Las oficinas, recién inauguradas, se conmovían con las campanadas provenientes de la Abadía de Westminster, ubicada del otro lado de la Tothill Street. Bernie archivó el contrato que acababa de firmar y lo convertía en el dueño del equipo Brabham, que el viejo Jack le había vendido. Así ingresaba a la Fórmula 1.
En ese 1972, la temporada de F-1 tuvo 12 carreras: Argentina, Sudáfrica, España, Mónaco, Bélgica, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Austria, Italia, Canadá y EE UU. Este 2017, luego de arrancar el 26 de marzo en Australia, recorrerá el mundo: China, Bahrein, Rusia, España, Mónaco, Canadá, Azerbaiyán, Austria, Gran Bretaña, Hungría, Bélgica, Italia, Singapur, Malasia, Japón, EE UU, México, Brasil y Abu Dhabi. Veinte competencias, pasando por los confines del planeta, corriendo de día y de noche. Eso que quedan afuera plazas infinitamente tuercas como Alemania y Francia.
Esa apertura, ese cambio gigantesco, una revolución que puede verificarse en otros aspectos ejemplificadores, comenzó a gestarse el día en que Bernard Charles Ecclestone vislumbró el negocio. En 1972 compró Brabham y quedó en igualdad de posición con Ken Tyrrell, Colin Chapman, Frank Williams y, especialmente, con Max Mosley, con quien comparte ideología: cuando el exdueño de March y expresidente de la FIA fue descubierto en un video de una orgía que remedaba campos de concentración, su amigo Bernie declaró su preferencia por los regímenes totalitarios y elogió a Hitler, que «estaba en posición de mandar a muchos y conseguir que las cosas funcionen».
En fin, junto con sus colegas, en 1974 creó la FOCA (Asociación de Constructores de F-1), la protoempresa que haría explotar el negocio monumental. Para eso, en 1978, se enfrentó a Juan Marie Ballestre, un caballereo elegante y educado, que era el presidente de la FIA (Federación Internacional de Automovilismo) y que, con una lógica acorde a aquellos tiempos, manejaba el deporte motor que incluía, claro, a la F-1.
¿Dos reyes o solo uno? El llamado Acuerdo de la Concorde en 1979 dividía las ganancias: un 47% para los equipos, un 30% a la FIA y un 23% a la FOPA (que se creaba, también comandada por Bernie, e incluía promotores y administradores).
Un león ese muchachito de uno cincuenta y pico, que hace mirar a todos hacia abajo y que nació el 28 de octubre de 1939 en Bungay, Suffolk. Hijo de un pescador, largó sus estudios a los 16 para trabajar una fábrica de gas y costearse su hobby, el motociclismo. Siempre de camisa blanca y pantalones negros.
En 1999 sufrió una operación de corazón, tres bypass incluidos.
En 2004 estuvo a punto de perder el control de la categoría a manos de Speed Investments (Lehman Brothers , Bayerische Landesbank y JP Morgan). El arreglo llegó cuando el petiso se despachó con £ 260 millones y los bancos lo ratificaron en su trono. Antes y después tuvo otros escándalos y hasta le arrancó temporariamente el GP a su propio país porque no ponía la plata suficiente. Los billetes que a él no le faltan: según Forbes, tiene la cuarta fortuna británica, con unos U$S 4600 millones.
En 2012 sumó otra foja de envidia mundial al anunciar su tercer matrimonio, esa vez con la pulposa Fabiana Flosi, treintena de centímetros más alta y 45 años más joven. A los 86 años tiene tres matrimonios, tres hijas, muchos nietos y hasta bisnietos.
El mismo tipo que osó decir que «la muerte de Senna fue buena para la F-1», el que llegó a bromear con el secuestro de su suegra (Nunca pondría un peso), con la golpiza que sufrió en un asalto («Me hicieron un escáner en el hospital y descubrieron que tengo cerebro») y hasta con la sospecha de su participación en el Gran Robo del tren de Glasgow en los ’60 («¿Para qué robaría yo un tren que solo transportaba un millón de libras?»).
Un provocador profesional, que hace un tiempo exclamó: «A la F-1 le haría falta una mujer negra, judía y que gane carreras, de ser posible».
También: «¿Mi sustituto? Posiblemente será un exvendedor de coches usados». Y hace unos días redondeó: «Carey puede hacer muchas cosas que yo no he hecho con las redes sociales, algo con lo cual él parece estar más en contacto».
Una declaración que destila la soberbia y el resentimiento de un rey al que, finalmente, le arrebataron la corona del reino que él mismo se encargó de crear. «
Más show y algo de mística
Liberty Media llega con dos principios clave para realizar cambios y en ellos debería tener injerencia Ross Brawn:
1)Deporte: Generar nuevas carreras, sin perder los circuitos míticos y volver a los Monza, Indianápolis, Nürburgring. Por caso este año, no habrá GP de Alemania y lo quieren recuperar. Prometen la continuidad de Gran Bretaña y más carreras en EE UU.
2) Espectáculo y paridad: Introducir en la F-1 el concepto de que las 20 carreras sean «20 Super Bowls», o sea, devolver la emoción a la pista, que la categoría sea más competitiva y pareja. Reconocen que están estudiando fórmulas.
3) Explorar la web: Consideran que es un área a explotar. Miran la receta de monetización de otros deportes como, por caso, la NFL.
Multiplicación de los panes
Hasta septiembre, la Formula One Group pertenecía a un fondo de inversiones de capitales de riesgo, la CVC Capital Partners, con sede en Londres y Luxemburgo, que fuera creada en 1981 por Citicorp. Durante la mitad de los 2000 fue controlada por Lehman Brothers (que luego quebró), el LBI Group y el JP Morgan. En esta década, se respaldó en los grupos Waddell & Reed, BlackRock y Norges Bank. Comprende varias subsidiarias, como Delta Topco.
Quien tuviera U$S 4400 millones se quedaría con el paquete. Los invirtió Liberty Media, del multimillonario John Malone (75 años) que dirige el emporio desde Englewood, Colorado y opera a través holdings como Liberty Global (gigante del cable de Europa), Discovery Communications, Discovery Channel y Eurosport; y posse el 27% en Chanter Communicatios, el 53% de Sirius XM Radio Inc., el 26% de Live Nation Entertainment, entre otros. Sus tentáculos llegan a Viacom y Time Warner, Sprint Corporation y Barnes & Noble y otras.
Compró el paquete mayoritario de CVC y la totalidad de Delta Topco: ya maneja la F-1. Detrás de los bigotazos terminados en rulos y su gesto de abuelo bueno, Chase Carey es gente de Harvard y Colgate, donde se formó y jugó rugby. Pieza clave de News Corp, mentor de Fox y del desarrollo américano de DirecTV. En 2011, Rupert Murdoch lo hizo presidente ejecutivo de News Corp. Fue como cuidarle el sillón al hijo de Murdoch, James, que luego lo sucedió.
Carey es considerado un león en el manejo de redes sociales. Fue entronizado como capo de la F-1. Justamente, hace algunas horas aseguró que la F-1 tiene un enorme potencial y con múltiples oportunidades sin explotar (
) Bernie (Ecclestone) la dirigió como un dictador. Este deporte necesita una mirada nueva. Sus laderos serán Sean Bratches (ex jefe de marketing de ESPN), en la parte comercial y Ross Brawn (ingeniero de enorme experiencia en la F-1; lideró el team Mercedes hasta 2013) en el área deportiva.