Hay una valija vieja oculta dentro de un armario. El objeto es cinematográfico, como las que cargan en la película Titanic cuando Leonardo Di Caprio se gana su pasaje en una partida de cartas: cuadrada, dura, pesada, de un color indefinido. La valija tiene, curiosamente, la particularidad de poseer recuerdos del mar. No del Titanic, pero sí huele a mar. Y a humedad. Es que pasaron 70 años de su largo viaje desde el puerto de Buenos Aires con destino a Londres. Era el único equipaje que llevaba el atleta Hugo Vallarino para los Juegos Olímpicos de Londres ’48, que comenzaron un 29 de julio.
Un equipo de 242 atletas se embarcó un mes antes en el vapor Brasil para competir en los 14° Juegos. En el puerto de Buenos Aires fueron despedidos por sus seres queridos. «¿Me va a esperar?», gritó el dueño de la valija a su enamorada desde la popa del barco y el atleta se fue tranquilo al recibir un sí como respuesta. Tres años después, se casaron.
Fueron 21 días en altamar. La cubierta del Brasil se convirtió en un polideportivo: ahí corrían los atletas, entre los que se encontraba el futuro oro en maratón Delfo Cabrera. Fue el mismo Cabrera quien en los días previos se había ocupado de acondicionar una pista donde practicar para no perder el ritmo. Esa era su mayor preocupación. También se sumó el seleccionado de básquet liderados por Oscar Furlong, que armó una minicancha con aros y todo. En el medio de la cubierta Noemí Simonetto practicaba su salto que sería de plata días más tarde. Allí se juntaba el resto de los deportistas, siempre y cuando el clima lo permitiese. Atletas, boxeadores y pesistas dormían en el piso de abajo de la embarcación, mientras que las once mujeres de la delegación y los deportistas de las disciplinas consideradas de la clase alta lo hacían en los camarotes de primera.
Tras tres semanas llegaron a Génova, Italia, tierra del capitán del barco. Siguieron hacia Cannes para cruzar Francia en tren. Luego un nuevo barco y arribar a la capital británica, destruida tras la Segunda Guerra Mundial. Los mapas guardados en la valija y los pasajes de tren indican ese recorrido.
La delegación fue recibida con honores por los londinenses, quienes en realidad esperaban los kilos de carne que el presidente Juan Domingo Perón les había mandado por la hambruna.
La valija es un tesoro perdido o la reconstrucción de un nieto sobre su abuelo al que no conoció: recortes de diarios, banderines celestes y blancos, fotos en blanco y negro, escudos con los cinco anillos olímpicos, mapas, pines de diferentes países, diplomas de participación y hasta el menú de una noche de gala dentro del Brasil. Fue en el momento de cruzar el Ecuador: cenaron tallarines –a pedido del capitán–, pollo frito a la manteca, bizcocho helado Tortoni y brindaron con un espumante italiano.
Una de las amistades que nacieron en el Brasil y que luego perduró fuera del deporte fue la del pesista Vallarino con Cabrera, pero también con los miembros del equipo de yachting: un día antes de su prueba, el campeón sudamericano de levantamiento de pesas fue a ver competir a sus compatriotas en el lago de Torquay, pero a la vuelta se le hizo tarde. Tuvo que correr el tranvía que lo dejaba en la Villa Olímpica, en las afueras de Londres pero en el esfuerzo se tropezó y cayó sobre su mano derecha. Al día siguiente, Vallarino hizo su máximo esfuerzo y logró el 10° puesto.
La valija arroja una serie de papeles y anotaciones indescifrables, pero que se adivinan como «diario de viaje» con firmas y autógrafos de todos los que convivieron en esa aventura. Fue el barco de una de las generaciones deportivas más importantes que brindó la Argentina.
Además de Cabrera, que ingresó campeón ante 100 mil personas en Wembley, y de Simonetto, la delegación nacional sumó otras cinco medallas: Pascual Pérez y Rafael Iglesias fueron oro (hojalata dorada) en boxeo. Mauro Cía fue bronce en esta disciplina. Enrique Sáenz Valiente fue segundo en tiro y el equipo de yachting logró la medalla plateada.
El regreso fue por la misma vía, pero con una escala especial: Boulogne sur Mer, Francia. La delegación completa fue a visitar la casa donde falleció el General San Martín. Juan Domingo Perón los fue a recibir al puerto.
Vallarino y Cabrera siguieron su amistad y el pesista continuó su carrera de campeón sudamericano en pesas por unos años más, para luego dedicarse a su familia y a la carpintería. En su casa de la calle Iturri del barrio de Chacarita, años más tarde, recibió la visita del atleta dorado con el encargo de unos muebles para su casa, la que le regaló Perón.
La valija es pesada. También hay copas, medallas y más fotos. Vivió la posguerra, cruzó el océano y fue parte de una generación de deportistas que dejó una marca en el país y en una familia.