A sólo 19 días del Mundial de Qatar 2022, una frase se impone en conversaciones callejeras, redes sociales y publicidades comerciales: Elijo Creer. Se trata de buscar casualidades que precedieron al último título mundial de Argentina, el de México 1986. El periodista y escritor Juan Ignacio Provéndola, en cambio, elude los azares y prefiere las historias y no las anécdotas. Su libro, «Operativo Tilcara, diez días que valieron un Mundial», publicado por editorial Sudestada, detalla la insólita concentración que Carlos Bilardo diseñó para 14 jugadores en Tilcara durante enero de 1986, menos de seis meses antes de la Copa del Mundo. Un trabajo que hoy, por múltiples motivos, sería imposible, pero que apuntaba a mucho más que la adaptación a una altura similar a la de México: un concepto de grupo como épica colectiva.
-¿Cuándo advertiste que aquella experiencia en Tilcara merecía un libro?
-Conocí la historia de casualidad, y creo que al revés que la mayoría: si lo común es descubrirla en casa, a través de una nota, y recién después parar los ojos en el escenario de los hechos, en mi caso primero me crucé en Tilcara con la cancha donde se entrenó la Selección, a la vera de la ruta 9, en una parada técnica de camino a La Quiaca, sin saber absolutamente nada de lo que había pasado ahí en enero de 1986. Le pregunté a un amigo jujeño de quién era esa canchita de tierra, quiénes jugaban, si era de una liga local, y para mi sorpresa me cuenta toda esa epopeya de Bilardo. La historia me fascinó desde un primero momento y la fui contando de manera progresiva en Página/12, La Izquierda Diario y Radio Nacional. Me obsesionó durante años y, a medida que iba encontrando más registros (orales y documentales), me pareció que merecía otra profundidad. Tiene todo lo que un narrador desea: protagonistas relevantes, un entorno fuera de lo común, un nudo crítico (Bilardo venía de un 1985 tormentoso) disparado por la tensión entre la fe (la Virgen) y la razón (los argumentos científicos del viaje), y el final feliz que nos ofrece el Mundial de México, cuyo éxito también reivindica esa prueba piloto del Narigón en la altura, algo que en su tiempo casi todos observaron de manera despectiva.
-Hay algo fascinante en esa experiencia y es cómo el fútbol súper profesional convive con lo amateur, los ídolos de la selección con jugadores de las ligas locales, de Tilcara y de Humahuaca. ¿Cómo unís esos dos puntos?
-Esa dinámica ordenó uno de los puntos más altos de la historia, por eso intenté detallarla. Los recuerdos de ambas partes son los mejores, la Selección se sintió cómoda y los quebradeños vivieron esa presencia con mucha calma, sin invadir a los visitantes. Los jujeños remarcan algo que hoy nos llamaría la atención: no conocían a todos los jugadores, apenas a algunos, y solo por haberlos vistos en fotos de periódicos y revistas. Bochini tenía 32 años y ya había ganado doce de sus trece trofeos con Independiente, pero nadie en la Quebrada lo había visto en movimiento, ya que en Tilcara no llegaba la televisión, por ejemplo. Borghi y Batista habían estado apenas semanas antes en Tokio, jugando para Argentinos Juniors uno de los partidos más memorables de nuestro fútbol, la Intercontinental contra la Juventus de Michel Platini, uno de los candidatos a ser figura de México ’86. Todo eso los tilcareños lo supieron únicamente por los diarios. Creo que ese desconocimiento despojó al pueblo de la histeria que cunde ante la presencia de alguien famoso y eso redundó en una apacibilidad muy favorable y poco frecuente para Bilardo desde que estaba en la Selección: nadie recuerda de esos diez días un solo conflicto o momento tenso, más bien lo contrario.
-México 86 es, posiblemente, el último Mundial romántico: ya se hizo conocida la historia de la camiseta contra Inglaterra comprada dos días antes. ¿Esta experiencia Tilcara es, también, una de las últimas aventuras románticas de una selección? ¿Qué tan repetible es esta experiencia en el fútbol actual?
-En las condiciones actuales es imposible imaginar algo así. ¿Cuánto duraría Messi entrenando en una cancha sin alambrados? Tendría que correr por la tierra rodeado de cinco custodios, algo que tranquilamente también puede pasar en Qatar. Por otra parte, ese viaje a Tilcara fue con catorce futbolistas del torneo argentino (a México fueron doce), en épocas donde el fútbol local era el principal recurso de la Selección, exactamente lo contrario a lo que pasa ahora. Por lo tanto fue, en enero de 1986, mucho más sencillo reunir al plantel. Algo que hoy se dificulta, incluso con partidos oficiales, donde los jugadores van cayendo a medida que los largan sus clubes de Europa. Sacándole el contexto espacio-tiempo, y quedándonos estrictamente con la idea nodal de Bilardo (disponer de una buena cantidad de jugadores durante varios días en una especie de acampe), vemos que Sampaoli intentó hacer algo similar antes del Mundial pasado en Barcelona, pero salió mal. Más allá de que la historia de Tilcara parezca surrealista, lo cierto es que fue posible porque se combinó una gran cantidad de factores clave, entre ellos el liderazgo angular de Bilardo, quien logró convencer a directivos y jugadores de llevar adelante esa experiencia como inicio de la preparación formal hacia el Mundial.
-El fútbol suele estar más cómodo en el relato de anécdotas por sobre las historias y, alrededor de Tilcara, el relato más frecuente es la supuesta maldición de la Virgen de Copacabana, un rumor que abordás pero de manera pasajera, ya sobre el final del libro. ¿Por qué decidiste contar más la historia deportiva de Tilcara que el relato místico?
-Si bien la historia de la Selección del ’86 y la Virgen es muy interesante, también creo que es la más contada. Al mismo tiempo, esa sobrenarración sobre un hecho que nunca se podrá comprobar opacó todo lo demás, de lo cual abunda registro y es muy interesante: en el prólogo, Gustavo Veiga compara ese viaje de Bilardo a Tilcara con la película Fitzcarraldo… y me pareció fabuloso. De todos modos, más que contarlo de forma pasajera, aquello lo ubiqué al final porque el libro busca cierto orden cronológico y el asunto de la Virgen se hizo público recién veinte años después del Mundial de México. Incluso el mismo viaje a Tilcara supone una experiencia que durante mucho tiempo nadie conocía. Le dediqué un capítulo específico, que no es cualquiera, sino el último, y además titulado «Amén». Después de un relato de los hechos comprobables, me guardé para el final un texto casi lúdico, en el sentido de que intenté jugar sobre esas narrativas sin dar por sentado o seguro nada acerca de la polémica. Es un relato coral donde cada cual cuenta su versión, más detalles del contexto y -creo- uno de los principales aportes del libro: el artículo periodístico que dio inicio a esta nueva historia sobre la historia. Por último, y sin ánimos de spoilear, todo queda a disposición de quien quiera creer. Nada distinto a lo que nos propone cotidianamente el fútbol: un acto de fe.
-Es un trabajo con mucho archivo de diarios de la época, de los enviados de Buenos Aires y de los corresponsales locales de los diarios jujeños. ¿Cómo se escribía de fútbol en ese momento? ¿Cómo era visto Carlos Bilardo?
-Para mí, que no fui contemporáneo a los hechos (nací en 1982 y el primer Mundial del cual tengo registro pleno, completo, es el de Estados Unidos 1994), me resultó muy interesante ver como Bilardo era narrado de distintas maneras según la procedencia del medio. El único periodista de un medio nacional que leí valorar el viaje a Tilcara mientras el mismo sucedía fue Ezequiel Fernández Moores, cuya cobertura subyaro en el libro. Vale indicar que Ezequiel era el jefe de deportes de la agencia Diarios y Noticias, es decir que su observación, además de respetada, era importante e influyente, ya que sus cables llegaban a muchas redacciones y no solo de Argentina. Pero, en general, los medios nacionales no terminaban de entender por qué Bilardo hacía ese viaje, lo veían como una pérdida de tiempo. En cambio, los diarios jujeños parecen reflejar la experiencia desde un lugar de respeto y valoración. Convivían genéticamente y culturamente con la altura, y quizás por eso fueron los primeros en darse cuenta que Bilardo estaba acertando en esa prueba intensa a más de dos mil metros sobre el nivel del mar, tal como terminaría ocurriendo en las canchas de DF y Puebla, donde el azar y los resultados llevaron a la Selección por una condición geográfica muy similar a la vivida en la Quebrada. En México ’86, al igual que en 1970, se jugó en condiciones climáticas muy desfavorables. Finalmente, Bilardo fue el único de los veinticuatro entrenadores que practicó en la altura antes de llegar a Mundial.
-Lo que deja en claro el libro es que, además de la parte médica y de la adaptación a la altura, lo que quería Bilardo era formar un grupo, entrenarlo en la adversidad de un lugar difícil en lo geográfico y en lo deportivo, con campos de juego de tierra. ¿Eso se mantiene? ¿El fútbol es lo más importante pero insuficiente para formar un grupo?
-Nunca lo tuve claro, aunque me gustaría: tenemos un Big Brother 24×7 que nos revela el fútbol, nos pasa partidos, goles, entrevistas, nos embota haciéndonos creer que sabemos todo, pese a que probablemente sepamos casi nada de lo que realmente tendríamos que saber. A esta altura ya tenemos más o menos claro que el fútbol mueve millones, poderes y egos. No tiene nada de malo asumirlo. Claro que, después, vienen las subjetividades: el fútbol es parte de nuestra cultura popular y cada cual se siente más o menos interpelado por él, así sea para despreciarlo. En ese universo de tensiones entre creencias y descreencias, el concepto de grupo -como épica colectiva- creo que siempre estuvo presente en todas las gestas que valoramos. Y hoy, de repente, por citar un caso, nos llegan noticias de un clima saludable en la víspera de Qatar 2022, acaso como nunca hubo. Será cuestión, como siempre de creer y esperar.