Algo de lo que se escucha por estas horas entre todo el ruido que genera el Mundial es la inevitable idea de que el destino del país irá atado al destino del equipo. No solo entra en la baraja de los analistas políticos. Hasta funcionarios en off ponen Qatar como un punto de quiebre. Como si todo se suspendiera hasta entonces, que es posible aunque sabemos que la máquina sigue girando. Lo que suceda de aquí a diciembre –con el país y con el equipo– está inscripto en lo que no sabemos. El fútbol siempre guarda algún escenario inesperado. La Argentina también, pero nada de eso tiene relación con un resultado deportivo.
Un periodista ensayó en televisión que el plan de Sergio Massa venía con el combo de la posibilidad de ganar el Mundial, acoplarse a la euforia que eso supondría durante enero y febrero. Elisa Carrió, al revés, dijo que una vez que se termine Qatar 2022, sin establecer resultados, la gente se dará cuenta de que vive en un país que ya chocó. La suerte del país en los pies de Lionel Messi. En todo caso en esos pies van y en los de un equipo irán nuestra alegrías o tristeza colectiva, que no es poco pero que no tiene consecuencias políticas o económicas.
«No existe en la historia deportiva de la galaxia una ecuación causa = efecto entre el éxito deportivo y el éxito político. Ni siquiera el Mundial de 1978, aunque tanto lo parezca», escribe Pablo Alabarces en su libro Héroes, machos y patriotas, el fútbol entre la violencia y los medios. «Toda esta discusión gira en torno del tema de la alienación y de la manipulación de las masas», explica Alabarces. «La dictadura y sus aliados –continúa en el libro– usaron el Mundial para manipular, esconder, desviar, celebrar, como cortina de humo, como opio de los pueblos, por un lado, y como operación popular de establecimiento de un nuevo consenso. Pero nadie puede demostrar la eficacia de esa operación». Toda la clase dirigente argentina, dice Alabarces, está convencida de que puede manipular a las masas a través del fútbol y por eso trata de utilizarlo. Y, sin embargo, no hay ningún elemento que demuestre que ese mecanismo sea eficaz.
Se puede mirar qué pasó después de México 86, la Argentina que levanta la copa en democracia, afuera del país, con Maradona en modo Maradona. Raúl Alfonsín le cedió el balcón a los campeones, fiesta popular en la Plaza de Mayo y en los puntos de encuentro de cada provincia. Al año siguiente, el radicalismo que gobernaba perdió las elecciones de medio término. El ejemplo contrario se observa en Estados Unidos 94, el Mundial que entregó una de las jornadas futboleras más dolorosas que se recuerden, la exclusión de Diego por doping. Su frase «Me cortaron las piernas» sacudió a un país. La eliminación del equipo se vivió casi como una consecuencia natural. Días después de que se anunciara que Maradona tenía que dejar el Mundial, una multitudinaria Marcha Federal llegaría a la Plaza de Mayo desde distintos puntos del país contra las políticas de ajuste de Carlos Menem. «Diego no se drogó, Diego no se drogó, antidoping a Menem la puta madre que lo parió», cantaba la multitud. Menem tuvo su reelección un año después mientras la Selección reiniciaba su camino con Daniel Passarella como entrenador.
«También hay que poner el foco en el campo parcialmente autónomo del deporte, que es lo que a veces dejamos de lado», dice el sociólogo Rodrigo Daskal. «Por supuesto –agrega– que es un campo que está en relación con la política o la economía, pero no hay que verlo dependiente de otro campo. La gente va a festejar o no por cómo le vaya al equipo, no por cómo esté el país». Celebrar una victoria deportiva, aun con la dimensión mundialista, no implica más que eso.
El concepto de humor social, que es lo que supuestamente mueve la Selección cada cuatro años, forma parte de una construcción. «Y esas construcciones –dice Daskal– pueden ser reales y/o ficticias. En general, esconden una opinión. La idea de ‘humor social’ es una derivación menos sofisticada de la idea de ‘opinión pública'».
En las últimas horas lo que circuló fue el paper de Marco Mello, un investigador de la Universidad de Surrey, de Inglaterra, que indica que el PBI del país que gana el Mundial crece en los dos trimestres posteriores. No es nuevo. Hay muchos economistas que han escrito sobre el asunto, la idea de que ganar el Mundial impulsa la economía. Según el estudio de Mello, el país ganador crece al menos 0.25 puntos porcentuales en los dos trimestres siguientes impulsado por un mayor crecimiento de las exportaciones a partir de productos nacionales que generan más atractivos. Como Argentina recién tiene datos trimestrales de su PBI desde 1993 no entran Argentina 78 y México 86, queda como país de control en el estudio pero no como ejemplo. Pero no es solo crecer, hay que repartir. De eso no hay estudios.
Igual, lo que importa pasará en la cancha en dos semanas.