Si en algo pensaba Joaquín, además de pensar en Luján, su equipo, era en tener algún día un trabajo fijo. Terminar la secundaria, entrar a alguna fábrica, cobrar un sueldo. No era diferente a lo que esperaban de la vida otros de sus amigos del barrio Padre Varela, en Luján, donde Joaquín Busto Coronel, a los 18 años, vivía con su madre Elizabeth hasta el domingo pasado.
Ese día, Joaquín salió para la cancha con Lucas y Franco, dos de sus hermanos, y con Bautista, su sobrino de tres años, hijo de Lucas. Luján jugaba con Leandro N. Alem por la cuarta fecha del torneo Clausura de la Primera C. Como Luján tiene los colores de River -con la banda inversa- y Alem tiene los colores de Boca, dicen que este partido es el Superclásico del Oeste. Luján está a unos veinte kilómetros de General Rodríguez por el acceso Oeste, en la provincia de Buenos Aires. De ahí es Alem, el lechero. Carlos Cordone, ex jugador de Vélez, San Lorenzo y Racing, y también de Alem, dijo una vez: «Luján tiene la Basílica, tiene el río y nosotros lo único que tenemos es el fútbol».
La rivalidad tuvo su explosión de intensidad en 2012 cuando ambos equipos jugaron por la última fecha del torneo en pelea contra el descenso. El partido tenía que jugarse en Luján y había preparada una jornada necro: globos negros, marcha fúnebre y ataúdes. Al final, para evitar problemas, lo llevaron a Temperley sin público. Salieron 0-0 y Alem se fue a la Primera D. Esa historia anabolizó los odios mutuos.
Por eso cuando Joaquín llegó con sus hermanos y su sobrino al Municipal de Luján no se sorprendió de los fantasmitas de la D en las banderas, una costumbre desde entonces cada vez que el lujanero juega con Alem. Una primera versión es que Joaquín se quedó cerca de la puerta de ingreso a la cancha, sobre la calle Francia, para conseguir una entrada, para ver si finalmente abrían la puerta. Pero quienes estaban con él contaron luego que había entrado a la cancha, que habían visto los primeros minutos del partido y que cuando se escucharon los primeros disparos salió a ver con otros amigos.
En el canal comunitario Pares TV, la única transmisión en vivo, se ve la secuencia. Todavía está en YouTube. El cielo nublado sobre Luján, la tribuna techada repleta, y un partido que todavía no daba para mucho. Por atrás del estadio se ven movimientos. Autos, alguna corrida, hay que adivinarlas. Se escuchan varios disparos. A los quince minutos, el árbitro Nicolás Kresta para el partido. Sería por esa hora, cerca de las 15.50, que Joaquín estaba en el piso, herido de bala. Tizi, un amigo, intentó ayudarlo. Enseguida llegaron los bomberos.
Un grupo de barras de Alem había caído en siete autos desde General Rodríguez. Eran tropa de apoyo para los suyos que estaban en la cancha. Sin visitantes en el fútbol argentino, había solo un puñado de dirigentes y allegados, el eufemismo que se usa para quienes entran en la lista de privilegiados que verán el partido. Entre ellos también había barras. Los que llegaron lo hicieron a los tiros. Una de esas balas de 9 milímetros le dio a Joaquín en el abdomen. Murió horas después en el hospital municipal de Luján.
A Joaquín le dicen Juaco o Joaco. Sus amigos lo escriben Joako. Ese domingo entró en la lista de víctimas de la violencia en el fútbol argentino. Según el registro de Salvemos al Fútbol, una cuenta que se inicia en 1922, fue el 343. Son episodios que se naturalizan, con alguna indignación mediática y algo de lamento. El partido se suspendió pero el fútbol siguió su curso. La AFA sacó su comunicado. Alem tendrá sanciones como no poder jugar en su cancha. Hubo detenidos, uno de ellos vocal de la comisión directiva, César Ramírez. Buscan, además, a Mariano y Ariel González, Facundo Serrano, Diego Barrientos y David Capelani.
Marcelo y Ariel son los hijos de Carlos González, el presidente de Alem, al que por esas horas le preguntaron sobre su relación con la barra. “En la comisión directiva -respondió- son todos hinchas de Alem. No es que son de saquito y corbata (…) Los de la tribuna nos hicimos cargo del club, en Independiente pasa lo mismo con Moyano y Bebote. Es así, chicos”. Ariel, además, era hasta esta semana Director de Tránsito de General Rodríguez, un municipio en manos de Mauro García, del Frente de Todos. Lo echaron cuando el escándalo creció. Hace un tiempo, Ariel González era uno de los voceros de que Alem comenzara a pagar en criptomonedas.
Así funcionan las estructuras de muchos clubes, donde ser barra o ser dirigente es una frontera difusa. “Los márgenes son más pequeños porque son menos -me dice el sociólogo Rodrigo Daskal-. Entonces todos están en todo. Los que son barras son los directivos mezclados con los hinchas comunes, todos pintan la cancha, todos van al club”.
Es otro fracaso de la seguridad deportiva. El fútbol acumula víctimas como resultados deportivos. Las nombra, pasan, las recuerda algún día. Y nada más. Donde no olvidan a Joaquín es en la Casa Hogar Virgen del Cerro que mantiene su padre. Joaquín solía colaborar en el merendero. También en la escuela Normal Florentino Ameghino, donde estudiaba. Y en la casa de Eli, su madre. Ahí lo recuerdan como un pibe cariñoso, pegado a sus hermanos, a sus sobrinos, a sus primos. Con sus proyectos, sus ganas. Ahora les queda el reclamo por justicia.