Hacía dos meses que en la Argentina funcionaba una experiencia inédita, el programa Fútbol para Todos, las transmisiones gratuitas de los partidos del torneo local, lo que también significó una época. «Glorioso Fútbol para Todos», retumbaba en la voz de Javier Vicente, uno de sus relatores más emblemáticos, el que no tenía problemas en denominarse como el relator militante. En la superficie, la historia comenzó el 20 de agosto de 2009. El último martes se cumplieron diez años. Cristina Fernández de Kirchner presentó ese día el programa junto a Grondona y Maradona en el predio de Ezeiza. Unos días antes, la AFA había anunciado la rescisión del contrato que la unía con Televisión Satelital Codificada, la sociedad entre Clarín y Torneos.
Grondona estaba exultante esos días. Hacía tiempo que golpeaba las puertas del gobierno para llevarle el fútbol. Fantaseaba con un canal propio, el canal de la AFA, una idea que le había acercado Horacio Gennari, un licenciado en comercialización de la UADE, especialista en marketing y dueño de una consultora de medios. Gennari era hijo de un proveedor del corralón de Grondona. En 2009, el patriarca del fútbol lo llamó a la estación de servicio de Crucecita. Quería saber cuánto era el valor real de los derechos de TV. Gennari llevó una hoja de Excel impresa. Grondona la guardó en el bolsillo interno del saco. «Me voy a Olivos», le anunció.
El otro lado de esa reunión lo relató Cristina Fernández de Kirchner en su libro Sinceramente. Sergio Urribarri, entonces gobernador de Entre Ríos, fue quien le contó la idea de Grondona. «Podemos recuperar el fútbol», le dijo. Cristina armó una reunión con Grondona y José Luis Meiszner, secretario de la AFA, en Olivos a las 21. Cuando los dirigentes llegaron, ella todavía estaba en Casa Rosada. Néstor Kirchner, desde la residencia, le avisó a su mujer: «Yo no los voy a atender». Kirchner no estaba seguro de Fútbol para Todos. Lo dijo Cristina. Y alguna vez lo explicitó Grondona cuando le dejaron el micrófono abierto. Lo trató de «cagón». «Digan que apareció esta mujer», dijo. Zannini revisó el acuerdo con TSC. «Contrato abusivo, se puede romper», les dijo. Esa noche, a Olivos, Grondona llevó el papel de Gennari: pidió 600 millones de pesos por año, el doble de lo que recibía de Clarín-Torneos.
Lo que se cruzó en ese momento fue la repulsión de Grondona hacia sus socios –que lo blindaban pero también lo tenían con la soga corta–, su necesidad de nuevos aliados, además de su ambición, y la decisión oficial de desarmar una corporación que era mucho más que un grupo de medios. Lo que surgió fue la posibilidad para amplios sectores de la sociedad de acceder a un espectáculo del que estaban excluidos. Del que miraban las tribunas. Nunca hubo, como había prometido el gobierno, un 50% de ganancias para el deporte olímpico. El programa nunca dio ganancias. La decisión política fue que no tuviera pauta privada. Y el manejo de esos dineros públicos terminó investigado en la Justicia.
Antes de asumir, Mauricio Macri había prometido continuar el programa pero sin que se incluyeran mensajes políticos. Pero lo liquidó hasta devolverles el negocio a los privados. Y cuando la TV Pública emitió partidos no faltaron los spots del oficialismo o los mensajes en off en defensa de la gestión oficial. Hace poco le preguntaron a Alberto Fernández si volvería Fútbol para Todos, un programa que se instauró cuando él ya no formaba parte del gobierno. Dijo que le gustaría que todos vieran fútbol pero que el país tiene otras prioridades. Acaba de terminar la semana más amistosa del candidato peronista con Clarín, una suerte de reencuentro público en el Malba. Con Héctor Magnetto, sonriente en primera fila. Con Héctor. Clarín ya no tiene los derechos del fútbol. Pero controla la distribución de los contenidos. El golpe en la pera que significó haberse quedado sin la pelota movió estanterías en el cuartel de la calle Tacuarí, pero el Grupo ahí está. Siempre está. Diez años después.