Como cada filtración que revela secretos bancarios, los Pandora Papers dejaron un capítulo para el fútbol con un zoom específico para el argentino. El goteo de millones de documentos que se realizó a través del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación entregó los nombres de Javier Mascherano, Ángel Di María, Mauricio Pochettino y Humberto Grondona, el hijo del ex presidente de la AFA, y también los de los entrenadores Pep Guardiola, del Manchester City, y Carlo Ancelotti, del Real Madrid, a quienes se les adjudican la conformación de sociedades offshore con la finalidad de evadir impuestos. Son la clase de personajes -como los artistas, cantantes, ricos y famosos en general- que entregan títulos de portales al asunto, pero que no terminan de mostrar la estructura, la manera en la que los dueños del fútbol mueven sus dineros.
Ocurrió con Wikileaks, los Panamá Papers, los Paradise Papers, donde saltaron las operatorias en guaridas fiscales de dirigentes, empresarios y futbolistas, desde el presidente de la FIFA, Gianni Infantino hasta Lionel Messi. En el libro Argenpapers, los secretos de la Argentina offshore en los Panamá Papers, los periodistas Santiago O’Donnell y Tomás Lukin expusieron también el entramado offshore de la empresa Torneos y su ex CEO, Alejandro Burzaco -actualmente a la espera de un juicio en Nueva York por lo que se conoció como el FIFA Gate- que utilizaba diversas herramientas para ocultar el pago de coimas a cambio de derechos televisivos del fútbol sudamericano.
Hace más de diez años que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) estableció que se trataba del territorio perfecto para el lavado de dinero. Por los millones que mueve a nivel global, por su estructura, y porque se trata de un mercado donde es demasiado sencillo inflar -o desinflar- los precios. ¿Cuánto vale el pase de un jugador? ¿Cuánto vale un club? ¿Cuánto vale una camiseta? ¿A cuánto cotizan los derechos de transmisión? Ese informe es de 2009, cuando los magnates ya avanzaban en el fútbol inglés, como el ruso Roman Abramovich en el Chelsea y la familia estadounidense Glazer con el Manchester United. Después llegaría el tiempo de los jeques. La realeza de Abu Dhabi compraría el City y la qatarí se quedaría no sólo con el París Saint Germain, también con Messi.
Pero si la llegada del crack rosarino a París parecía el golpe final de esta temporada -el PSG ya había roto todo en 2017 cuando pagó 222 millones de euros por Neymar, una transacción que en total le costó el doble-, el fondo saudí Public Investment Fund acaba de sacudir al mercado comprando por más de 350 millones de euros al Newcastle, hasta ahora en manos del magnate británico Mike Ashley. La Premier League frenaba desde el año pasado esa operación. Tenía por un lado las denuncias de Amnistía Internacional acerca de que agentes saudíes habrían estado detrás del asesinato del periodista Jamal Khashoggi en Estambul. Y por el otro, acaso el verdadero trasfondo, tenía la disputa entre Riad y Doha. beIN Sport, la empresa qatarí dueña de los derechos de la Premier para Medio Oriente, estuvo en los últimos años cancelada en Arabia Saudita, que a la vez promovió otra emisora. Esa pulseada geopolítica llegó a su fin en estos días: hubo acuerdo y se levantó la barrera para el desembarco saudí. La Premier, para matizar críticas, le dijo a PIF que debía asegurarle que fútbol y Estado eran asuntos separados. PIF se lo garantizó. Pero como recordó Nahuel Lanzón (en Twitter: @nahuelzn), un conocedor del fútbol de Medio Oriente, ningún fondo de inversión árabe actúa de manera independiente a la familia real. El nuevo presidente del club inglés es Yasir Al-Rumayyan. Pero el patrón es el príncipe Mohamed Bin Salman. Y el Newcastle, anteúltimo en la Premier, se convirtió en el equipo más rico del mundo, un poder de billetera que se calcula en 320 mil millones de euros.
Ese es el inflador con el que funciona el fútbol. En Europa, pero también -cómo no- en Sudamérica, donde mandan las offshore y las triangulaciones para evadir cargas impositivas, cuando no para lavar. Días atrás, la Justicia allanó las oficinas de la AFA y de distintos clubes argentinos. Buscaba documentación en la que estuviera involucrado el ex futbolista y actual empresario uruguayo Uriel Pérez, dueño de la empresa De 9 con la que representa a más de 80 jugadores. Se lo investiga por lavado de dinero y evasión en diversos pases donde actuó como intermediario entre clubes de la Argentina -Independiente y Racing, dos de ellos- y México. Una sospecha que atraviesa la causa que se tramita en el juzgado de Sandro Arroyo Salgado es que los dineros que se movieron para esas transferencias podrían provenir del narcotráfico. También que operaba a través de sociedades con sede en Panamá y Uruguay, que esta semana volvió a ingresar en la lista de países observados por la Unión Europea en cuanto a información fiscal.
Dentro de todo ese esquema están las filtraciones. Todas estas maniobras parecen naturalizadas porque ese sistema las acepta. Pueden saltar nombres, generar impacto, llamar la atención y cada uno tendrá que responder sobre sus operatorias, pero en lo profundo está la estructura del fútbol, casi como una guarida en sí misma.