En la conferencia de presentación del Mundial de Argentina 1978, el contraalmirante Carlos Lacoste responde preguntas de la prensa internacional. “¿Cuál es la selección favorita?”. Lacoste es la bota militar que controla el Ente Autárquico Mundial 78 (EAM), organizador de la Copa del Mundo. “Nos han informado que han ido desapareciendo personas desde hace un tiempo. ¿Es verdad?”, pregunta Gianni Minà, periodista de la RAI, la televisión estatal de Italia. “Está mal informado”, le responde Lacoste. Y da por terminada la conferencia. A Minà lo había “informado” Osvaldo Soriano, ya en el exilio. “Siempre es mejor equivocarse con las dictaduras -le había dicho el Gordo Soriano- que acertar callando”. Pero lo que le sorprende no es la reacción de Lacoste, sino la de otros periodistas, incluso italianos, que lo miran frío, de reojo, por “perturbador”. En la TV hablan de “campaña antiargentina” en Europa. Avisado de “movimientos extraños” frente a su hotel, cuenta en Storia di un boxeur latino, su autobiografía, se toma el primer vuelo a Brasil. Minà, que murió el lunes pasado a los 84 años en Roma, captaba las historias de vida de las personas y de las sociedades.
A Diego Maradona lo conoció en sus tiempos en el Napoli. Se hizo amigo íntimo. Lo defendió en las peores horas, como después del Mundial de Italia 90. Un año antes había vuelto a Buenos Aires, invitado a la boda de Maradona y Claudia Villafañe en el Luna Park. Y en 1987 había entrevistado a Fidel Castro en La Habana, desde el 28 de junio a las dos de la tarde hasta las cinco de la mañana del día siguiente, 15 horas ininterrumpidas que se convirtieron en documental y libro. “No, intelectual no -le responde a Carlos Ulanovsky en aquella visita de 1989-. Sólo un periodista con intereses fuera del fútbol. Y el fútbol como ligazón, pero siempre con el propósito de ver qué hay detrás del fútbol”. En otra entrevista, habla de Diego: “El señor Maradona es un ex pobre que con un trabajo limpio gana una cantidad exagerada de dinero. Pero no fue él quien inventó ni el mundo del consumo ni el del espectáculo. Lo inventó una máquina que gana mucho más que lo gana Maradona”. Esa “máquina” es el capitalismo. Minà había hallado en Diego a “una estrella rebelde”, como antes en Muhammad Ali. “¿Qué tienen en común? Definitivamente, la lealtad”.
Director entre 1996 y 1998 de Tuttosport, el diario deportivo más antiguo de Italia, Minà invitó a Soriano a cubrir los Juegos Olímpicos de Atlanta 96. Acreditado, Soriano le envió un fax: “Gianni, la verdad es que Atlanta no me interesa mucho que digamos. Pero me encanta Nueva York. Si me mandás allá, puedo mirar las competencias por televisión y hacer reportajes. Ya sé que no es lo mismo, pero te juro que puedo inventar historias muy buenas”. Aceptó. Pero al tiempo le volvió a escribir: “Tengo algunos problemas personales que no me permiten realizar esa diversión intelectual que habíamos pactado. De cualquier modo, intentaré escribir algo para tu diario porque te ocupás de una causa noble: el fútbol”. Soriano murió en enero de 1997, afectado por un cáncer de pulmón. Por intermedio de Miná, que cubrió ocho Copas del Mundo, siete Juegos Olímpicos y más de un centenar de peleas de boxeo por títulos mundiales, Soriano había conocido a Maradona durante Italia 90, en la concentración de Trigoria. En una introducción al cuento “El hijo de Butch Cassidy”, Soriano escribe: “Al comienzo fingí no interesarme en él con el propósito de lastimar su orgullo y ganarme su atención. Entonces, para impresionarme, se puso una naranja sobre la cabeza y la hizo bailar por todas las curvas del cuerpo sin que se cayera ni una sola vez. Por fin la atrapó y sin fijarse en mí le preguntó a su amigo Gianni Minà: ‘Qué tal, ¿cuántas veces la toqué con el brazo?’. Yo estaba embobado. ‘¡Nunca!’, respondimos a coro. Maradona sonrió y dijo con voz de pícaro: ‘Sí, una vez, pero no hay referí en el mundo que pueda verme’”.
Nacido en Turín, pero de padre y madre de Sicilia -emigraron del sur después del terremoto de Messina de 1908, que dejó 80 mil muertos-, Minà había empezado en el periodismo en 1959. “Cuando era niño me apasionaba escuchar el Giro de Italia o el Tour de Francia en la radio. Tomaba notas de los tiempos de todos los ciclistas y luego se los llevaba a mis amigos para entablar una discusión deportiva que se prolongaba hasta la hora de la cena. Seguir este deporte nos ayudó a entender la geografía de estos dos países”. Sus contribuciones sobrepasaron al deporte. No sólo entrevistó a Ali, Maradona, Carlos Monzón, Tommie Smith. También a Fidel, Hebe de Bonafini, Gabriel García Márquez, el Subcomandante Marcos. Si en 1995 se opuso a la privatización de la RAI que propuso Silvio Berlusconi, entonces primer ministro y dueño del Milan, en 1997, en otra visita a Buenos Aires, ensayó que Latinoamérica representa(ba) “la mala conciencia de Europa” y calificó al neoliberalismo como “el flagelo del mundo actual”. “Gianni Minà fue el símbolo de ‘otro periodismo’, de cómo se puede poner al servicio de la comunidad. Fue también la cara más libre del servicio público de la televisión del Estado. Inolvidable también son las atmósferas que se respiraban en sus entrevistas, tanto en el trabajo en el campo como en el set. Minà amaba a sus entrevistados y se ponía al servicio de ellos sin hacer concesiones”, me apunta Andrea Meccia, editor de la revista Cafè Rimet, desde Roma.
En 1997, en una entrevista en clave futbolera con los periodistas Ariel Scher y Sergio Danishewsky, en Clarín, Minà trazó líneas sobre el fútbol-industria. “El fútbol es usado. Es el vehículo de consenso más poderoso de la época. Ya no es sólo un acto deportivo o económico, sino también político. El fútbol y el deporte en general son una máquina política, una máquina de poder”, dijo. “En el fútbol internacional sigue faltando sensibilidad y democracia. No nos pueden invadir todo el día con el fútbol, ocupando más horas que las que los hinchas demandan. En el mundo moderno, ningún Havelange, ningún Blatter, ningún Grondona tienen derecho a decisiones dictatoriales”. “¿Maradona es producto o víctima de esa maquinaria?”, le preguntaron los periodistas, aguijoneando. “Maradona nunca fue producto. Alguien con su talento extraordinario no es un producto: él dicta las normas. Nunca se dejó usar. Sigue siendo una víctima. El éxito le dio 15 años de una alegría amarga. En ese sentido, veo cierta hostilidad hacia su persona. Sé que puede sonar duro lo que voy a decir, pero no comprendo la actitud de algunos periodistas argentinos que piden que sea castigado.” Ariel Scher, 26 años más tarde, me dice: “Queríamos marcar cosas de aquel Maradona y que lo defendiera. Bah, yo quería encontrar argumentos para defenderlo en una época en que hacía muchas cosas indefendibles. Me parece que le preguntábamos para que nos dijera qué teníamos que decir para defender a Diego”.
En una de sus últimas veces como entrevistado, ya un tanto reacio a entregarse a la charla, cansado de cierta devoción disfrazada de oportunismo, Minà, el periodista que primero respetó y después quiso a Maradona, dijo que “el periodista no debe comentar los hechos, debe contarlos”. “Vivimos en un momento consagrado a la velocidad, en el que alimentamos la ilusión de poder estar perfectamente informados viendo un reel de dos minutos en Instagram que pretende explicarnos cómo funcionan las cosas (en otros casos, basta con un meme). Minà -lo despide el periodista Giuseppe Luca Scaffidi en la edición italiana de la revista Rolling Stone– seguía haciéndose preguntas sobre el mundo a pesar de haber entrevistado a cualquiera, a pesar de haber conocido a cualquiera, a pesar de poder tener acceso a cualquiera. ¿Cómo les explicaremos a los que vendrán que, sí, ese hombre existió de verdad?”.