta un estilo de vida, una forma de pensar. Entonces afloran quienes pretenden ser exitosos a través de un equipo de fútbol, dejando de lado sus frustraciones personales, y exigen títulos, porque esa es la única forma de no fracasar. Y si no lo logran, la culpa es del entrenador que hizo mal los cambios, del delantero que no la metió, del arquero que salió mal a cortar un centro, del defensor que rechazó mal, del volante que no se eludió a toda la defensa contraria, del árbitro que no cobró un penal, del juez de línea que levantó la banderita, del marcador de punta que tiró mal un centro Hay que salir campeón y, si no se logra, la culpa siempre es del otro. Así se piensa, así se actúa y así está el fútbol argentino, metido en esta vorágine histérica de la que no puede salir y repleto de fracasados.