Hablaron de baile. De un equipo sometiendo a otra durante los primeros 40 minutos. La pelota que va de un lado a otro, mientras los rivales la intentan presionar y tirar abajo la construcción. En ese rato, el Manchester City consiguió la gran ventaja -ganó 2-1 el clásico de la ciudad en Old Trafford- porque el belga Kevin De Bruyne y el nigeriano Kelechi Iheanacho metieron los goles, pero también porque Josep Guardiola le ganó la pulseada a José Mourinho, el entrenador del Manchester United, ya que en la Premiar League inglesa volvieron a reeditar los duelos de Barcelona-Inter y Barcelona-Real Madrid. Para esos 40 minutos, Guardiola tuvo la intención de explotar como un mito la afirmación de que el juego inglés tiene que ser todo sobre el tumulto y que los equipos cerebrales parecen. Guardiola hizo extraordinario aquí. Luchó contra la naturaleza de fútbol inglés y ganó, escribió el periodista Oliver Holt en el diario DailyMail.
Hablaron, en Inglaterra y en el mundo, de que ahí, con ese rato de juego, al City le alcanzó para ganar su cuarto partido de cuatro y liderar la Premier con 12 puntos. En la segunda mitad, el United, que ya había acortado la diferencia después de un centro, una salida en falso del chileno Claudio Bravo y una definición pura técnica de Zlatan Ibrahimović, retrasó al City. El camino para el empate, entre desbordes y bolas bombeadas al área, no fue el mejor, pero estuvo cerca. El City caminó por la delgada línea roja. Y quedó circunscripto a los ataques veloces. La victoria y los elogios -el rendimiento del City en los primeros minutos dio la ocasión para un nuevo amanecer en el fútbol doméstico, ya que fue deslumbrante, siguió Holt- fueron para el City. Un partidazo, porque el United de Mourinho puso sus cartas en la mesa, y esos dos equipos predispuestos a atacarse, fueron un gran salto hacia adelante en el fútbol de todo el mundo.