Ricardo Enrique Bochini y Leonel se dan unos pases en una cancha del predio de Independiente en Villa Domínico. Leonel juega con un hermano de Bochini en las inferiores. Se sorprende: al Bocha le cuesta hacer jueguitos. No lo cree. A la semana siguiente le pregunta si no sabe o si no le gusta. “A ella -le señala a la pelota- no le gusta. No le gusta que la levantes. Le da vértigo”. Otra: el escritor Juan Forn es el dueño de la pelota en el fútbol cinco. El equipo de los escritores tiene un refuerzo de lujo: Bochini. Forn, hincha del Rojo, mete un pelotazo al pie de un compañero. Precisión. “¿Qué hacés, nene? ¿Tas loco? Esto es por el piso”, le dice el Bocha. “Pequeño y ligero, dominaba el arte de la conducción, el arte y el regate -escribe el periodista Santiago Segurola-. Se decía que no le obsesionaba el gol. Le define un comentario apócrifo que rueda en la mitología del fútbol. ‘Si seguís así, me vas a obligar a marcar’, alguien creyó oírle a modo de reproche a un compañero fallón”. Bochini, el Charles Chaplin del fútbol argentino, recibirá este sábado en el San Mamés el premio One Man Club que entrega Athletic Bilbao a los futbolistas que jugaron en un solo club, como el Bocha en Independiente.
Un camino para contar a Bochini en el club de su vida es una sucesión de números: 714 partidos entre 1972 y 1991 -19 temporadas ininterrumpidas-, 108 goles y, aunque no exista un registro oficial, más de 200 pases gol, en el marco de 13 títulos, entre ellos, cuatro Copa Libertadores (1973, 1974, 1975 y 1984) y dos Intercontinental (1973 y 1984). Y, también, podemos agregar que, a sus 68 años, Bochini tiene una estatua en la sede del club, una calle en Avellaneda y dos estadios con su nombre: el del Club Atlético Famaillá de Tucumán y, desde el año pasado, el de Independiente, que se llama “Libertadores de América-Ricardo Enrique Bochini”. Quizá sea insuficiente. Campeón del mundo en 1986, Bochini era el ídolo de la infancia de Diego Maradona, su “pase, maestro” en México. Pero falta esto: Athletic Bilbao destaca que el One Man Club resalta otros valores, ajenos a los éxitos, pero propios del club: lealtad, compromiso, responsabilidad, deportividad, respeto. El viernes, un día antes de que reciba el premio en el entretiempo de Athletic Bilbao-Valencia de manos de José Ángel Iribar -el futbolista con más partidos en el club- y del juvenil más joven de la cantera, Bochini se sentará en un mesa del festival “Letras y fútbol”, junto a su biógrafo, Jorge Barraza, y al escritor Eduardo Sacheri, hincha de Independiente.
Antes de subirse al avión rumbo al País Vasco, Sacheri dice que, a pesar de haber conversado algunas veces con Bochini, todavía lo ve y se derrite. “Siempre me siento que lo estoy jorabando, así que suelo mantenerme un poquito al margen”, dice el autor de la reciente novela El funcionamiento general del mundo, una especie de regreso al universo del fútbol. En las antípodas aparece Chichilo, un hincha viral del Rojo que, apenas lo vio, dinamitó el elogio: “¡La concha de tu hermana! ¡Bocha!”.
El misterio de Bochini -la magia eterna- está en su juego. Un 10. Un enganche que gambeteaba hacia adelante, de a trancos cortos. Las medias caídas. La frente en alto en la conducción. Como dice Segurola, hincha de Athletic Bilbao, no le obsesionaba el gol: no pateaba penales ni tiros libres, tampoco cabeceaba. Pero hacía goles que valían títulos y, cerebral, metía asistencias milimétricas, que originaron el término “pase bochinesco”. Si en Argentina comparamos su estilo con el de Juan Román Riquelme, en España lo emparentan con el de Andrés Iniesta. “Me lo dijeron”, confesó Iniesta, autor del gol del triunfo en la final del Mundial de Sudáfrica 2010. “Y le pregunté a Leo (Messi) y a Javi (Mascherano), que me hablaron maravillas de Bochini. Es bonito que la gente reconozca tu forma de jugar. Al final, yo soy feliz jugando y me hace muy feliz que la gente sienta algo distinto cuando te ve jugar. Por lo tanto, la agradezco”. El Bocha le devolvió la pared: “Hoy casi no existen 10. Iniesta quizá fue el último intérprete de ese puesto que en la cancha es muy difícil de cubrir”. Bochini, Iniesta y Riquelme parecieron expresar con el cuerpo que correr como un velocista en el fútbol era una falta de respeto al juego.
Ahora, Bochini será el primer sudamericano en recibir el One Man Club, un premio que Athletic Bilbao entrega desde 2015. Los anteriores futbolistas de un solo club galardonados fueron el inglés Matt Le Tissier (Southampton), el italiano Paolo Maldini (Milan), el alemán Sepp Maier (Bayern Munich), el catalán Carles Puyol (Barcelona), el escocés Billy McNeill (Celtic) y el galés Ryan Giggs (Manchester United). “El premio es para distinguir a personas cada vez más raras. Grandes estrellas que jueguen en un solo club van a ser cada vez más improbables -dice Sacheri, 54 años, crecido con el Rojo Rey de Copas-. Y el Bocha tiene un agregado simbólico y no menor: se vincula a la mejor época institucional de Independiente. El Bocha no sólo jugó toda su carrera en Independiente por su extraordinario talento, fidelidad y amor a la camiseta, sino porque detrás había un club capaz de retenerlo y potenciarlo, cosa que el Independiente actual no lo es en absoluto. Valorarlo es mirarnos en un espejo que no nos gusta y que necesitamos imperiosamente modificar”.
En tiempos modernos, ni siquiera Lionel Messi pudo convertirse en un One Man Club. Muchas de las estrellas del fútbol eligen emprender un exilio económico -y hasta sociocultural- en el final de sus trayectorias. Iniesta, por ejemplo, cierra su vida de futbolista en el Vissel Kobe de Japón después del Barcelona (2002-2018). “Yo elegí vestir esta camiseta -dijo el Bocha en marzo a Radio Gráfica-. En mi época no se hacía mucha diferencia económica con una transferencia, y como Independiente siempre me pagó bien, preferí seguir porque era el mejor club de Sudamérica, por delante de River, Boca y los equipos brasileños. Nunca me arrepentí de vestir tan sólo la camiseta de Independiente, quise jugar toda mi vida”.