Messi clava su golazo. La Selección golea en Abu Dhabi y en la tribuna se elevó una bandera que muestra a Maradona. Que ningún familiar salga a pedir regalías por la imagen de quien, a la Copa del Mundo, además del mejor gol de la historia, le regaló frases como “No voy a ser jugador de futbol y nada más… Voy a seguir contestándole al poder por la desigualdad tan grande que hay”.
La falta que nos hace Diego. No porque Lío no pueda generar maravillas comparables. Pero es el primer Mundial sin él. Algo habría objetado por cómo llegan los futbolistas a esta Copa tras jugar en sus ligas hasta diez minutos antes, asfixiados por sus clubes, que explican derechos y excesos en las fortunas que desembolsan.
En definitiva, un Mundial que ingresa sin retorno al fútbol Siglo XXI.
El de los jugadores mejor atendidos, el del juego más vertiginoso. El del súper profesionalismo, la tecnología, las estrategias estudiadas al milímetro. El del juego que mantiene su preeminencia en los poderosos, jugado en un país minúsculo y opulento. El de las luces y las sombras. El del VAR que intenta un juego más justo; el de los árbitros, obstinados en evitarlo. El de estadios que se desintegrarán en cinco segundos. El de Copa devenida de la corrupción, del lujo y la estridencia. El Mundial del siglo XXI, el de la FIFA.
Ese fútbol que seguirá dependiendo de la estrategia, de un equilibrio colectivo y el físico estrujado de los ejecutantes. De la mano del DT y del capricho de los Dioses en cuanto si esa pelota que da en el palo sigue su curso a la red, o huye a la tribuna (a veces, sólo porque el botín con que se lo ejecutó estaba anudado de una forma o de otra). Pero la dicha persiste: dependerá, como nunca, como siempre, de la destreza, de los más habilidosos, del que haga el mejor regate, lea mejor el juego, sepa aplicar la rosca más certera, ejecute la volea más bonita. El que trate mejor a la pelota.
Y Argentina tiene al que más y mejor representa esos valores. En el apogeo de su carrera, la plenitud de su sapiencia, la cúspide de su personalidad y su experiencia. Además, vuelve a estar rodeado con acierto. El entrenador, así como Bilardo con Maradona en 1986, comprendió sin más que la mejor táctica, por lejos, es extraer todas las virtudes del más grande proveyéndole libertad y un buen equipo que juegue para él. Lo que no quita que Di María pueda darle de primera, una maravilla, como en el gol en Abu Dhabi.
Cada vez es más sutil la diferencia entre ganar y perder. El fútbol tiene infinitas variables que lo mantienen impredecible, un aditivo único. Argentina está para ganarle a cualquiera y puede perder sin asombro con cinco o seis, que lo derroten porque ese día juegan mejor. Pero está para lograr ese título que le es esquivo desde el ’86. Para romper con otro hechizo: los últimos cuatro campeones son europeos.
Diego ya era el mejor en ese ’86 pero se consolidó con el título de México, Messi encara su destino con la magnífica motivación de lograr el único blasón que le resta. «