Inglaterra trajo el fútbol a Qatar, protectorado británico hasta 1971, una de las últimas declaraciones de independencia en Medio Oriente. Mientras la British Oil Company explotaba el petroleo, sus trabajadores jugaban a la pelota con los locales. Acá también, como en tantas partes, el fútbol bajó de los barcos. Inglaterra volvió a traer el fútbol a Qatar medio siglo después, por estas horas, con el festival que se regaló ante Irán, un 6-2 para poner en marcha su Mundial. Será un rival débil, pero a los rivales débiles también hay que saber ganarles, imponerles la diferencia, lo que en términos futbolísticos puede llamarse sometimiento.
Pero lo que pasó en el estadio Khalifa, el más antiguo de Doha, uno de los dos remodelados, fue un partido de Mundial en todas sus dimensiones. Una selección que es candidata impone su fútbol pero además todo lo que excede al juego tiene la carga de lo social, lo político, la carga histórica. La vieja guerra anglo-persa, el domino británico, la pelea por el control del petroleo y el fútbol como escenario simbólico.
A todo lo que estaba en el aire como contexto histórico, también como trasfondo, se le agregaba la posibilidad de Harry Kane, el goleador inglés, saliera con su cinta de capitán multicolor, una forma de protesta por la persecución a la comunidad LGBT. Eso no ocurrió, había probabilidades de sanciones. No hubo cinta arco iris sino una negra que generalizaba: “No a la discriminación”. Pero el momento de los himnos marcaron el instante más político de un partido de Mundial desde hace tiempo. La selección inglesa puso su rodilla en el césped imitando el gesto que inició Colin Kaepernick, el jugador de fútbol americano, contra los abusos de la policía de Estados Unidos contra la comunidad negra.
Si se esperaba algo de los ingleses también había expectativa sobre los iraníes. El día anterior, el capitán Ehsan Hajsafi había adelantado la posición del equipo. “Las condiciones en nuestro país no son adecuadas -dijo Hajsafi-. Nuestra gente no es feliz. La gente tiene que saber que estamos con ellos y que los apoyamos. Somos solidarios”. Su forma de solidaridad fue no cantar el himno antes del partido. Fue un silencio potente en un estadio, costaba determinarlo entre lo que sonaba, pero ahí estaban. Como otros hinchas también habían llevado remeras en repudio al crimen de Mahsa Amini, la joven de 22 años acusada por la policía iraní de no llevar el velo islámico bien puesto. “Mujeres, vida, libertad”, decían algunas remeras.
Lo primero que pasó en el partido fue un choque. El arquero Alireza Beiranvand quiso sacar una pelota y terminó chocándose con el defensor Majid Hosseini. Fueron algunos minutos de recuperación, atendiéndole la nariz, cambiándole la ropa, y dejándolo seguir, algo que algunos especialistas indican como irresponsable porque se trató de un choque de cabezas. De hecho, Beiranvand le pidió salir unos minutos al portugués Queiroz. Entró Seyed Hossein. Todavía no iban veinte minutos de partido. Ese cambio explicará luego por qué Irán hizo seis modificaciones al término del partido: la International Board determinó que en una conmoción cerebral la prioridad es la salud, por lo que una sustitución no se cuenta en esa lista.
Después de todo eso hubo fútbol. Jugó Inglaterra. Gary Southgate, su entrenador, puede decir que el equipo tiene todos los recursos. Es cierto que Irán le entregó los espacios para que los utilizara a gusto, casi sin resistencia, pero Inglaterra no sólo los aprovechó, los disfrutó con alegría, fue un goce brasileño para un fútbol que suele entregarse a aspectos más burocráticos.
De toda la cuenta no participó Harry Kane, su goleador, aunque sí fue parte de goles. Pero pasó Jude Bellingham, de cabeza, pasó Raheem Sterling atacando el área con un salto danzarín después del centro de Kane, pasó Marcus Rashford tocándosela de zurda al arquero iraní, pasó Jack Grealish desde el banco, y pasó más que nadie Bukayo Saka, 21 años, dos goles y dueño del partido. El segundo fue obra por talento y paciencia para encontrar el momento exacto del golpe.
Es la forma que Inglaterra encuentra para meter miedo. Todavía falta demasiado Mundial, pero esta es una buena forma de empezar. Y una manera de mostrar cómo la vida gira. El único jugador que había hecho un gol mundialista sin haber nacido en el siglo XX, según avisa @a_lastima, era un uruguayo, Pedro CEA, que había nacido en el siglo XIX y le hizo un gol a la Argentina en la final del Mundial de 1930, el primero de la historia y el que se queda Uruguay. Hoy llegaron Bellingham y Saka para avisar que el siglo XXI, en el que ellos nacieron, ya está acá, en Qatar.