«Cuando das trabajo a alguien, aunque las condiciones sean duras, le das dignidad. Orgullo. No es caridad, no se trata de dar algo y decir: ‘Quedate ahí, te daré algo. Me siento bien porque puedo dártelo'». Gianni Infantino, el presidente de la FIFA, lo dice sentado, cruzado de piernas, vestido de traje, el zapato derecho que roza una pelota. Es mayo de 2022. El Mundial de Qatar –que se inaugurará hoy en el estadio Al Bayt– ya definitivamente es un hecho. La asignación de la sede a Qatar en 2010, más que sospechada por la compra de votos, superó primero una investigación interna de la FIFA, muy endeble (Informe García). Y, después, la intervención de Estados Unidos con el FBI. El FIFA Gate de 2015 terminó con la era de Joseph Blatter, que no quería el Mundial 2022 en Qatar, sino en Estados Unidos. Y reordenó el poder del fútbol. Infantino habla de los trabajadores inmigrantes muertos en Qatar durante la Conferencia Mundial del Instituto Milken en Los Ángeles, Estados Unidos, sede principal de la Copa del Mundo 2026. Infantino conversa, destaca el Instituto Milken, acerca del beautiful game. El fútbol es, desde sus orígenes, más que «hermoso» –como será en Qatar 2022, un Mundial artificial a la medida de Instagram–, the people’s game. «El juego de la gente».
HBO Max y Netflix (Estados Unidos) nos recordaron con las series Los hombres que vendieron la Copa del Mundo y Los entresijos de la FIFA la corrupción del viejo orden político del fútbol. Y Europa –su eurocentrismo– las violaciones a los derechos humanos, la esclavitud moderna, la criminalización de la diversidad sexual, el lugar de la mujer y las muertes de los obreros inmigrantes en la construcción de los estadios. Qatar 2022 fue un Mundial malparido. A principios de noviembre, Infantino les envió una carta a las 32 federaciones presentes en Qatar: «Por favor, concentrémonos ahora en el fútbol. No permitan que el fútbol se vea arrastrado a todas las batallas ideológicas o políticas que existen. En la FIFA tratamos de respetar todas las opiniones y creencias, sin dar lecciones morales al resto del mundo. Ningún pueblo, cultura o nación es mejor que otro. Es la piedra angular del respeto mutuo».
El martes pasado, en la Cumbre del G-20 de Bali, Infantino pidió un «alto al fuego» durante el Mundial en la invasión de Rusia a Ucrania. Rusia, sede del Mundial 2018, fue excluido de la clasificación a Qatar. Rusofobia en el deporte. El pedido de Infantino no solo fue hacia Qatar. O, en verdad, fue una respuesta a Ucrania, que le había pedido a la FIFA que Irán fuera expulsado de la Copa por suministarle armas a Rusia. El jueves, Infantino se aseguró la presidencia de la FIFA hasta 2027. Candidato único en las elecciones de marzo. Lo respaldaron 200 de las 209 asociaciones, incluidas 52 de la Europa que pide boicot, molesta, ironizan, por vivir su primer Mundial en invierno. La nueva FIFA se parece mucho a la vieja FIFA. Infantino es tan responsable de Qatar 2022 como Blatter. «El tipo de paisaje infernal hecho para Infantino –escribió el periodista Adam Crafton en The Athletic– es uno donde los más ricos y privilegiados del mundo reflexionan sobre su propio potencial para limpiar el mundo de todos y cada uno de los males».
¿El mundo árabe, como Asia (Japón-Corea del Sur 2002) y África (Sudáfrica 2010), no merecía sin embargo una Copa del Mundo? ¿Acaso no sirvió Qatar 2022 para establecer ciertas regulaciones en las condiciones laborales, como un salario mínimo?
La Federación Alemana de Fútbol (DFB) no apoyó la reelección de Infantino, su tercer mandato. «Esperaba que mostrara una mayor consideración por los derechos humanos y un mayor compromiso con los asuntos humanitarios», dijo Bernd Neuendorf, presidente de la DFB. La selección alemana aterrizó en Qatar en un avión colorido, ploteado con el lema «Diversity Wins» («La diversidad gana»). El gobierno de Alemania había repudiado a Khalid Salman, exfutbolista y embajador del Mundial de Qatar, después de que calificase en la televisión pública alemana ZDF a la homosexualidad como «un daño mental» (Qatar es uno de los 69 países en los que ser homosexual está penado con cárcel). Es el mismo gobierno de Alemania que cerró este año un acuerdo con Qatar para reemplazar el gas ruso. Y el que recibe inversiones millonarias de Qatar en sus empresas (Volkswagen, Siemens, Deutsche Bank).
«Lo que hicieron los qataríes fue una estrategia multidimensional de soft power. En otras palabras, integrarse a la comunidad internacional en una forma que la comunidad internacional tenga interés en venir en tu defensa si esto fuera necesario. La cadena de TV Al Jazeera fue una de las primeras estrategias. Las inversiones en general fueron otras, como con la compañía aérea Qatar Airways. También sumaron una estrategia cultural, con música, festivales de cine, museos y deportes. La relación con Estados Unidos ahora se ha visto fortalecida. Hay lazos de defensa militar muy estrechos. No hay que olvidarse que Qatar es sede de la base aérea estadounidense de Al Udeid, la más importante en Oriente Medio», sostiene James M. Dorsey, periodista, profesor universitario y autor de El mundo turbulento del fútbol en Oriente Medio, y puntualiza: «Qatar es una autocracia, no una democracia. En términos de derechos políticos, cuando hablamos de libertad de prensa, de expresión, de sindicatos, nada de eso existe. Sobre derechos humanos en general, Qatar es tan culpable como otros países. Pero si buscamos el que llenó la canasta entre los peores países del mundo, no estará en ese grupo».
Qatar, afiliado a la FIFA (1970) antes de la independencia del colonizador Reino Unido (1971), es un país musulmán, islámico, una petromonarquía siempre gobernada por la familia real Al Thani, lejano y ajeno para Occidente. La selección de Inglaterra también llegó al Mundial en un avión con un símbolo LGBTI+. El inglés Justin Fashanu fue el primer futbolista de élite en reconocerse gay, en 1990. Después de admitirlo en The Sun, jugó en 13 clubes en siete años, los últimos fuera de Inglaterra, que lo había marginado por homosexual. Fashanu se suicidó en 1998. «Somos conscientes de los problemas que hay en Qatar –dijo James Maddison, mediocampista de la selección inglesa–. Como Inglaterra y la FA, hemos emitido una declaración al respecto. Somos personas que defienden la inclusión y la diversidad». Si Estados Unidos se quedó sin el Mundial 2022, Inglaterra se quedó sin el de 2018. Si Alemania necesita el gas qatarí, Qatar le compra aviones de guerra a Inglaterra. La selección inglesa recibió en su centro de entrenamiento en Al Wakrah a trabajadores inmigrantes que construyeron los estadios de Qatar. Jugaron con ellos, se sacaron fotos y les regalaron entradas para el debut ante Irán. Pero el encuentro fue digitado por la FIFA y Qatar, que seleccionaron obreros elogiosos.
La Media Inglesa, un blog español que creció a medio autogestivo, viajó en cambio a Nepal para radiografiar los «daños colaterales» en la construcción de los estadios de Qatar. «No entiendo qué pasó ni por qué. Eramos pobres antes, y lo seguimos siendo», dice, en el segundo capítulo de «Qatar: el Mundial a sus pies», Gita Devi Mandal, viuda de Bikru Mandal Dhanuk, pintor que cayó desde un quinto piso después de haber cambiado de trabajo por cinco meses de deudas. Goma Magar, viuda de Bhupednra Magar, cuenta que su esposo se desplomó con un dolor en el pecho. Jornadas de 12 horas, solo suspendidas cuando la temperatura supera los 50 grados, vigiladas y con castigos, sin agua potable. Su hijo, dice Goma Magar, le pregunta por qué su papá no lo llama.