La única certeza de la Selección argentina después de Rusia se llamaba Lionel Messi. Aquel desastre, no sólo por lo que pasó durante el Mundial sino por todo el camino de llegada, requería dar vuelta todo; poner patas para arriba al equipo, a la estructura y su sistema. Lo que siguió fue una transición larga con Lionel Scaloni en los controles, un técnico de experiencia nula, rodeado de otros ex futbolistas cosecha José Pekerman. A los pocos meses, se sumó César Luis Menotti, el constructor de la selección moderna, como manager, un cargo que ya había ocupado Carlos Bilardo, el otro campeón del mundo con la Argentina. El ensamble, que no mostraba un plan a la vista y tampoco prolijidad, funcionó mejor de lo esperado durante la Copa América del año pasado, en Brasil, con recambio de jugadores que formaron una nueva constelación alrededor de Messi. Después de casi un año sin jugar juntos, sin verse ni en el comedor del predio de Ezeiza, ese molde volvió a ponerse sobre la cancha en el inicio de las Eliminatorias. Sin las mismas prestaciones, aún con muchos problemas de juego, pero con la misma certeza: que está Messi.
El camino hacia Qatar, que comenzó el jueves con la victoria gris frente a Ecuador, se supone como el último período mundialista de Messi como jugador. Es un asunto etario. Porque así como cuesta imaginar a una selección sin Messi, también es algo de lo que habrá que hacerse a la idea. Resulta más difícil pensarlo con 39 años en una competición de ese nivel. Qatar aparece, entonces, como la última oportunidad de esa fantasía nunca concretada hasta ahora, la de ver a Messi levantando la Copa del Mundo. Pero primero hay que llegar hasta ahí, recorrer esa ruta áspera y montañosa por Sudamérica que en 2017 se completó con angustia, mucha angustia, precisamente frente a Ecuador y con gol de Messi.
Le toca a Messi conducir una selección de hombres comunes, una mayoría de jugadores con estadía europea pero lejos del estrellato aunque algunos aún puedan explotar hacia la elite, como Lautaro Martínez. Sin Sergio Agüero, lesionado, sin Ángel Di María, por decreto del entrenador, además de Paulo Dybala lo que hay es un conjunto de nombres más terrenales a los que acostumbraba la Selección argentina. Queda expuesta esa situación cuando se recorren los puestos de defensa y el arco, donde hay variantes que salen de equipos de la liga local. A la generación de estrellas la marcaron las finales perdidas, pero también la idea -tan cierta- de que no basta sólo con figuras para hacer un gran equipo. Ahora, cuando lo que escasean son las figuras, lo que tendrá que aparecer es una idea o un conjunto de ideas que moldeen el equipo. Igual que antes, igual que siempre en el fútbol, pero esta vez más a la vista.
Messi ya mostró en la Copa América que puede liderar, incluso hasta que puede ser un líder carismático. De los que se pelean con la Conmebol o con el presidente de su club. Las realidades del Barcelona y la Selección tienden a ser parecidas. También el club catalán está en una reconstrucción de su plantel, con menos vuelo que otros tiempos y apoyando sus esperanzas en Ansu Fati, un chico de 17 años sobre quien muchos se apresuran a señalarlo como el heredero. A diferencia del Barcelona, un hogar siempre cálido para Messi, la Selección es un lugar en el que elige estar. Si bien experimentó el amague de la renuncia, nunca la concretó. Cuando volvió a jugar, después de ese agujero post Copa América 2016, lo hizo sin quejas. Y su incomodidad en Rusia 2018, donde los jugadores pulsearon hasta la formación con el entrenador, derivó en esta gestión de renovación. Scaloni está donde está también porque Messi lo quiere. Es lo que es.
Un consenso que debe tener ciertas prerrogativas para el entrenador, pero que le permiten al entrenador tomar decisiones que hasta hace un tiempo parecían impensadas con Messi al lado, como dejar afuera a Di María o poner en un segundo plano a Agüero. En ese equilibrio arrancó este viaje, que ya se sabe que es largo y tiene muchas curvas.