Lionel Messi se acerca caminando al córner y la gente de las tribunas más cercanas levanta sus celulares. Todos lo apuntan. Es un muro de pantallas, un mosaico lumínico que reproduce al capitán de la selección argentina, que acaba ejecutando un tiro libre poético. Guillermo Viscarra tuvo que esforzarse tanto para sacar la pelota que terminó golpeado contra un palo. Por eso ahora Messi espera a que atiendan al arquero boliviano para tirar el córner. La gente lo reverencia. Meeessi, Meeesi, Meeessi. Messi se da vuelta, los mira y levanta los brazos, los saluda, y genera una suelta de felicidad en todo ese rincón. Que de la mano de Leo Messi, todos la vuelta vamos a dar. La Argentina le gana 2-0 a Bolivia. Recién va media hora de partido.
Esta noche de octubre también es de Messi. Pasó casi un año desde su última vez en la Argentina. Pero estos son los tiempos de gracia. Messi vuelve al país con otra Copa América encima, la que ganó en Estados Unidos, la que lo convirtió en bicampeón de América, la que cerró con la lesión en el tobillo que lo hizo guardarse por un tiempo. Hay miles que lo vienen a ver por primera vez en una cancha y hay otros que ya sienten el camino de la finitud futbolística. Lionel Scaloni pidió que no seamos nostálgicos, pero somos argentinos.
Bolivia es su presa favorita. Es la selección a la que más goles le hizo. Tiene más para hacer. No es una cuestión de que todo sea sencillo. Porque cuando Lautaro Martínez presiona la salida boliviana y entonces captura la pelota para Messi, que no hace la fácil, que quizá es cruzarla. Le pega a un lugar imposible, sin ángulo, sin espacio para la pelota. Es gol. La fiesta acaba de empezar.
El equipo juega como si quisiera sacarse las ganas de lo que no había podido jugar sobre el colchón de agua de Maturín, en Venezuela. Se suelta Rodrigo De Paul, se ofrece como lanzador perfecto, le da paso a Nahuel Molina. La selección juega bien arriba, los centrales están en la mitad de la cancha. Cuti Romero corta y sale con pase. El ataque es un diseño inédito para un inicio de partido, están Messi, Lautaro y Julián Álvarez. Messi ya hizo su gol, así que le sirve otro a Lautaro. Después va a venir el de Julián, también con pase de Messi. Todos van a tener el suyo.
Pero vamos a ese instante del pase de Julián, el momento en el que aprieta el enter para que la pelota le llegue a Messi, que tiene el campo abierto para el gol pero elige que sea de Lautaro. El universo se ordena en cosas así. Porque el que manda, la cabra, le dice a todos los demás -les indica- que no hay nada más importante que potenciar a tus compañeros. Es una convicción colectiva. Y este equipo, la mejor selección argentina de la historia, la tiene. El que entra quiere jugar, la pide, la busca, quiere ser protagonista, pero sobre todo quiere hacer mejor al otro. El primero que está en esa es Messi.
Porque esto es una sinfonía. Mientras suena Messi, Rodrigo De Paul toca sus lanzamientos. Nahuel Molina hace sus ascensiones. Enzo Fernández y Alexis Mac Allister, que vuelve al equipo, sobrevuelan la mitad de la cancha. Es el sonido dolby de la selección, una música envolvente. En la que salen unos, entran otros, y todo sigue igual o mejor. Entra Thiago Almada y hace su gol. Nicolás Paz, con veinte años, sale a jugar por primera vez a un partido de la selección. Tira gambetas, se atreve, tiene ganas de jugar. Messi lo usa de apoyo para su tercer gol, el sexto de la noche. Porque ya había hecho el segundo -el quinto de la Argentina- y entonces el partido termina 6-0.
Pero este no es sólo un partido que sólo deja un resultado. Es un partido de actos, de hechos, son los momentos en los que Messi mira a la gente, es el show y los puntos para las eliminatorias. El público puede ser un poco MLS, pero el partido no es MLS. Es Sudamérica, la pierna se mete fuerte, los planes se complican, no hay que subestimar a ninguna selección. Messi tiene 37 años y el fuego sagrado, intacto. Busca cada pelota, cada jugada como si fuera la última del partido. Afuera se vive igual, todos lo vivimos igual, como si fuera lo último. El último partido, el último día. Aunque siempre quede uno más. Aunque siempre quede algo de Messi. Pero es también una forma de vivir.