Golpes en la cara. Patadas. Insultos. Prohibición de tomar agua. Violaciones. Más de 800 menores de edad de 50 deportes le expusieron en 2020 a la organización Human Rights Watch los abusos verbales, físicos y sexuales que sufren en Japón, cuya capital será sede de los Juegos Olímpicos. Presente desde Atenas 1896, primera edición de los Juegos de la era moderna, la gimnasia –artística o deportiva desde Helsinki 56– acaparó en el camino hacia Tokio denuncias de abusos en todo el mundo, incluso en Argentina. Y más después del juicio público a Larry Nassar, jefe médico del equipo de Estados Unidos que durante tres décadas abusó de al menos 368 niñas de entre 6 y 19 años, y que acumula 175 años de cárcel. Ayudó a la visibilización Atleta A, documental de Netflix con la historia de Nassar. La edad de retiro de las gimnastas promedia los 23 años, antes de las lesiones y el desarrollo. Rara vez alguna compite en más de dos Juegos Olímpicos. Y entonces no hay reparos: es la cultura del sometimiento y los abusos.
Carlos Franch –63 años, director del Club Gymnàstic de Betxí, un pueblo de España en la provincia de Castellón– fue condenado en noviembre a 15 años de prisión después de que se confirmara que había abusado de menores de 13 años durante más de 20 años. La primera de las 12 gimnastas que denunciaron a Franch lo hizo de modo anónimo. Como la “Atleta A” en Estados Unidos. “En esos momentos intentas negar todo lo que está pasando para no hacerte daño a ti misma, pero llega un punto en el que te sientes tan hundida que necesitas apagarte: necesitaba apagarme para no sentir lo que sentía –le contó la gimnasta anónima a la periodista Eleonora Giovio en El País–. Lo negué y lo negué hasta que dije: ya, no lo aguanto más. Es que es o suicidarme o plantarle cara”. Ni Franch ni Nassar son “monstruos”, como suele calificarse a los abusadores sexuales. Se mueven, en la mayoría de las ocasiones, con la indiferencia de las propias federaciones y el silencio cómplice de otros adultos.
En 2018, el Comité Olímpico Argentino presentó una denuncia contra el entrenador de gimnasia Alejandro Sagreras a partir del testimonio de ocho víctimas (tres cuando eran menores de edad), exgimnastas de ahora más de 30 años. Sagreras integró el cuerpo técnico del equipo nacional entre 1986 y 2013. La causa no avanzó. Y Sagreras ya no vive en Argentina. El año pasado, en pleno parate por la pandemia, Ayelén Tarabini, una de las mejores gimnastas de la historia argentina, invitada en 2011 por Nassar a rehabilitarse de una lesión a Estados Unidos, anunció su retiro y habló de “malos tratos” del entrenador de la selección, el brasileño Roger Medina. De gritos y gestos. “Muchos entrenadores y padres tienen muy incorporado que vale la pena ‘sacrificarse’ en pos de un objetivo más grande. Ese es el gran problema. Hay cosas que uno toma como normales y no son: el maltrato, la manipulación, el tema de no poder comer, competir con fracturas”, dice Daniela Conde, gimnasta y exentrenadora de la selección, que renunció después de vivir situaciones incómodas en la disciplina.
El hito que cambió para siempre la gimnasia fue el primer 10 como puntuación en los Juegos de Montreal 76. La rumana Nadia Comaneci lo logró a los 15 años, entrenada con mano dura por Béla y Martha Károlyi, y abusada por el hijo del dictador Nicolae Ceaușescu. Desertores, el matrimonio Károlyi se mudó en los 80 a Estados Unidos para guiar al equipo de gimnasia de ese país. Montaron un centro de entrenamiento en un rancho de 810 hectáreas en Texas que se transformó en un espacio de abusos físicos y psicológicos. Y en medallas olímpicas. En Atlanta 96, Béla Károlyi obligó a saltar a Kerri Strug, entonces de 18 años, con dos ligamentos de un tobillo rotos para que Estados Unidos le ganara el oro por equipos a Rusia. La TV mostró la “hazaña” deportiva. Strug luego fue atendida por Nassar. “Era casi como ir a la cárcel, así se sentía. Un día, en el gimnasio, ella me agarró los glúteos y me dijo que tenía que disminuirlos”, contó la exgimnasta Jeanette Antolin. En el rancho de Texas, sin comunicación, aislado, las deportistas no podían pedir permiso para ir al baño durante el entrenamiento. Les revisaban los bolsos en busca de comida. Ante las quejas, la represalia: quedar afuera del equipo. Nassar era “el bueno” que les daba golosinas. “Verbalmente, no fuimos abusivos. Emocionalmente, depende de la persona. Tienes que ser fuerte para poder manejar la presión”, se defendió Martha Károlyi, denunciada por prácticas abusivas en los entrenamientos.En 2018, Fernando de Carvalho Lopes, exasistente del equipo de gimnasia de Brasil, fue denunciado por 42 gimnastas, víctimas de abusos morales, físicos y sexuales. En 2019, la histórica gimnasta mexicana Elsa García acusó a sus entrenadores franceses Éric y Cécile Demay de dejarla fuera de una prueba durante el Mundial de Stuttgart después de que sacara a la luz maltratos físicos y psicológicos. En un video, García mostró cómo Éric Demay le arrojaba una pesa a los pies durante un entrenamiento. Gimnastas de Gran Bretaña, Bélgica, Holanda, Australia y Nueva Zelanda contaron también sus experiencias. La británica Catherine Lyons recordó golpes con una vara y encierros en un armario. Lisa Mason contó que la obligaron a entrenar con las manos ensangrentadas, echándoles alcohol encima. “El entrenamiento de gimnasia es un trabajo duro, pero se puede realizar de la manera correcta para generar resultados hermosos, alegres e impresionantes, sin sacrificar el bienestar de los jóvenes ni silenciar sus voces –expresaron las gimnastas británicas–. El éxito se basa en la confianza, la ciencia y la comunicación, no en el control y la obediencia temerosa, incluso a través del dolor”.