“Enic out. Lewis out. Levy out.”, se leyó en una de las banderas que se agitaron a las puertas del Tottenham Hotspurs Stadium. Enic Group es la sociedad que controla al club, el magnate Joe Lewis es el dueño, y Daniel Levy es el presidente del consejo de administración. Ellos fueron por el fútbol, ahora los hinchas van por ellos. La insurrección inglesa obligó al desarme de los doce equipos más poderosos del mundo, sus planes de Superliga Europea, un juego de elites, cerrado y con privilegios para los fundadores, apenas un derrame para el resto. La exportación de un modelo estadounidense para Europa. Tanta ambición desplegó esta semana la bronca de los abajo, que vieron no sólo la pretensión del dinero sino el robo del mérito deportivo, ese alimento tan básico para el fútbol, la esperanza permanente de que un día el chico le va a ganar al más grande. Lo que el lugar común siempre resume en llamarlo ilusión.
Algo acaba de emerger. Los hinchas ingleses que se quedaron afuera de los estadios son muchos de los que salieron a la calle. Los que con la formación de la Premier League, a principios de los noventa, bajo el paraguas de que había que terminar con los hooligans, un plan de Margaret Tatcher, terminaron en los bares. Los que vieron cómo magnates se hacían dueños de sus equipos y sus equipos, de largas tradiciones, se convertían en marcas globales, en productos que se vendían en todo el mundo, con hinchas extranjeros que se convertían en consumidores.
“¿Nos quejamos de nuestros dueños? Por supuesto que no. Sólo soñamos con un éxito cada vez mayor”, escribió Simon Hattenstone en The Guardian. Hattenston es hincha del Manchester City, un club que no había conseguido títulos en 35 años hasta la llegada del City Group, la familia real de Abu Dhabi. “Cuando vinieron por aquellos a los que no les alcanzaba para ver los partidos, -escribió Hattenstone- podríamos haber murmurado algunas palabras en contra y luego seguir disfrutando de los días de gloria. Cuando los que tenían conciencia moral se rindieron en el club, dijimos que eran unos mojigatos y que estaríamos mejor sin ellos. Cuando los socialistas se quejaron de que el éxito comprado no era un verdadero éxito, los descartamos como aguafiestas. Significaba que nos quedaban más entradas”.
Hubo hinchas que se organizaron, sin embargo, frente a los nuevos patrones. Mientras la familia Glazer controlaba al Manchester United y el magnate ruso Roman Abramovich tenía en sus manos el Chelsea, nacían las Supporters’ Trust, organizaciones que a través de fideicomisos intentaban comprar acciones de sus equipos para tener influencia en la discusión, una de las pocas herramientas que tenían para democratizar la propiedad. El FC United es una, el Chelsea Supporters’ Trust es otra.
Esa organización sirvió también para la movilización. Cuando el domingo los 12 equipos lanzaron la bomba, los del Chelsea iniciaron contactos con Supporters’ Trust del City, el United, el Tottenham y el Arsenal. También con los miembros de Liverpool’s Spirit of Shankly. Aunque aclararon que ellos no organizaron las protestas, que fueron espontáneas, sí ayudaron a armar las pancartas que aparecieron en los estadios. Una en Anfield iba directo contra los patrones estadounidenses: “Yanquis out”. En Stamford Bridge, un grupo de hinchas del Chelsea pasó a la acción directa: bloqueó la salida del micro de sus jugadores.
No hubo este nivel de reacción en España. Mucho menos en Italia. Tampoco existe esa forma de organización, una respuesta a la llegada de jeques y grandes grupos económicos a la tierra en la que se inventó el fútbol, primero jugado por la burguesía, luego por la clase trabajadora, que también debió luchar por ese derecho. Una historia de más de 150 años que podría explicar por qué la retirada de la Superliga comenzó con los seis clubes ingleses, el Big Six, cuyos dueños no sólo retrocedieron sino que también se tuvieron que disculpar con sus hinchas. También por qué que desde el premier Boris Johnson hasta el príncipe Guillermo tuvieron que pronunciarse en contra. El gobierno británico hasta mandó mensajes a Emiratos Árabes Unidos para decirles que esto dañaba las relaciones entre países. También se jugó por arriba.
Una vez terminada la aventura, el diario The Guardian les preguntó a los hinchas qué debería reorganizarse en el fútbol inglés. “El fútbol necesita fijarse en sus precios, tanto para las entradas como para los paquetes de televisión”, respondió Shane Moody, 25 años, del Tottenham. El problema, siguió, no es la duración de los partidos y la pérdida de interés de los más jóvenes, como dijo Florentino Pérez. Es el costo que implica ver fútbol, sea en la cancha o por televisión. “Me encanta ver partidos en vivo -escribió- y no quiero nada más que poder ir más seguido. Sin embargo, es demasiado caro. Apenas puedo darme el lujo de pagar la membresía de los Spurs para tener la oportunidad de obtener entradas, no las entradas en sí mismas (siempre están agotadas para cuando llegan a la venta general, lo que significa que tenés que pagar la membresía para obtener acceso anticipado) dejándome excluido del deporte que tanto amo”.
Moody casi que estableció un programa: pidió un fútbol más accesible, con paquetes de TV flexibles y más económicos, con horarios acordes a las necesidades de los hinchas, con igualdad de oportunidades para la compra de entradas. Y con entradas, por supuesto, más baratas. Se quejó, además, de algo de lo que en algún momento deberá aprender la televisión argentina, la prensa en general: “Terminás pagando por canales que no usás y, en general, no se garantiza que se muestre a tu equipo.”. Cuántos hinchas de equipos argentinos que no son Boca o River podrían decir lo mismo.
“Si el sacrificio requerido para hacer esto es limitar los salarios de los jugadores, entonces háganlo”, siguió Moody. También el de los agentes. El gobierno de Johnson, en principio, comenzó a agitar -y por ahora es sólo eso- la opción del modelo alemán: que el 51% de las acciones deban quedar en manos de los socios para limitar la acción de las empresas. Este domingo, en Wembley, habrá ocho mil hinchas para ver el partido entre el Manchester City y el Tottenham, dos de los equipos que quisieron saltar hacia la Superliga. Se juega la final de la Copa de la Liga, un torneo que tiene sesenta años de historia. Y que ahora tiene nombre de bebidas energética. Se llama Carabao Cup.