Como si formara parte del «Elijo creer», la frase del manual de supersticiones que convertía a las casualidades en señales que anticipaban el título en Qatar 2022, a la tercera estrella también se llegó después de que integrantes de la selección tuvieran que resolver, como en México 1986, una emergencia logística pocas horas antes de un partido decisivo.
Si empleados de la AFA debieron comprar camisetas de apuro en un comercio de México para jugar con Inglaterra por los cuartos de final, 36 años después en la delegación argentina en Doha advirtieron que faltaba el banderín para el intercambio de capitanes previo a la final con Francia.
Parece una nimiedad pero forma parte del protocolo y el ceremonial de cualquier partido, más aún del que definiría la Copa: Lionel Messi debía entregarle un distintivo de la AFA a su par francés, el arquero Hugo Lloris. Sin embargo esta vez, a diferencia de los seis encuentros anteriores –en los que en la concentración argentina sí había un estandarte para que el 10 le diera al capitán rival–, ya no quedaban más.
A la desacostumbrada pregunta, ¿cómo se consigue, contrarreloj, un banderín de Argentina en Qatar?, la respuesta –acertada– fue recurrir a los compatriotas que residen en la ciudad, en especial si entre ellos hay un coleccionista. Si el equipo de Lionel Scaloni se sobrepuso a varios golpes en su camino a la Copa (Arabia Saudita, el empate parcial de Países Bajos, las dos reacciones de Francia), los empleados de AFA que acompañaban al plantel también debieron mostrar cintura para solucionar un contratiempo imprevisto. Es el trabajo oculto que suele quedar en la intimidad de los planteles.
La noche previa a la final, el 17 de diciembre, Javier Maluf –argentino, hincha de River y residente en Doha desde hace 18 años– recibió en su casa de la capital qatarí a 50 compatriotas en estado de excitación futbolera, entre ellos cuatro campeones de 1986. En medio del asado, se respiraba la final y desbordaba el optimismo, al punto que alguien le hizo recordar a Jorge Burruchaga que era el último argentino en haber convertido un gol en una final de Mundial (en 1990 y 2014 perdimos 1-0), y el ex Independiente respondió: «Sí, pero mañana dejo de serlo porque vamos a ganar«.
En ese clima, una voz preocupada llamó desde la concentración argentina en otro barrio de Doha y preguntó por Maluf, quien durante el Mundial había estado en contacto con la delegación como especie de nexo local. De hecho, había llevado parte del palo santo que los jugadores encenderían para cambiar la energía. «Javi, te tenemos que pedir un favor, ¿tenés un banderín de Argentina? No tenemos para darle al capitán francés», le preguntaron al dueño de casa, a sabiendas de que en su domicilio en Qatar colecciona casi mil camisetas, muchas de ellas de la selección, por ejemplo la que Diego Maradona usó ante Inglaterra en 1980 (Maluf publicó un gran libro, llamado La camiseta de River, y pronto terminará uno similar de la selección).
El intento de los empleados de AFA para solucionar el último problema del Mundial fue un pleno porque Maluf respondió: «Tengo dos, pero esperame a mañana a la mañana que no los guardo acá». Por supuesto, no serían similares a los que Messi les había dado a los capitanes rivales en los partidos previos, pero servirían para resolver el percance. Ambos, en verdad –como ocurre con cualquier objeto de colección–, tenían sus años e incluso sus pequeños deterioros, como algunos flecos deshilachados.
Ya en la mañana del domingo 18, cuando estaba todo listo salvo el banderín, Maluf envió una foto con sus dos distintivos, uno que Argentina usaba a inicios de la década del’90, como puede comprobarse en fotos de Oscar Ruggeri durante la Copa América 1991, y otro más moderno, bordado con flecos dorados y que lucía las dos estrellas: fue el elegido por los administrativos de AFA.
Ese banderín, que dormía en una baulera y pasó a manos de Messi, había llegado a Qatar a través del alemán Uli Stieliki, futbolista del Real Madrid y de la selección de su país en los años ’70 y ’80, y luego entrenador. Su primer paso como DT fue el seleccionado de Suiza, con el que enfrentó a Argentina en un amistoso de 1990: lo conservaba desde entonces y lo llevó a Doha entre 2008 y 2014, cuando dirigió a clubes qataríes. Ya como parte de su colección, Maluf se acercó a la delegación argentina en Doha y, tras escribirle sus iniciales en el dorso, lo entregó pocas horas antes de la final.
En la utilería lo emprolijaron –le cortaron hilos desparejos– y, ya en el estadio, lo dejaron listo para que Messi entre al campo con un banderín que hasta la noche previa estaba sin uso. Tras los himnos, se lo dio a Lloris y desde entonces está en manos francesas. Más de 100 días después, cuando en una Doha en ramadán acaba de estrenarse el barrio argentino –donde vivían nuestros hinchas–, Maluf intenta recuperar esa insignia que había atesorado sin saber el rol que tendría. Es curioso: si una mayoría quiere la camiseta con tres estrellas, un argentino busca reencontrarse con el último banderín con dos. «