El inicio del fin ocurrió el 2 de diciembre de 2010, en Zurich, cuando Joseph Blatter armó su dos en uno para el reparto de Mundiales. Ese día entregó 2018 y 2022, el último y el próximo, el que modificará incluso una tradición de jugar a mitad de año. Ya había ocurrido algo similar en 1966 cuando la FIFA otorgó tres a la vez: Alemania 74, Argentina 78 y España 82. Pero fue por primera vez en 2010 que sometió a votación entre sus dirigentes la entrega de dos sedes en conjunto. Y los votos son dinero y poder. Si los ganadores fueron Rusia y Qatar, los perdedores fueron Inglaterra y Estados Unidos. El FBI iba a entrar en escena.
“Fue su certificado de defunción”, dice el periodista Ezequiel Fernández Moores en la serie documental que acaba de estrenar la TV Pública, FIFAGate, por el bien del fútbol. “Fue el gran error que cometemos los dirigentes deportivos siempre, mezclar la parte deportiva con la parte económica. Se eligieron dos sedes porque íbamos a poder negociar mejor los derechos televisivos de la Copa del Mundo”, agrega Harold Mayne-Nicholls, ex presidente de la Federación de Fútbol de Chile. A la ambición de Blatter le siguió una investigación que derivó en el caso más impactante de corrupción de la historia del deporte, un terremoto para el fútbol mundial que tuvo su día emblemático el 27 de mayo de 2015 cuando una redada en el hotel Baur au Lac, de Zurich, previo a un Congreso de la FIFA, terminó con once dirigentes detenidos.
Fernández Moores, encargado de la investigación del documental, guionista y también narrador, arma el equipo de dirigentes caídos, el dream team de la corrupción FIFA, compuesto por hombres de Centroamérica, el Caribe y Sudamérica. El principal delator fue la excepción, el estadounidense Chuck Blazer, un excéntrico dirigente de la Concacaf. Lo que empezó en Zurich y continuó en los tribunales de Nueva York sacudió al fútbol de este lado. Julio Grondona, quizá persona clave en todo el entramado, había muerto un año antes. Pero la Argentina tendría otros protagonistas, entre ellos los empresarios Hugo y Mariano Jinkis, y el CEO de Torneos, Alejandro Burzaco, que espera sentencia en los tribunales de Brooklyn, donde será testigo colaborador del próximo juicio, el que comenzará el 2 de mayo del año que viene.
El documental, seis capítulos que van los domingos a las 20 pero que luego se libera en YouTube (allí ya se puede ver el primero), es una coproducción entre la TV Pública argentina y el Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano. Y plantea una cuestión que sigue abierta: ¿la investigación fue la venganza de Estados Unidos por haberse quedado sin el Mundial 2022? ¿El lavado de dinero en su sistema financiero -se pregunta- fue sólo una excusa o fue la razón? Estados Unidos activó la Ley RICO, aprobada por el Congreso de ese país en 1970 para ir contra la mafia y organizaciones criminales. Ahora iría contra la organización del fútbol.
“No me interesaba tanto la parte policial-judicial sino la lectura política del FIFAGate -dice Fernández Moores-. Quise mirar el tema desde la perspectiva de este lado del mundo y no desde el relato Nueva York-FBI. Sobre esa idea se armaron las entrevistas, en las que buscamos también versiones que contrastaran nuestra hipótesis, que relativizaran o negaran una supuesta vendetta de EEUU. Que rechazaran nuestra sospecha de por qué solo cayeron presos dirigentes latinos”.
Sin spoilers, más allá de los matices que entrega los distintos testimonios, lo que queda claro es que el caso cambió la historia de la FIFA y también modificó la relación de Estados Unidos con el mundo del fútbol. Se fue Blatter, llegó Giani Infantino. “Lo que no hizo un ‘Johnny Messi’, lo hizo el FBI”, bromea Fernández Moores. Pero ya antes de Blatter, como se ve en el documental, los sobornos eran parte del ecosistema FIFA. Lo demuestra el escándalo de sobornos de la fallida ISL, la empresa de marketing, que involucró al brasileño Joao Havelange, el hombre que hizo explotar como nunca antes el negocio del fútbol global, aliándose incluso con dictaduras latinoamericanas. Havelange tuvo que renunciar a su puesto en el Comité Olímpico Internacional y al cargo de presidente honorario de FIFA.
Ese sistema implosionó por la ambición de Blatter. Infantino, bajo su mandato, reconfiguró las relaciones de FIFA. Se acercó a líderes mundiales, sean jeques o presidentes de países occidentales. Y le abrió las puertas a Estados Unidos, donde hasta amagó con mudar el comando central del fútbol dejando Suiza o, al menos, instalar una oficina. Por eso el documental también nos habla del presente. El presidente de la FIFA quiere ahora Mundiales cada dos años, un proyecto enfriado por estos días debido al rechazo que todavía genera entre sus colegas, sobre todo en Europa. La ambición, podría ser una advertencia para Infantino, también resulta una trampa. Quizá pueda estar tranquilo mientras no tenga a un FBI revisándole las cuentas.