Es 27 de noviembre de 2016. Domingo de fútbol en la Ciudad Imperial, Cusco, Perú. En el Estadio Inca Garcilaso de la Vega, Cienciano tiene que ganarle a Manucci y esperar que ni Cantolao ni Sport Áncash sumen puntos. Al equipo de Trujillo le alcanza con ganar y mantener la diferencia de gol. El sueño del ascenso es una quimera de noventa minutos. Al igual que en otras latitudes del planeta tierra, el fútbol es el deporte más popular del Perú. La devoción y el fervor que el peruano profesa a su equipo favorito se asemeja a la de los fieles religiosos. En sintonía con otros países colonizados por los españoles, en Perú el catolicismo le gana por goleada al resto de los cultos. “¿Qué hay imposible para Dios?”, rezan las musculosas blancas entregadas por Cienciano a sus jugadores.
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Juan Cominges nació en la ciudad portuaria de Callao, el primer día de octubre de 1983.
Comenzó su carrera como futbolista en las divisiones inferiores del Club Universitario de Lima. A los 19 años debutó en la selección mayor de su país. Dos años después desembarcó en el fútbol argentino para jugar en Colón.
Su primer viaje como juvenil fue a Bolivia en el ’97. El hallazgo del cuerpo del Che Guevara ocupaba la primera plana de los diarios. El rostro del “Guerrillero Heroico”, inmortalizado en la fotografía de Korda, aparecía como un eco ante sus ojos. La curiosidad por conocer al personaje portador de esa intensa mirada, lo llevaría a descubrir la esencia del hombre revolucionario.
Cominges tenía 13 años y soñaba con ser futbolista. Pero no cualquier futbolista: soñaba con ser “un gran futbolista”. Un futbolista como esos de los que su padre le hablaba. Porque cuando Don Juan Cominges hablaba, generaba respeto y admiración. Y las charlas, en el seno de la familia Cominges, trascendían las fronteras futbolísticas. “Las cosas son del que las necesita y no del que las tiene”, repetía Don Juan.
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Es 26 de noviembre de 2016. Albergue de la Clínica San Juan de Dios, concentración de Cienciano.
En la cancha y en la vida hay que dejarlo todo por nuestros sueños !! pic.twitter.com/Ze64xfqtM0
— Juan Cominges (@jUanchiCominges) November 28, 2016
A Cominges no le gusta concentrar. Tal vez porque comparte la visión de su admirado Sócrates -el talentoso jugador que impulsó una revolución democrática en el Corinthians campeón en 1982 y 1983-, esa que sostiene que el futbolista es un artista y concentrar es perder la libertad. Mientras desayuna, recibe un mensaje de su hermana Claudia, que lo perturba más de lo que hubiera imaginado. Se va con el plantel a entrenar, pero no deja de pensar en la noticia que había recibido: “Murió Fidel Castro”.
“Cuando me dijo lo que pensaba hacer, le dije: ¿Estás loco…?”, cuenta el defensor Javier Salazar, compañero de habitación de Cominges. “Pero él nunca dudó. Y yo lo apoyé. Siempre priorizamos nuestra amistad, más allá de que pudiéramos pensar diferente en algunas cuestiones. Juan tiene convicciones muy fuertes. Admiro sus valores, lo hacen una gran persona. Somos amigos desde que jugamos juntos en Sport Boys. Siempre recuerdo cuando Juan y Paul (su hermano, director técnico) llegaron al ‘Boys’. El ‘Boys’ es el equipo más popular del Callao y tiene una gran rivalidad con los equipos grandes de Lima: Alianza y Universitario. Los hermanos Cominges son hinchas confesos de Universitario, entonces los hinchas no los querían. Pero Juan, desde el primer partido, se empezó a ganar a la gente. Fue uno de los goleadores del equipo. Cada vez que había un tiro libre cerca del arco, sabíamos que era gol de Juan. La hinchada terminó amándolo”, agrega Salazar.
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A una altura de 4226 metros sobre el nivel del mar, el frío se hace sentir en la tarde cusqueña. El puñado de fotógrafos que espera la salida de los equipos, está preparado para un escenario hostil. Envueltos en impermeables con capucha, enfrentarán la lluvia que se avizora. Algunos jugadores, como el capitán Hernández, tienen mangas largas debajo de la camiseta. Los altavoces del estadio reproducen el himno al Cusco y se percibe una atmósfera épica. Los hinchas del “Papá” repiten al unísono: “Sí, se puede”. Mientras, agitan pituglobos de color rojo obsequiados por la empresa de telefonía celular que promocionan.
El partido es intenso. Treinta mil espectadores, entre cusqueños y trujillanos, siguen con la mirada lo que sucede en el campo de juego, sin despegar las orejas de sus radios portátiles. Cominges disputa su propio partido en el Garcilaso de la Vega. Pisando la media hora de juego, le llega la ansiada oportunidad.
Mano en el área, penal para Cienciano.
Acomoda la pelota, toma una larga carrera y dispara esquinado a la izquierda del arquero, que elige su otro costado. Gol de Cienciano. Gol de Cominges. El mediocampista se saca la “10” y muestra que aquella musculosa blanca que interpelaba sobre la omnipotencia divina, se había vuelto reversible para gritar: “Hasta la victoria siempre, Fidel”.
“Tenía el presentimiento de que iba a hacer un gol de penal”, confiesa luego Cominges, con la satisfacción de haber cumplido su homenaje. El resultado final quedará al servicio de lo anecdótico. El local ganó 2 a 1 y el ascenso lo definirán Cantolao y Sport Áncash en un partido desempate.
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Invierno de 2020. Desde su casa en el barrio de Surco, Cominges pasa la cuarentena junto a su familia. Recuerda su paso como jugador de fútbol con nostalgia, pero es feliz con su trabajo actual. Como coach de la selección peruana tuvo su primera experiencia en la Copa América 2019. Luego de la goleada sufrida ante Brasil en la fase de grupos, la prensa de su país había sembrado un mar de dudas en torno a la capacidad del equipo. Cuando intentaron entrevistarlo, les dijo que contestaría sus preguntas en la final. Final que Perú terminaría jugando, después de 44 años.
Cominges cuenta que eligió ser coach porque quería hacer algo que le diera tanto placer como jugar al fútbol y que fue en esa búsqueda donde se encontró con la profesión. Uno de los momentos más duros que le había tocado atravesar como jugador fue luego de salir campeón con Estudiantes de La Plata, cuando tuvo que someterse a una cirugía por una lesión congénita en la columna vertebral. “Dejé de disfrutar muchos años de mi pasión y profesión”.
– ¿Cómo pensás que te hubiera ayudado un coach en aquel momento?
-Podría haber transitado la carrera mejor acompañado desde lo emocional. Mientras me preparaba para ser coach, me fui dando cuenta de cuánto me hubiera ayudado tener ese acompañamiento que me permitiera reconocer mis emociones y gestionarlas positivamente. A mí me ayudó mucho apoyarme en el ejemplo de Fidel y la Revolución Cubana en cuanto a dignidad, a no bajar la cabeza y luchar por el futuro. Creo que en la cancha como en la vida, hay que dejarlo todo por nuestros sueños.