En los suburbios, al otro lado del Bulevar Periférico, la General Paz francesa, los cazatalentos de los clubes más importantes de Europa separan a los chicos del Gran París en dos grupos: los gazelle, más atléticos y técnicos, y los panthères, más físicos y potentes. Por fuera de las favelas de São Paulo, los captadores dicen que en las canchas de cemento y pasto sintético en medio de complejos de edificios de la Banlieue se concentra el mayor talento futbolístico del mundo. Razón no les falta: ocho de los campeones del mundo en Rusia 2018 nacieron en los barrios periféricos de París: Kylian Mbappé (Bondy), Paul Pogba (Lagny-sur-Marne), N’Golo Kanté (Suresnes), Blaise Matuidi (Fontenay-sous-Bois), Benjamin Mendy (Longjumeau), Presnel Kimpembe (Beaumont-sur-Oise), Steven N’Zonzi (La Garenne-Colombes) y Alphonse Areola (París). Mbappé –por ahora– y Kimpembe son nuevos compañeros de Lionel Messi en el Paris Saint-Germain, en el que también jugaron Matuidi y Areola. La Banlieue es la zona caliente de París, una capital que desprecia al fútbol como a los inmigrantes de los suburbios, donde se mueve la mayoría de los hinchas con códigos del rap que adoptaron al PSG. Y, por lo tanto, la Banlieue es el corazón futbolero que ama a Messi.
“El fútbol significa mucho en los suburbios. Todos los muchachos juegan, hay muchos clubes de barrio, muchas canchas municipales. Se respira fútbol por la presencia africana y árabe. Y Argentina es un país querido por Maradona. Los muchachos de las banlieues aman a Diego, a Zinedine Zidane, personajes rebeldes que se oponían a los poderes. Hay muchas camisetas de Maradona y había muchas de Messi del Barcelona”, dice Fernando Segura Trejo, sociólogo mexicano-argentino del deporte, doctorado en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París. Segura Trejo vivió entre 2006 y 2012 en la ciudad. En los dos últimos años, en las banlieues de Saint-Denis y Colombes. “Antes del recibimiento a Messi en el Parque de los Príncipes –marca–, los muchachos de los suburbios lo fueron a celebrar a las calles con ese ambiente multicultural”. Fundado en 1970, PSG nació a partir de la necesidad de París de tener un equipo que le compitiera al Marsella, al Lyon, al Saint-Étienne. Y hasta con un objetivo financiero: París es una ciudad tan rica que, si fuera un país, sería la decimoséptima potencia mundial.
En los primeros años, los fundadores se recostaron en el apoyo de un grupo de ultras de extrema derecha. Son los de Boulogne, en referencia al nombre de la puerta por la que entran al Parque de los Príncipes: son blancos, supremacistas, skinheads, crecidos con el espejo de los hooligans ingleses de los 80. Las sucesivas oleadas inmigratorias después de la Segunda Guerra Mundial reconfiguraron a Francia. Llegaron 2,7 millones de inmigrantes y refugiados, la mayor cantidad a un país de Europa. El 38% se asentó en el Gran París, foco de estigmatización y racismo. Subieron los índices de desempleo, pobreza y delincuencia. Y, también, el número de futbolistas: los ocho nacidos en París que participaron en Rusia 2018 con la selección de Francia suben a 15 con tres en la de Senegal, dos en la de Marruecos, uno en la de Túnez y uno en la de Portugal. Y los que no llegan a ser futbolistas profesionales, y permanecen en la clase trabajadora, y viven en los barrios que recomiendan evitar las guías de turismo, alientan al PSG: algunos son del grupo de ultras de Auteuil. En 2010, los de Auteuil mataron a golpes a un ultra de Boulogne cerca del Parque de los Príncipes. PSG aplicó derecho de admisión a 12 mil hinchas. El clima de la nueva ciudad de Messi dista de Barcelona: se asemeja a Rosario.
Desde la compra de Qatar en 2011, y con la complicidad del entonces presidente Nicolas Sarkozy, PSG profundizó un proceso de elitización en las tribunas, al estilo Premier League. En una encuesta de L’Equipe, con el 25% de los votos, el doble que el Marsella, PSG fue elegido el club más odiado de Francia. Quizá por la sensación que entrega: que está solo en París. “Ici c’est Paris”, decía la remera de Messi apenas puso un pie en la ciudad. La frase (“Esto es París”) fue creada por los Supras Auteuil 91, un viejo grupo de ultras que hasta fue a juicio por su utilización con los dueños del PSG. En la capital de Francia hay otros clubes: el Racing, el Paris FC y el Red Star. El Racing es el equipo en el que jugó Enzo Francescoli entre 1986 y 1989, hoy caído a la quinta división. El Paris FC, fundado en 1969, un año antes que el PSG, es una especie de primo lejano en la segunda división: es manejado por dineros de Bahréin.
Y el Red Star, que compite en tercera división, es una historia aparte: un club rebelde, inclusivo, antifascista y de izquierda, con su estadio anclado en Saint-Ouen, un barrio ferroviario y obrero al norte del Gran París. Cuentan que, hace unos años, un qatarí intentó comprar al Red Star. Y que se sentó a negociar con el líder de la hinchada. “Ici c’est le 93”, le respondió. El “93” son las dos primeras cifras de los códigos postales de Seine-Saint-Denis, el departamento en el que se encuentra Saint-Ouen. El Red Star, en ese sentido, no está en París: es popular. “Los Campos Elíseos fueron adoptados por la inmigración para celebrar sus propias glorias, por insignificantes que sean: nunca en París hay más ambiente de fútbol que cuando ganan un partido importante Argelia o Portugal –escribió Adrián Ruiz-Mediavilla en la revista española Líbero–. De hecho, una de las pocas maneras que los inmigrantes encuentran de reivindicar su identidad en suelo francés es a través del fútbol”.
“¡Estoy harto de aguantar este puto sistema! Vivimos en ratoneras. ¿Vos hacés algo para cambiar las cosas? No movés el culo, vos tampoco”, le dice Vinz (judío) a Saïd (árabe) y Hubert (africano). En la habitación que comparte con su hermana, Vinz tiene figuritas de los jugadores de la liga francesa pegadas en la pared. Atesora un arma que perdió un policía la noche anterior en los disturbios. “Les diré algo por ser mis amigos. Si Abdel muere, equilibraré la balanza cargándome a un policía. Se acabó eso de poner la otra mejilla”. Abdel, otro joven de la banlieue Les Muguets, ha sido víctima de abuso policial en la comisaría después de las detenciones. Está en coma. Saïd le responde a Vinz: “Gran discurso, mitad Moisés, mitad Bernard Tapie”. Es una escena de la película de culto La haine (“El odio”), estrenada en 1995, más que actual en 2021. Y Bernard Tapie era el presidente del Marsella cuando Maradona estuvo a punto de recalar, en 1989 y 1992. Pero Saïd no se refiere al Marsella de Tapie, único club francés en ganar la Champions en 1993, el gran anhelo del PSG. Ni tampoco al que fue condenado por arreglar un partido en la liga francesa, lo que derivó en el descenso del Marsella. Habla del Tapie millonario, excéntrico y político, representante de la izquierda, que hasta compitió en elecciones regionales con el ultraderechista y xenófobo Jean-Marie Le Pen.
Diez años más tarde del estreno de La haine, el 27 de octubre de 2005, Bouna Traoré y Zyed Benna –15 y 17 años, hijos de inmigrantes– entraron en el barrio Clichy-sous-Bois de regreso a sus casas. Un patrullero había sido alertado de un robo. Los vieron. Comenzaron a perseguirlos. Corrieron. En la huida, saltaron la valla de la empresa Électricité de France. Se escondieron cerca de un transformador. Una descarga mató a Bouna y Zyed. París estalló: 19 días de protestas, 9000 autos quemados, 2700 arrestos. La revuelta de las banlieues se replicó en otras ciudades de Europa. Más de 15 años después, no hay ningún culpable. Los familiares aún reclaman justicia. Aquel día, Bouna y Zyed volvían de jugar a la pelota con amigos. “Lo importante no es la caída, sino el aterrizaje”, dice una voz en off al principio y al final de La haine. Messi “cayó” a los 13 años como un inmigrante argentino en Barcelona. Ahora dejó atrás al club de su vida. Pero lo importante es otra cosa: aterrizó en París.