Argentina necesitó embarrar la cancha para ganarle una especie de final en las Eliminatorias a Chile en el Monumental, «un partido determinante», como dijo Edgardo Bauza: como lo planteó el entrenador, una lucha en el barro. Fue literal lo del césped con pozos por el riego de agua en exceso antes del partido, y fue, sobre todo, espiritual, porque jugó poco y nada desde las pequeñas sociedades, porque Javier Mascherano erró tantos pases como empujó al equipo hacia cualquier sentido que lo alejara del propio arco. La noche del jueves en la vuelta a Núñez, repleta de cotillón Showmatch con humo, fuegos artificiales, llamaradas y luces de recital, decoró un triunfo clave en el camino a Rusia 2018: la Selección quedó tercera, en puesto de clasificación directa.
Apenas eso y todo eso. Si se quiere, la primera final para Bauza, tildado más en los clubes por los títulos que por cómo conquistó esos títulos. Así se explica entonces cómo ganó Argentina. Nada más. Argentina había empezado el partido afuera del Mundial por la victoria de Colombia ante Bolivia y lo terminó adentro. No hubo mucho más para destacar en un partido cargado de padecimientos hasta el final por el pulso de Argentina, nerviosa por ver enfrente a Chile, el verdugo moderno.
Marcos Rojo y Emmanuel Mas fueron los pioneros a la hora de tirarla para adelante y lejos. Y en los primeros tres minutos, como para sentar las bases. La siguió Ángel Di María, un galgo que salió disparado después de cada patada a la pelota. Un océano de distancia imposibilitó la junta Di María-Lionel Messi, remediada en el segundo tiempo con el ingreso de Ever Banega, punto de referencia detrás de los delanteros. Pero la figura sobresaliente en el terreno escarchado fue Mascherano, siempre predispuesto a la patriada de héroe, siempre cerca de perder la pelota dos veces en una misma jugada, salvado por la furia de Messi, recuperador, asistidor y goleador en la cuota mínima para cubrir el vacío. La actuación de Mascherano tal vez requiera rever la estructura de juego de la Selección de aquí a futuro. O no, y seguir empantano, pierna fuerte y revoleo.
Bauza nunca había ganado en la cancha de River como técnico de los clubes argentinos e internacionales. Un tiro libre de Alexis Sánchez que chocó contra el travesaño y un disparo mordido de Nicolás Castillo contenido con suspenso por Sergio Romero casi frustra el plan de ganar como se pueda dentro del parámetro de morder y rezarle al Dios Messi. Fue lógico, en ese contexto de la Selección, la ovación para el correcto Gabriel Mercado. Hasta quizá fue previsible su lesión, las amarillas a Mascherano y Gonzalo Higuaín con suspensión para el partido de este martes ante Bolivia, y el cansancio final de Chile. Porque trabarle la circulación rápida fue la intención inicial desde el pasto y desde los pelotazos. Argentina terminó con todos adentro de su propia área y con Messi afuera, como para protegerlo de la resistencia, como para que conservara el celeste y blanco en la camiseta, sin manchas marrones.
Fue aclamada la garra desde las tribunas del Monumental. Se trataba de ganarle a Chile. Se trató de sufrir para ganar. Lo consiguió, cerca del límite de trancarse en los agujeros. Argentina salió del pozo como pudo, y está ahora más cerca de levantar la Copa en Rusia, como vaticinó Bauza. Aunque, claro, primero hay que saber clasificar.