Habían pasado sólo 49 días desde que Mauricio Macri entregó el bastón de mando en la Argentina hasta que se conoció una nueva designación presidencial: tendrá a cargo la Fundación FIFA, una “organización que busca generar un cambio social positivo” a través del deporte, según palabras del propio Macri, y que tiene un presupuesto anual de 100 millones de dólares. Curioso: en los cuatro años del gobierno de Macri los clubes de barrio de la Argentina fueron uno de los sectores más castigados por la crisis económica y social. Reunidos por Tiempo Argentino, siete dirigentes y dirigentas de distintos clubes (Guido Veneziale, del club Miraflores; Carlos Olguín, de Oeste; Marita Miguel, de Premier; Diego Graziano, de Nueva Era de Pompeya; Leo Militello, de 17 de Octubre; Noelia Roots, de Flores Sur; y Cristian Font, de Sportivo Domínico) exponen lo complejo que fue sostener estas instituciones durante el macrismo y su frustración por la nueva designación.

Al igual que en otros sectores de la sociedad, la crisis también generó la unión entre distintas entidades para resistir y reclamar derechos. Así, entre 2016 y 2019, surgió el colectivo Defendamos los Clubes y el Observatorio Social y Económico de Clubes de Barrio y Afines (OSECBA). “A partir de febrero de 2016, cuando se dio el primer aumento de tarifas criminal que llevó adelante Macri, los clubes de barrio nos organizamos. La primera movilización a Plaza de Mayo durante el macrismo la hicimos nosotros, que estábamos alertando que se venía el fin de los clubes de barrio. Tuvimos que tomar Edesur, tuvimos que ir a la Secretaría de Energía y sólo obtuvimos promesas. Con cuatro años más de macrismo el modelo de deporte social que existió desde siempre en la Argentina hubiera dejado de existir, no tenemos dudas”, explica Veneziale, que le pasa la pelota a Militello para que defina: “La FIFA es un gran negocio de corporaciones internacionales, junto con el Comité Olímpico Internacional (COI), son dos de los grandes negocios de la era moderna. Y Macri encaja perfecto en ese mundo. Por supuesto que nos da bronca, pero no nos sorprende su nuevo cargo”.

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(Foto: Pedro Pérez)

Los tarifazos que dispararon en forma exponencial los costos de los servicios y la pauperización de la clase media fueron un combo casi letal para los clubes entre 2016 y 2020. Según un informe del Observatorio, la morosidad llegó al 60% en las masas societarias de los más de 20 mil clubes que hay en el país y por los que pasan más de 16 millones de personas para realizar actividades deportivas, sociales o culturales. “Fue una confrontación de dos modelos: por un lado uno asociativo y solidario, como son nuestros clubes, contra otro depredador que busca el fin de lucro. Macri aplicó un plan sistemático para destruir a los clubes de barrio y abrirle paso a las sociedades anónimas deportivas. Cuando vos recorrés el país te cruzás con los especuladores que pasan por los clubes para ofrecerles transformarlos en emprendimientos turísticos, shoppings. Somos clubes centenarios que se fundaron en terrenos que valían 10 pesos y ahora valen 10 millones”, relata Font, referente del OSECBA, quien remarca que la crisis terminal de los clubes de barrio es una cuestión federal.

Otro de los grandes cambios que debieron afrontar durante los cuatro años de macrismo fue el rol dentro de la sociedad: no sólo funcionaron como un actor cultural dentro del barrio sino también como contención. Alrededor de un millón de personas fueron contenidas en los clubes: 265.050 en merenderos, 250.475 en servicios de salud, 186.125 en comedores, 129.050 en clubes del trueque y 124.575 en casos de violencia. “Nosotros en Pompeya recibimos permanentemente pibes y pibas que no sólo vienen a hacer deporte: también a buscar su merienda y un bolsón de comida. El día que el merendero no exista más nos vamos a quedar tranquilos. Es un tema muy duro. Hay dirigentes que dejaron la vida literalmente dentro de los clubes porque vieron que lo que durante muchos años les costó construir como una entidad deportiva pasó a ser una sociedad de beneficencia”, relata Graziano, de Nueva Era de Pompeya.

Entre las muchas fotos simbólicas de la crisis que entregó el gobierno de Cambiemos en sus cuatro años, algunas tuvieron a los clubes de barrio como protagonistas. En abril del año pasado, por ejemplo, hubo un gran apagón como medida de protesta de todos los clubes del país. También, algunas más dramáticas, como clubes con las persianas bajas, actividades descontinuadas por no pagar los servicios, como la pileta de Franja de Oro, o cortes de servicios impedidos por los propios pibes que se acercaban a hacer deporte. “En Flores Sur, que es un club fundado por vecinos y vecinas para darle un servicio al barrio, nos cortaron la luz durante algunos días. Hubo una foto emblemática de un entrenamiento de fútbol que se hizo gracias a que los padres pusieron los autos en dirección a la cancha y encendieron las luces. Fue una muestra de cómo sobrevivimos”, explica Noelia Roots.

“Lo que pasó en el país -resume Marita Miguel, de Premier, que también remarca la necesidad de incluir una agenda de género dentro de los clubes- pasó en nuestras instituciones. Si la familia no podía pagar las cuentas de la casa, no iba a sostener la cuota del club del nene. La diferencia es que nosotros no ponemos un molinete que rechace al que no tiene la cuota al día: incluimos a todos”. Entre risas, alguien que está en la mesa del despacho presidencial del club Oeste, en el corazón de Caballito, bromea: “¡Igual que el Boca de Macri!”. Otra vez, la grieta: entidades asociativas contra sociedades anónimas. “Ahora lo va a querer seguir instalando desde este puesto que le inventaron en la FIFA. No la vimos venir, pero acá Infantino vino al G20 invitado por Macri. Ellos también arreglaron que el River-Boca se juegue en Madrid. Por eso ahora digo que hay que abrir los ojos y estar atentos a lo que venga”, advierta Carlos, local en el Oeste.

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Más allá del cargo en la FIFA, la expectativa de los clubes de barrio es cuáles serán las políticas públicas del gobierno de Alberto Fernández que, por fin, les traigan el alivio. Rescatan el diálogo fluido con las autoridades y el gesto de interrumpir el corte de AYSA del club DAOM, en Bajo Flores. Pero la incertidumbre está: los clubes pagan más en servicios de lo que pueden recaudar, a lo que se le suman los intereses. La relación con el Estado es directa: el 70% de los clubes presta sus instalaciones para actividades públicas y en el 90% de los casos no recibe una retribución. “Cuando veo a un club como este no veo paredes, no veo un techo: veo gente -cierra Graziano-. El club es una persona que recibe a muchas personas: al nene, a la hermana, a la mamá, al papá, al abuelo. Son familias que tienen algo. Cuando se entienda el significado que tiene el club de barrio quizá se sensibilicen y entiendan nuestras necesidades”.