De los 832 futbolistas instalados en Doha para disputar el Mundial, hay 137 que representan a un país distinto al de su nacimiento. Es algo más que 16 por ciento del universo de deportistas. Lo hacen en Qatar, un país que desde 2010 duplicó su población con la llegada de migrantes, en su mayoría dedicados a la construcción en condiciones de semi-esclavitud que, en parte, se vieron obligados a cambiar antes de la llegada de la Copa. El gol que este jueves el camerunés de nacimiento, pero suizo de adopción, Breel Embolo, convirtió en el 1-0 de Suiza ante Camerún fue el primero de su especie en los Mundiales: un futbolista festejando ante su país de nacimiento.
Sin embargo, puede haber muchos más casos. En el partido inaugural en el estadio Al Ryat hubo 12 jugadores (10 de Qatar y dos de Ecuador) extranjeros. Entre las cientas de historias, en esas anotaciones al margen de las canchas y la pelota, hay hermanos que juegan en selecciones diferentes, refugiados de Sudán del Sur que ahora defienden los mismos colores y está también Timothy Weah, hijo del Balón de Oro George Weah (actual presidente de Liberia, crack futbolístico en los 90, figura de un gran Milan), que aportó su gol para Estados Unidos en el empate del debut ante Gales.
Las cinco selecciones de África, por ejemplo, muestran una realidad del fútbol actual, tan capitalista como cualquier otra industria del mundo: mientras Europa se queda con lo mejor que encuentra a su paso, ya sean jugadores nacidos en el país de aquellos padres migrantes o bien con los deportistas criados después de haber dejado su tierra de origen, África elige lo que queda. Y en Qatar 2022 son 55 los futbolistas que nacieron en algún país de Europa y están repartidos entre las selecciones de Senegal, Ghana, Marruecos, Túnez y Camerún.
En su plantel, Australia también guarda esas historias que se ponen de relieve cada cuatro años. Thomas Deng, Awer Mabil y Garang Kuol juegan para Australia. Sus padres llegaron a Oceanía por el mismo motivo, como refugiados para escapar a la Guerra Civil de Sudán del Sur, estado africano que firmó su independencia en 2011 sin que ese acuerdo marcara el final de conflictos que, entre otros cuestiones, incluye más de cuatro millones de desplazados y una de las mayores tasas de desnutrición del mundo. Kuol también es una consecuencia de esa cruda realidad: nació en 2004 en Egipto, donde sus padres se instalaron como refugiados de Sudán del Sur. En 2010, la familia volvió a moverse hasta Shepparton, a 181 kilómetros al norte de Melbourne.
Con 18 años años y sin haber jugado un solo partido como titular, Kuol se coló entre los convocados de Australia. Es el segundo jugador más joven en toda la competencia y después de Qatar 2020 llegará a elite del fútbol: seguirá su carrera en Newcastle, en la Premier League. «Un joven que viene de ninguna parte y que inicia un nuevo camino en su vida. Hemos visto estas cosas suceder en varias ocasiones en los Mundiales y en los grandes partidos, cuando jugadores desconocidos se revelan e inspiran a un país entero», describió Graham Arnold, técnico de la selección de Oceanía, sobre el delantero que entró a los 74 minutos en la derrota de ayer ante Francia.
Youssofa Moukoko es el jugador más joven en en la Copa del Mundo y está apuntado entre las posibles revelaciones de la competencia como parte de la selección alemana. Nació en Camerún, aprendió a jugar al fútbol en la capital Yaundé, donde vivió hasta los 10 años con sus abuelos. En 2014, se mudó a Hamburgo con Marie Moukoko, su madre, y Joseph Moukoko, su padre, y empezó a jugar en St Pauli, club antifascista y contracultural que ganó fanáticos por todo el mundo por sus posicionamientos políticos. Su explosión llegó en Borussia Dortmund y Barcelona, PSG y Manchester United ya lo tienen en el radar. Acaso el Mundial termine de definir su destino.
Iñaki y Nico Williams constituyen otro capítulo del fútbol globalizado que se ve por estos días en Qatar. Los dos hermanos son españoles, del País Vasco y juegan en el Athethic Bilbao. Sus padres Félix y María son ghaneses, pero emigraron a Europa y entraron a España a través de Melilla. Tuvieron que recurrir a un pequeño ardid para que les abrieran la frontera: dijeron que escapaban de la guerra civil de Liberia para que le dieran asilo político. Nico, el menor con 20 años, está entre los 26 conducidos por Luis Enrique. Iñaki, de 28, decidió vestir los colores de su familia: «Siento que ha llegado el momento de encontrarme con mis raíces, conmigo mismo y con todo lo que África y Ghana significa para mi familia».
No será al único jugador que le recorrerá esa sensación por las venas en una Copa -un mundo- donde la nacionalidad, de alguna manera, también se puede convertir en una identidad autopercibida.