Pepe Sánchez, base de la selección del oro olímpico en Atenas 2004, se sumó a la Universidad de Temple en agosto de 1996. Un argentino en el básquetbol norteamericano era una rareza en ese tiempo. Cuando terminó su primera práctica con el equipo, se duchó y se fue a descansar a su habitación en el pabellón universitario. Cinco minutos después tenía a todos sus compañeros dentro de la pieza. “¿Tenés algún problema con los negros? ¿Te molesta que seamos de color?”, le preguntaron. Sánchez respondió con sorpresa que pensaba que los problemas los podían tener ellos con él, por ser blanco. Con el correr de los meses comprendió que él “no era blanco, sino hispano”. La anécdota la contó el bahiense en la revista El Gráfico. Y sirve para dimensionar cómo se vive el racismo dentro del básquet yanqui.
“Ser negro en los Estados Unidos es estar siempre apuntado por tener el color de piel diferente. Somos humanos como cualquier otra persona, queremos el mismo respeto que damos”, explica el alero argentino-estadounidense Erik Thomas, ahora jugador de los Soles de Mexicali, hijo del ex NBA Jim Thomas. Para comprender el racismo en el básquet norteamiercano también pueden servir algunos números. Alrededor del 80% de los jugadores de la NBA son afrodescendientes. De los 30 propietarios de franquicias, sólo uno: Michael Jordan. Al menos una vez por semana hay un acto racista en el deporte de Estados Unidos, donde se calcula que mueren siete personas por día por ser negras. La comprometida figura de LeBron James y la antagonía con el presidente Donald Trump, en cuyo mandato aumentaron un 373% las denuncias de comportamientos racistas en el deporte según el Instituto de Diversidad y Ética del Deporte, hicieron emerger un caldo de cultivo en que se cocinó durante décadas en la NBA: aunque los negros sean mayoría, los normas las ponen los blancos.
Que los caminos de los deportistas se pueden cruzar con los de la política es sabido hace tiempo en Estados Unidos. El mítico boxeador Muhammad Ali y el basquetbolista Kareem Abdul-Jabbar, máximo anotador histórico de la NBA, son acaso sus dos máximos exponentes, a los que ahora se puede sumar a la futbolista Megan Rapinoe. A Jordan, en cambio, lo acompañó durante 30 años la frase de que “los republicanos también compran zapatillas”, para justificar su falta de posición política para apoyar en las elecciones de 1990 al demócrata Harvey Gantt, quien estuvo cerca de ser el primer senador negro del sur. En The Last Dance, Jordan dio explicaciones sobre esa sentencia e incluso se sumó el expresidente Barack Obama: “Me habría gustado ver a Michael apretar un poco más sobre ese tema”.
Pero el documental de Jordan y los Chicago Bulls no fue el único hito que entregó el básquet durante esta pandemia. Antes de que la temporada de la NBA se reanudara en la «burbuja» de Disney, los jugadores pusieron como condición que les permitieran algunas medidas que mantengan vivo el espíritu de protesta que se había generado durante las repercusiones al crimen de George Floyd, asesinado por un policía en mayo. El eslogan Black Lives Matter («Las vidas negras importan») se puede leer en la cancha y en las camisetas, los jugadores pusieron en el suelo su rodilla durante el himno estadounidense y en cada entrevista exigieron justicia por las víctimas de la violencia policial. Cuando comenzaban a sentir que sus acciones no tenían impacto social, llegó el ataque a Jacob Blake, que recibió siete tiros en la espalda. Como el asesinato de Floyd, el caso de Blake fue grabado en video. Y esos 20 segundos en los que se ve cómo un hombre de 29 años recibe siete tiros delante de sus tres hijos alcanzó para generar una huelga histórica en el deporte estadounidense.
La decisión del miércoles de los Milwaukee Bucks de no salir a disputar el partido de cuartos de final ante Orlando Magic generó una cadena que derivó en la suspensión del torneo por tres jornadas y a la que también se sumaron la WNBA, la MLB (béisbol), la MLS (fútbol), el tenis y hasta algunos equipos de la NFL (fútbol americano).
El viernes la NBA y el sindicato de jugadores ya habían acordado terminar con la huelga, volver a los entrenamientos y retomar los playoffs. No sólo cosecharon adhesiones y visibilidad en esas 48 horas. La organización se comprometió a una serie de acciones en favor del movimiento por la igualdad racial. Cuando la campaña electoral para las elecciones de noviembre entra en estado de ebullición, lo mismo ocurre con la temporada de la NBA que, pese a las medidas de aislamiento en Disney, parece no tener nada de «burbuja». Los jugadores acordaron que los dueños de franquicias que además sean propietarios de sus predios convertirán esas instalaciones en centro de votación para recibir a personas de comunidades vulnerables. Además, habrá anuncios publicitarios en cada partido de playoff para lograr una mayor participación en las elecciones, que en Estados Unidos son voluntarias.
Aspiran así a que más personas de las comunidades afroamericanas participen de la votación. Es la continuidad del proyecto que inició en junio LeBron James con la organización More Than a Vote (Más que un voto) para combatir la abstención en las comunidades afro. “Queremos que vayas a votar, pero también te daremos un tutorial. Vamos a darte el contexto sobre cómo votar y que están haciendo ellos, desde el otro lado, para intentar que no votes”, decía James en su lanzamiento. “La NBA se convirtió en una organización política”, bramó Donald Trump en la convención republicana que lo erigió como candidato para una reelección que las encuestas parecen no alentar. Y eso que la campaña recién comienza.