Cada principio de año, los técnicos de los equipos más grandes suelen tener una incomodidad: los torneos de verano, esa obligación lateral que se mete en el calendario como una piedra en el zapato, organizada por la televisión y aprovechada por los vacacionistas o los locales que durante el resto de la temporada están alejados del ritual de la cancha. Son competiciones amistosas, que no suman estrella, que quizá entreguen alguna alegría efímera, un poco de alivio a la tesorería, la chance de probar jugadores, pero que arrastran la eventualidad de trastabillar en los primeros días del año con un equipo en formación, o desarmándose, con futbolistas que quizá ni siquiera estén listos para salir a la cancha. La mayoría de los preparadores físicos prefieren evitarlos. Pero los clubes se escudan en que son contratos firmados, hay que cumplirlos. Hasta ahora, después de cincuenta años, con este enero sin clásicos.
El verano del fútbol argentino no tendrá Boca-River con marca de cerveza, no habrá revancha, no habrá Copa Luis Nofal, el homenaje de Torneos a uno de sus creadores, ex socio del empresario Carlos Ávila. El Superclásico de la Copa Libertadores que terminó jugándose en Madrid reventó el sistema. ¿Cómo se hubiera organizado en Mendoza o en Mar del Plata un partido que tuvo que exiliarse en España? El regreso no será fácil, aunque hay una posibilidad de que se crucen en la Copa de la Superliga que se jugará una vez que termine el campeonato para completar el semestre. Si la tabla del torneo quedara tal como está, River tendría que jugar con San Martín de San Juan en primera fase y, de ganarle, pasaría a octavos de final, donde lo esperaría Boca. Pero para eso falta.
La programación veraniega de enero sólo tiene algunos amistosos sin demasiada relevancia: Racing va a jugar con Gimnasia y Rosario Central en Mar del Plata, la misma ciudad en la que Boca programó partidos con Unión y Aldosivi. También en Mar del Plata, Independiente jugará con Gimnasia y Central enfrentará a Belgrano. En Salta, San Martín de Tucumán será rival de Talleres. Puede resultar una mala noticia en un año de elecciones para la otra especie que gusta hacer uso de estos amistosos: los políticos en campaña, los funcionarios con necesidad de figuración, los que aparecen de pronto, oh, en una platea o un móvil casual para hablar de la pasión del fútbol. Forma parte de una facturación extra. Francisco De Narvaez fue un habitué. También Diego Bossio durante sus años en el ANSES. La campera amarilla de Alfredo Olmedo tuvo abono en varias ediciones de verano.
La cantidad de partidos pendientes que dejó la primera parte del campeonato empujó a esta situación. River juega este mes dos de los cuatro encuentros suspendidos en los días de su cruce eterno con Boca. Marcelo Gallardo comandó un éxodo a Punta del Este, donde el campeón de la Copa Libertadores jugará un amistoso con Nacional de Montevideo. Sólo eso. San Lorenzo-Huracán será el único clásico del mes: jugarán el domingo 20 en el Nuevo Gasómetro pero por la Superliga. Por eso, ninguno tiene previsto jugar partidos de verano. Torneos mandó carta documento para intimarlos a que lo hagan. Los clubes se negaron. Hubo cruces de llamados telefónicos que incluyeron algunos gritos. La empresa aduce que lo hizo para cubrirse, que la sangre no llegará al río.
Los torneos de verano cumplieron cinco décadas el año pasado. La primera vez ni siquiera se jugó en enero, fue en febrero de 1968. River y Racing se enfrentaron en un cuadrangular en Mar del Plata con el Vasas de Hungría -un equipo fundado por trabajadores metalúrgicos de Budapest- y con la selección de Checoslovaquia. Dos equipos del bloque comunista en la Argentina del dictador Juan Carlos Onganía. La tradición se mantuvo cinco décadas. Y alguna vez se llevó puesto a técnicos. Ramón Díaz renunció a River después de perder un superclásico en 2000. Lo mismo hizo Alfio Basile un enero de 2010. “No es nada fácil debutar con un equipo que hará apenas una práctica”, se quejó Manuel Pellegrini cuando dirigía San Lorenzo. El año pasado, River sólo jugó contra Boca. Ya avanzaba con la idea de que el verano no interrumpiera la pretemporada del equipo.
Nadie lo dice públicamente, porque nadie diría algo así, pero dirigentes y entrenadores prefieren no toparse con clásicos evitables. No se trata sólo de River y Boca. Al resto le pasa lo mismo. “¿Para qué nos vamos a condicionar por un amistoso?”, se pregunta el dirigente de unos de los clubes que evitará cruzarse con su rival tradicional. En River creen que la final de la Copa Libertadores no tiene una revancha a su altura, salvo otra final similar. Y en Boca prefieren dejar que la gestión de Gustavo Alfaro tome vuelo antes de someterlo a semejante test. El resto entiende lo mismo. Racing está puntero, sólo piensa en eso, ¿para qué poner en juego un partido con Independiente? Y en Independiente todo está tan movido con Ariel Holan y los jugadores que se van que un partido así lo expondría demasiado. “Real Madrid y Barcelona sólo juegan en partidos oficiales, no les inventan clásicos”, agrega el dirigente. Es cierto, se cruzan en liga y copas. Aunque en 2017 hubo una excepción cuando jugaron un amistoso en Miami, 26 años después del anterior partido no oficial entre ambos.
El que pasó fue el año en el que se rompieron los clásicos. No sólo fue River-Boca de Copa Libertadores. Newell’s y Central tuvieron que jugar un partido por Copa Argentina en Sarandí, muy lejos de Rosario, y a puertas cerrada. La hipérbole de la rivalidad en el fútbol generó la explosión. Todo quedó sobregirado. Jugar el clásico es tener más para perder que para ganar. O, al menos, es un riesgo que ya casi nadie quiere correr. Mucho menos en verano.