En esta calle, hace mucho tiempo, más de 40 años, Oreste Osmar Corbatta, wing derecho legendario de Racing, caminaba junto a un amigo de borracheras, Rafael Barone, cuando se topó con cadáveres en el piso, la vereda llena de sangre. Es la calle Colón, entre Alsina e Italia, la que ahora se llama Diego A. Milito. Y todo bajo la guardia del Cilindro de Avellaneda, al costado de donde estaban las antiguas boleterías. La madrugada del 22 de febrero de 1977, en este lugar, un operativo de la dictadura militar que llevaba once meses de represión, tortura y desaparición, fusiló a seis personas de entre 18 y 50 años, que más de cuatro décadas después siguen sin ser identificadas. Son los fusilados de la cancha de Racing que ahora, acá, desde este sábado 23 de marzo, gracias a un grupo de socios, tienen un mural que los recuerda.
La acción comenzó a las diez de la mañana cuando los integrantes del colectivo Memoria Racinguista comenzaron con las primeras pinceladas al mural por la Memoria, la Verdad y la Justicia en una de las paredes frente al Cilindro. Empezó, entonces, a verse el pañuelo de las Madres, una pelota con sangre, el brazo extendido con el puño cerrado, hacia un arco, la significación de la lucha contra la impunidad. Y la leyenda: «Los fusilados de Racing 22/2/77». Una lucha que se da en las calles, como ocurrirá este domingo como todos los 24 de Marzo, pero también en los clubes, como sucede en muchos de ellos por la persistencia de socios y socias -muchos organizados desde hace un tiempo en la Coordinadora de Hinchas por los Derechos Humanos- y de comisiones directivas que entendieron el camino. El mural fue diseñado por Mario Almaraz, pero pintado de manera colectiva.
Aunque este mural empezó a pintarse, en realidad, hace poco más de dos años, cuando la periodista Micaela Polak publicó una investigación del episodio. Había leído en un libro lo que Barone relató de esa madrugada durante una declaración testimonial, en una causa que investiga crímenes de lesa humanidad cometidos por el Primer Cuerpo del Ejército durante la dictadura. Barone, un jubilado que ya pasó los 80 años, dijo que entre marzo y abril caminaba con Corbatta por la zona del estadio cuando vieron los cuerpos en el piso. «Rajemos», le dijo Corbatta. Polak empezó una búsqueda obsesiva. «Hubo fusilados en mi casa», pensó. Su casa –su otra casa– es el Cilindro. Necesitaba saber qué había pasado. Recorrió cementerios, buscó en archivos del club, en oficinas estatales, en otros organismos de Derechos Humanos. Encontró una documentación en la Comisión de la Memoria de la Provincia de Buenos Aires, un informe de la Dirección de Inteligencia de la Policía Bonaerense en el que, con el lenguaje de la época, hablaba de «enfrentamientos» con supuestos miembros de Montoneros.
«Se trata de generar memoria colectiva. Los clubes no fueron ajenos al proceso genocida. Del mismo modo que se ha investigado mucho sobre el Mundial 78, estos casos también son importantes y hay que hacer memoria», dice Leonel Readigos, miembro de Memoria Racinguista y de la Coordinadora de Hinchas por los Derechos Humanos, uno de los impulsores del mural. Así como todavía no se conoce la identidad de los fusilados, tampoco fueron condenados los autores de los crímenes.
Racing, que atraviesa una semana de ansiedad antes del partido con Tigre que podría darle el título, que resurge como club en muchos aspectos, y que deja atrás el estigma perdedor, también se construye en estas acciones. Sus hinchas quieren celebrar a principios de abril en ese estadio. Lo que ahora se celebra también es parte de una identidad. Porque como dice el volante que se repartió en el Cilindro la fecha pasada: «Una hinchada sin memoria es una hinchada sin futuro».
Gol al olvido
Los homenajes en los clubes fueron múltiples. Estudiantes de La Plata imitó a Banfield y les restituyó la condición de socios a sus desaparecidos. Gimnasia reivindicó a Delia Giovanola, tripera y fundadora de Abuelas. En Ferro, Rosario Central, Gimnasia y Temperley también hubo distinciones.