A la espera de un partido trascendental por la Copa Libertadores, esta noche a las 21 ante Sporting Cristal de Perú en Lima, River está de fiesta: fundado un 25 de mayo de 1901, hoy cumple 122 años. Las celebraciones continuarán este sábado en las puertas del Monumental, donde se inaugurará la estatua de Marcelo Gallardo, pero la pasión de River también puede ser leída a toda hora y en cualquier día. Periodista y uno de sus hinchas más reconocidos en redes sociales, Ernesto Provitilo acaba de publicar «River siempre está, un viaje al corazón del Más Grande», una crónica sentimental en la que relata cómo su vida gira alrededor de un planeta en rojo y blanco.
-Por qué tu primer libro se llama «River siempre está»?
-En el primer capítulo del libro utilizo el concepto de inmanencia para explicar un poco el título del libro. Lo inmanente es aquello que se encuentra inherente a un proceso o fenómeno y que de alguna manera es inescindible de aquello por lo que actúa. Yo no puedo, lo intenté, separar a River de mi vida. No existe algún momento del día en que no piense en River. No hay situación qué haya vivido en la que no ubique qué momento de la vida de River era. River siempre está porque es una presencia intrínseca en mi ser, a la cual recurro en cualquier momento.
-¿Cuándo te diste cuenta de que River siempre estaría?
Durante el fanatismo infantil y adolescente uno piensa que todo acaba y termina en su equipo de fútbol. Con el mismo sentido apocalíptico se sobrellevan las derrotas. Pero curiosamente también se superan más rápido. En la juventud, con la incorporación de nueva inquietudes y responsabilidades, pareciera quedar de lado esta cuestión del amor irrestricto e inmaduro por los colores. Y pensé que me sucedería eso con el segundo periodo de José María Agullar: pensé que River dejaría de estar de modo omnipresente en mí. De hecho me quise correr, rompí el carnet, hice todo el acting. No obstante, me dí cuenta de que esto no sería así cuando River descendió, allí noté que esta relación se había consolidado de tal modo dentro mío que no había nada que pudiera erosionarla, más allá de decepciones y alguna distancia. El haber tomado al descenso de River como punto de inflexión creo que, no solo a mí, ayudó a que River se reencontrara con su destino de gloria.
-En algunos trayectos del libro decís que hubo momentos en los que River se mimetizó con tu vida: que si el equipo andaba mal, vos andabas mal. Y viceversa: que si vos andabas mal, el club también.
-Entiendo esto como una casualidad, una mera coincidencia entre dos devenires. Pero es cierto que River, creo que como a tantos hinchas, me modifica conductas, hábitos, humores. Y muchas veces ello genera que se correspondan con sensaciones o estados de ánimo. Nos pasa a todos, ¿no? Ganamos un clásico, nos causan más gracia las cosas, tenemos un mejor humor para recibir noticias, nos vamos a dormir con una sonrisa, queremos consumir hasta los debates más pueriles. Perdemos o el equipo anda mal y el fastidio se traduce en pequeños eventos cotidianos que están ajenos tal vez al fútbol. Es un estado de alienación horrible quizás y por supuesto que, más allá de todo, el fútbol es una actividad superflua. Lamentablemente a boludos como yo nos pega así.
-El libro, antes de terminar en la final de Madrid de 2018 contra Boca, recorre las buenas, los títulos y los héroes, pero también las malas, los antihéroes y el descenso. Hay muchas hinchadas que prefieren no hablar sobre sus derrotas: ¿por qué el hincha de River no tiene ese problema?
-Me parece que en River fue una construcción, aprendió del descenso y aprehendió al descenso. Una vez que pudo incorporar toda esa etapa, el hincha de antes logró cambiar y sumarlo a su prosapia y el nuevo directamente lo incorporó sin trauma. En el libro utilizo irónicamente «cicatriz» en lugar de «mancha», porque la cicatriz muestra una herida curada pero no olvidada y la mancha es algo fácil de tapar, más allá de la chicana rival. Boca no habla nunca de Madrid, lastima, salen campeones domésticos seguido y no obstante ingresan en crisis y críticas recurrentes. Su relato no acepta esa final perdida y por eso se abrazaron al gaste tardío con River, cuando el hincha ya lo tiene superado e incorporado.
-Hacés un ranking de ídolos en el que Gallardo, de quien el sabádo estrenan una estatua, queda tercero, por detrás de Labruna y Alonso. ¿No es una herejía decirlo en estos días con su recuerdo tan cercano?
-Es totalmente arbitrario, está claro. Hay gente que pondrá al Muñeco por encima de todos y está bien. No obstante, está tercero para mí porque Labruna es un Dios absoluto en la historia, el máximo goleador, el tipo que lo sacó campeón después de 18 años, el que más goles metió en los súperclásicos, preservar además ese primer lugar de Angelito es también hacerles saber a las nuevas generaciones de quien se trató y qué es River. Al Beto lo vi poco pero lo suficiente como para entender que es “la” expresión futbolística de los que es River, nuestro máximo crack en una fábrica de cracks. Y después el Muñeco sobre todo por su obra como entrenador. Pero igual nadie me conmovió más en una cancha que el Burrito Ortega. Los rankings se han creado para el debate y pasar el tiempo.
-Boca aparece presente. ¿Es posible escribir un libro de River sin mencionar a su rival, y viceversa?
-Y, es que River y Boca en su locura maniquea sintetizan un poco el concepto de rivalidad y de amor y odio en el fútbol. Son inseparables porque son especulares. Si a nosotros nos va mal esperamos que a ellos también y viceversa, cómo consuelo y tranquilidad. Una crisis de un lado genera calma en el otro. Y viceversa. De todos modos, me parece que desde hace unos años el antagonismo está roto fruto de la desesperación por la condición hegemónica que ha ubicado a River por encima de todo. Y su ciclo ganador, con la final mas importante entre clásicos rivales en la historia del fútbol incluida, ha descolocado a la gente de Boca.