Sebastián Beccacece lleva la mitad de su vida dedicada a dirigir. Tomó esa ruta a los 17 años, cuando aceptó que no iba a ser jugador. El vínculo con el fútbol había comenzado en las calles de La República, barrio céntrico de Rosario en el que se crió. «Éramos 20 compañeros que todo el tiempo hablábamos de fútbol y música. El barrio y la escuela pública son factores fundamentales en mi formación», dice el técnico de Defensa y Justicia, el más joven de todos los de Primera.
¿Existe algo así como una clave?
Los entrenadores imaginamos un partido y creemos que va a suceder. Pero la clave son los futbolistas; poder reunir las capacidades y virtudes individuales para ensamblarlos en un conjunto.
Hoy se habla mucho de métodos. ¿Hay alguno que te represente?
El mejor método es hacer lo que uno siente y darle forma a eso que uno siente. Cada vez que pienso o siento algo, veo de qué manera lo traslado y traduzco al futbolista. Podés tener una idea brillante pero el gran desafío es bajarla y plasmarla a tierra, a la cancha. En ese aspecto, la diversidad es importante porque te invita al cambio y a crecer.
En la Argentina durante un tiempo se vivió entre el bilardismo y el menottismo. ¿Hay otros paradigmas ahora?
El argentino siempre ha estado del lado blanco o del negro. Nunca ha utilizado los grises, que existen. Yo me desarrollé con Marcelo Bielsa y decía que había que tomar lo mejor de Bilardo y lo mejor de Menotti sin dividirlos. Esa línea me marcó. No hay que despreciar ninguna opción. Adopto la que creo y siento, pero no desde el lugar de denigrar al otro, sino como una elección. Hoy hay dos estilos muy marcados: los equipos que se organizan desde el balón o los que se organizan sin el balón. Están aquellos que intentan arrinconar al adversario, hacerse cargo del control, proponer e iniciar a través del juego. También están los que se intentan replegar y aprovechar algún error del adversario o juntar gente más cerca de su arco para contragolpear. Las dos son válidas. La oportunidad de crecer aparece desde la aceptación de que existen estas dos opciones. Si bien yo tengo una idea, a veces te toca convivir con la otra. Uno puede imaginar un partido para ser protagonista, pero si no lo lográs, ¿qué haces? Ser un mejor entrenador es contar con más herramientas. Si en una caja tengo el martillo, el destornillador, la pinza y el metro, utilizo el que necesito en cada momento. Ahora, si me quedo solo con el martillo, ¿qué pasa cuando necesito el destornillador?
¿Cuánto te frustra que tus equipos no tengan la pelota?
Frustra porque me gusta tenerla siempre. Sé que con la pelota se sufre menos y si la tenés estás más cerca del gol. Cuando eso se pone en riesgo, aumenta la frustración. Pero sé que los rivales juegan, a veces te superan y juegan mejor. Entonces hay que trabajar la tolerancia a la frustración. Es algo que cuesta. En el exitismo que reina parece que todo tiene que ser inmediato, que tiene que ser ya y todo eso influye. Hay que trabajar esos aspectos emocionales para tener calma cuando la adversidad se apodera de uno.
¿Sos tolerante?
Tengo que mejorar mucho. Soy parte de esta sociedad y, quieras o no, te empuja y te arrastra a la inmediatez. A mí me gusta más el desarrollo que la inmediatez pero sé muy bien que en un mundo de consumo intenso todo es inmediato. Entonces, tengo que mutar para poder convivir con esa exigencia porque si no el desarrollo no es posible.
¿Qué es un entrenador?
Es el que intenta sacar el máximo potencial posible dentro de las capacidades que tiene cada futbolista desde su condición natural.
¿Y el líder?
Estar en los detalles de cada individuo que forma parte del colectivo. Es administrar y gestionar la suma de necesidades que tiene el ser humano y llevar adelante a un grupo.
¿Tenés que ser un líder para ser entrenador?
Van de la mano. Necesitás la capacidad de sacar lo mejor del otro desde la esencia del juego. Por ejemplo, si tengo a Gonzalo Castellani, que tiene una capacidad de pase increíble, y no logro ponerlo en una situación para que aproveche esa virtud tendría que replantearme algunas cosas. Como entrenador, por qué no sucede eso. Habría qué indagar qué pasa con la confianza si él no logra dar ese pase que imagina. Ahí es donde entra el trabajo del día a día, hablar, estar en los detalles y en preguntar una y otra vez qué está pasando. Una parte está vinculada al juego y la otra tiene que ver con las emociones que atraviesan los diferentes estadios de un futbolista.
¿Cómo lo trabajan?
Desde la observación de todas esas cuestiones. Se observa todo el tiempo para llegar al corazón del futbolista. A veces nos olvidamos del factor humano, de la sensibilidad y de las emociones. El entrenador puede ser más estructurado o robotizado. Cuando el líder gana espacio, el técnico se vuelve más humano. Y cuando somos más humanos, nos desarrollamos mejor.
¿Se terminó el prejuicio con los técnicos que no fueron jugadores profesionales?
Existe y va a seguir existiendo pero en menor medida. Decir que se terminó no sería correcto. Antes tampoco se aceptaba que la mujer trabajara y hoy tenemos presidentas. El mundo va evolucionando y avanzando contra los prejuicios y las verdades absolutas que no se sabe por quiénes fueron impuestas.
¿Ser de la misma generación que los jugadores es un punto a favor?
Trato de ser espontáneo y genuino. De hacer lo que me dicta el corazón y de encontrar el compromiso con la institución en la que me encuentro. No sé en qué me juega a favor y en qué en contra. Siempre les digo a los futbolistas que la exigencia tiene que ir acompañada del interés. Si hay interés, la exigencia llega hasta donde quieren porque ellos ponen el límite. No tener límites, exigirnos y encariñarnos con el lugar son cosas importantes. La clave es vincularse desde lo más profundo con todo el entorno y no venir a cumplir un horario de trabajo. La idea es que la actividad no se convierta en algo rutinario sino que sea un lugar placentero.
¿Qué no le puede faltar a un equipo tuyo?
Pasión. Para empezar hay que tener pasión. Después se pueden ir agregando un montón de condimentos. La pasión es vida y un equipo sin vida no me representa. «