Rodrigo Archubi nunca soñó con jugar al fútbol en el profesionalismo. Bicicleteaba de Remedios de Escalada a Lanús para disfrutar del club y un día, de repente, lo subieron a Primera. Y salió campeón del mundo con Lionel Messi en el Mundial Sub 20 de Holanda 2005, y lo compró el Olympiakos de Grecia, y llegó a River. Hasta que el 12 de noviembre de 2009 se produjo el click: la AFA le informó que dio positivo en un control antidoping por consumo de tetrahidrocannabinol: por fumar marihuana. Tres meses de suspensión, estigmatización y destierro. Archubi juega hoy en Sportivo Italiano, un club de la C, la cuarta categoría, en el que, dice, está feliz.
¿Qué lugar ocupás?
Me siento referente. Si bien tengo 31 años, al estar en otra categoría, más abajo de las que siempre jugué, me siento referente. Me gusta hacerme notar, no pasar desapercibido, tratar de dejar algo haciendo lo que me gusta, que es entrenar, jugar a la pelota y estar con mis compañeros.
¿Es cierto que no ves partidos?
Desde siempre. Me acuerdo que (Donato) Villani, el médico de las selecciones juveniles, me decía: «No digas nunca eso, que si trabajás de esto tenés que mirar fútbol». Y no me salió. Creo que el fútbol no pasa por ahí: adentro de la cancha, aunque sea zurdo o derecho, te puede enganchar para afuera o adentro. Todo es indistinto. A mí me gusta jugar. Después, salgo de mi trabajo y no soy de mirar.
¿Muchas cosas te aconsejaron que no dijeras?
Seee. He visto que todo el tiempo hay que estar escondiendo algo, o que no faltes el respeto por los códigos, esos que no comparto ni los voy a compartir. Están mal, como ese derecho de piso que todo el mundo dice que es normal. ¿Porque soy pibe tengo que hacer cosas que no quiero? No.
¿Hasta dónde callaste?
Un montón de cosas, porque, si no, no hubiera llegado a Primera. Después, cuando me hice un poco conocido, jugué y me hice una mochila, aguanté cada vez menos y hablé más. Es un orgullo. No sé si hice lo que quise, pero en momentos clave no me dejé pasar por arriba por ningún técnico ni dirigente por más poderoso que fuera.
¿Qué les decís a los que te marcan que «fracasaste» porque jugás en la C?
Desde que empecé me di cuenta lo que genera el fútbol en los hinchas. Está ese grito fácil de «fracasado». Para mí es todo lo contrario: me crié en otro fútbol, y tranquilamente otro jugador no hubiese venido a jugar a Italiano. Sé que muchos se retiran porque les da vergüenza bajar al Ascenso. Esto es algo nuevo, conocer el fútbol desde adentro. En Primera no conocés nada. Siempre jugué porque se ve que lo hice bien, pero siempre tuve mi vida paralela, de estudiar, de salir a andar con mis amigos por la calle. Jamás soñé jugar en River.
¿Cómo asumiste la suspensión?
Hoy me la recuerdan gritando en las canchas del Ascenso, y no sólo eso. Te gritan, te escupen, pero a los seis años, en el baby, ya te putean y te acostumbrás. Lo tomé como una enseñanza. Fue duro; jugué toda mi vida y lo hice entrenándome y cuidándome.
»No puede ser que por tres secas te dejen sin laburo», dijiste.
Sí, al meterse el periodismo, te empiezan a dar vueltas y a buscar cosas y no saben el sacrificio que hizo mi familia y yo para llegar, y te catalogan y te tratan de dejar una imagen que no es la que vos dejaste.
¿Hay hipocresía?
Totalmente. La base de todo el sistema del fútbol es la hipocresía. Está por todos lados. Te mienten todos los días en la cara, y conmigo no iban a hacer la excepción.
El consumo de marihuana no mejora el rendimiento deportivo y, por otro lado, hay países en los que es legal.
Y no hay necesidad de exponer a un deportista, que igual está en todo su derecho de fumar marihuana, tabaco, tomar alcohol. Pero siempre se busca señalar a alguien y crear expectativas en la gente de algo malo.
¿El después cómo fue? Te fuiste a jugar al Kazma de Kuwait.
Me costó encontrar club. Terminé en River y no me llamó nadie, sólo un par de clubes del interior, de muy lejos, y no me interesaban. Me tuve que ir a Kuwait a trabajar. Fue una locura de casi siete meses, pero linda experiencia.
¿Cómo hacés para mantenerte en el fútbol?
Te volvés loco y mandás todo a la mierda, como me pasó, o hacés lo que hice: seguís, y cada tanto comés mierda, pero es lo que te gusta hacer y no pensás abandonarlo por los hipócritas.
¿Tuviste otros problemas?
No, porque en la calle la gente fue siempre respetuosa. Sólo en la cancha te gritan. Soy de viajar en colectivo, andar en bici, de subirme al furgón en el tren. El que me conoce me saluda; ahora menos, porque pasó bastante tiempo.
¿Jugabas para olvidar?
Quería jugar, estar en el vestuario, y no que me juzguen, o que no me quieran cumplir el contrato. Es algo malo que tiene que cambiar por una cuestión lógica: está en la sociedad y con el tiempo crece cada vez más. Pero hubo que acatar las reglas: comer mierda para hacer lo que me gusta.