En marzo del año pasado, antes del Mundial de Rusia, Claudio “Chiqui” Tapia recibió en su despacho presidencial a César Luis Menotti. Hacía demasiado tiempo, casi un tiempo incalculable, que el entrenador campeón del mundo con la Argentina en el Mundial 78 no cruzaba el portal del petit hotel de Viamonte 1366, el domicilio desde donde se gobierna el fútbol argentino. Desde que había dejado la selección después de España 82, con Julio Grondona en un poder creciente, Menotti había quedado marginado de cualquier lugar cercano a la toma de decisiones de la selección. En los momentos más cruciales del equipo, su opinión sólo quedaba enmarcada en lo mediático, en la batalla dialéctica que había establecido con su oponente estilístico, ético y estético, Carlos Salvador Bilardo, el otro técnico campeón del mundo, y con sus satélites. Ese día de marzo de 2018 en el que se reunió con Tapia -luego hubo otro encuentro- se comenzó a tejer algo que ahora se anunció. Menotti, a los ochenta años, será el nuevo director de selecciones nacionales desde el mes que viene.
Como nada queda por afuera de las antinomias, Menotti ocupará el lugar que alguna vez ocupó Bilardo, su némesis. Sólo que Bilardo lo hizo con Diego Maradona como entrenador, una figura que opacaba cualquier otro cargo. Bilardo no centralizaba decisiones. Por momentos, su lugar era decorativo, era su nombre, el capital simbólico que le daba haber sido campeón y subcampeón del mundo. Eran tiempos en los que en las selecciones juveniles dominaban los muchachos del 86, Sergio Batista, José Luis Brown, Héctor Enrique, Julio Olarticoechea y Oscar Garré, una especie de reivindicación tardía de esa generación de los ochenta. Batista llegó a reemplazar a Maradona durante el año que siguió al Mundial de Sudáfrica, en el tropiezo de la Copa América en la Argentina. Y Bilardo se mantuvo ahí, cada vez más desdibujado, hasta la llegada de Alejandro Sabella, una continuidad que a su momento hizo enojar a Diego: “Grondona me mintió, Bilardo me traicionó”. También José Pekerman tuvo ese cargo, con una decisión puntual: lo eligió a Marcelo Bielsa como técnico de la selección mayor. Y Jorge Burruchaga, hasta hace poco, también sin mucha claridad en la función.
Menotti no vuelve a la selección como hombre reivindicado, vuelve como leyenda. A su edad, y aunque con las convicciones de siempre, ya mira por encima de cualquier grieta futbolera. Hace poco elogió a Gustavo Alfaro, alguien que no hace jugar a los equipos como él predica. Repudió que echaran a José Mourinho del Manchester United. Y, por supuesto, le deseó una mejoría en la salud a Bilardo. Hace tiempo, además, que pretende abrir un debate sobre el futuro del fútbol. Ponerlo, al menos, en discusión. Al margen de esos gestos, Menotti se convirtió en los últimos años en el consejero de entrenadores de aquí y de allá. Por la mesa del café del centro que frecuenta pasan técnicos consagrados, otros que recién empiezan y los que se quieren largar. A la cena de los miércoles, además de los habituales compañeros, siempre se suma alguien que quiere escuchar. Junto a la que comanda Alfio Basile en La Raya, la mesa de Menotti es la otra mesa mítica del fútbol argentino. Menos mediatizada, menos anecdótica, más conceptual.
En octubre del año pasado, cuando Menotti dio una charla junto a Ángel Cappa en Parque de los Patricios, apareció un video con un saludo de Pep Guardiola. “César, Ángel, Ángel, César, pensaba que eran amigos míos, que me querían bien y todas esas cosas. Pero, claro, estas exhibiciones a miles de kilómetros de donde yo estoy, es injusto. ¿Cómo haremos para que yo pueda escucharlos, para que pueda aprender algo de este fútbol sin trampa” -les decía Guardiola- “gracias por lo que han hecho por el fútbol. Al final, los que estamos un poco más jóvenes les hemos chupado todo de vosotros y espero que algo sirva”. Guardiola fue uno de los que buscó en Menotti un consejero antes de largarse a ser técnico. Y uno de los que cada vez que puede se sienta a su mesa. También lo hicieron Jürgen Klinsmann –el Flaco lo dirigió en la Sampdoria- y Joachim Löw cuando en 2005 se propusieron llevar adelante la revolución alemana. Empujado por estos antecedentes, el año pasado Menotti lanzó su escuela de entrenadores, una idea que lo preocupaba: quién formaba a los formadores.
Lejos del barro argentino, donde se cruzan quienes lo observan desde la perspectiva menottismo-bilardismo o quienes aún le reprochan que haya sido el técnico de una selección campeona del mundo en el país de la dictadura, Menotti es un mito del fútbol. Y a la distancia temporal también lo es. Menotti fue el entrenador que construyó el concepto moderno de selección argentina. Lo que hoy se conoce como selección no es la selección que existía antes de Menotti. Esa estructura la comenzó a moldear en 1974, cuando asumió, y tuvo continuidad por la política de Estado que estableció Grondona sobre el equipo, acaso su mejor tarea durante el papado de treinta y cinco años que ejerció en el fútbol argentino.
Por eso, hay quienes hablan ahora de un estado pre-Menotti en la selección, la necesidad de lo que algunos llaman la refundación. Más de cuatro décadas después, Tapia convoca directamente al autor. Es una jugada que puede leerse en distintas dimensiones. Muestra, en primer lugar, una autonomía en la toma de decisiones. Menotti no es un hombre que elegiría el macrismo. Tampoco Daniel Angelici. A Menotti lo eligió Tapia. Y a la vez le inyecta credibilidad a una institución golpeada. Si un problema de la selección era que ningún entrenador quería sentarse a dialogar para dirigirla, con Menotti el asunto puede ser distinto. Tapia sabe que con Menotti queda blindado. El problema es si sólo lo contrata para eso, como paraguas contra futuros desaciertos. O contra los desaciertos que ya se cometieron.
Todo parece más simbólico que ejecutivo. Es posible. Hay algunos datos que generan escepticismo. La AFA instrumentó distintas medidas sobre la selección que parecieron movimientos descoordinados, a contramano. Confirmó en la selección mayor a Lionel Scaloni, un colaborador de Jorge Sampaoli, despedido después de Rusia. Armó una estructura de juveniles en la que confirmó a Hermes Desio como coordinador, de la que participan Pablo Aimar y Diego Placente, y a la que se sumó Fernando Batista como entrenador de la Sub-20 que en los próximos días jugará el Sudamericano. Nombró, a su vez, a otros colaboradores de Scaloni: Walter Samuel como ayudante y Roberto Ayala como nexo con los dirigentes. Cuando todo ese staff estaba confirmado, llegó la designación de Menotti. En el medio, estableció un máster plan a diez años, 2018-2028, donde prevalece la formación de los futbolistas y la obsesión de volver a poner a la Argentina en la elite mundial. ¿No debió haber sido al revés? ¿Menotti tendrá margen de maniobra de acá en adelante para tomar sus decisiones? ¿Y para trasladar sus ideas a ese plan? ¿O sólo será un hombre de consulta para el equipo ya designado? Hasta la Copa América convivirá con Scaloni. Desde ahí, todo quedará en evaluación. Bajo la evaluación de Menotti.
El otro dato al que apela el escepticismo, el que sostiene que todo esto es un ladrillo más de una serie de papelones, es un asunto generacional, los ochenta años de Menotti, la dificultad para pensar en el largo plazo, y también la distancia en edad con los jugadores, algo que supuestamente debiera quedar resuelto a partir de que hay un puente, el entrenador, por ahora Scaloni, mucho más joven. Insisten en ese campamento que Menotti no dirige desde hace diez años, con una última experiencia en México, y que su último cargo en un equipo de fútbol fue precisamente de mánager, en Indepediente. Pero ninguna experiencia es igual a la anterior. Este lunes en la AFA se apagaron las luces con tranquilidad. La llegada de Menotti generaba un consenso que pocas veces se genera en ese edificio plagado de roscas. En medio de tanto ruido, será una voz para escuchar.