“¿Cómo puedo explicar con palabras las sensaciones?”, se pregunta Diego ante miles de personas que no dejan de gritar su nombre, de hacerle reverencias, de soñar que, con él y por él, todo es posible. Hasta salvar a Gimnasia del descenso. Maradona explica bien sus sensaciones y los hinchas también. Lloran los viejos, lloran los pibes, lloran los hombres y las mujeres. Lloran de emoción por saber que el club de fútbol al que aman es protagonista por fin de algo grande de verdad.
«La 22 del fin del mundo» es una agrupación de Ushuaia. Tripera, claro. Una veintena de hinchas de Gimnasia que viven en Tierra del Fuego. Fueron de los primeros en llegar al estadio Juan Carmelo Zerillo, que de a poco se fue tiñendo de azul y blanco, preparando la fiesta histórica. Los accesos lucían llenos de guirnaldas intercaladas con pasacalles con distintos saludos: «Diego, el Bosque te da la bienvenida», «Diego, el Bosque es tu casa, el barrio de Favaloro y la cuna de Cristina. Bienvenido compañero».
Dentro del campo de juego, el club dispuso tres grandes inflables para darle más color a la fiesta: las fauces del Lobo, por dónde apareció Maradona; el rostro del Diez y otro Lobo con la camiseta de Gimnasia.
“No me esperaba esto, aunque yo veía por televisión estos días la locura que se había generado y el apoyo de la gente. Pero cuando entré a la cancha no lo podía creer. Pensé en mi vieja y en mis hijos, pensé en ellos, y creo que le puedo dejar un legado al fútbol argentino”, dice Maradona con los ojos húmedos y la voz quebrada.
Le acercan un micrófono, le cantan la mítica canción de Rodrigo, le sueltan globos y le agitan banderas. Le organizan un entrenamiento bien dominguero, solo para que la pelota esté presente en la fiesta. Diego no puede patear porque sus rodillas no le responden. Diego mira pasar la pelota y parece que en cualquier momento va a echarse a correr atrás de ella…
Maradona recorre su nueva casa caminando despacio, saludando cada una de las tribunas, con los cordones de las zapatillas desatados, obviamente. Se sienta sobre una heladerita y descansa un poco. Se vuelve a levantar y sigue, rengo..
“Mago no soy, solo no puedo hacer nada, pero la vamos a pelear, nos vamos a jugar la vida con este grupo de muchachos que va a ser un ejemplo de trabajo. Mañana nos vamos a reunir con el Gallego Méndez y el martes ya vamos a hablar de cómo queremos jugar”. A Maradona le cuesta ponerse el traje de director técnico y hablar como hablan ellos, porque siempre será jugador. Su buzo no dice DT, dice DM. Entonces Diego ensaya ordenar un movimiento táctico pero sus dirigidos lo miran todavía absortos Los junta en círculo, los mira a los ojos y los arenga. “Los hinchas van a dar el plus para ganar los partidos y los vamos a ganar”, les grita.
La locura linda de Maradona en Gimnasia ha comenzado. Diego sí, y solo en tres días, provocó una lluvia de inversiones. Renegociación a la suba del contrato con la marca deportiva que viste al equipo, ofertas de acá y de allá de empresas que piden un lugar en la manga o en el cuello de la camiseta, en la estática de la cancha; cadenas de televisión que imploran que los partidos del Lobo se jueguen en horarios compatibles a los de Asia y a los de Europa, miles de socios nuevos que empezarán a pagar y miles de socios viejos que pagaron su deuda de meses con el club porque ahora para entrar a la cancha hay que tener el carnet al día.
“A mi después de la Selección el fútbol argentino me hizo una cruz. La FIFA y la AFA, Blatter y Grondona. Pero estoy acá de pie, como quería la Tota. Ella me decía no te mueras por estas porquerías… y yo no me morí”. Maradona vive. Por siempre. Ahora, en Gimnasia.