Desde una tribuna del Monumental, Jesús María “Tito” Plaza festeja el título del Torneo Metropolitano: Boca da la vuelta olímpica después de ganarle 2-0 a Unión de Santa Fe en una cancha que es un barrial por la lluvia que no cesa. Es la noche del miércoles 4 de agosto de 1976. Aunque tenga “las espadas detrás”, como dice, Tito Plaza celebra, empapado, y regresa a La Plata. Tiene 28 años. Es abogado. Defiende a presos políticos, a militantes perseguidos. El 24 de marzo hubo un golpe de Estado en la Argentina y la dictadura aterroriza con desapariciones, detenciones, muertes. Su nombre figura en una lista negra. También los de Santiago (Coco) y Juan Domingo (Bocha), sus hermanos. Jesús María “Tito” Plaza se exilia el 28 de agosto en México. A los 19 días, en el mediodía del 16 de septiembre (la noche de ese día se conocerá como “La Noche de los Lápices”), a Juan Domingo, a Bocha -empleado bancario, militante de la Alianza de la Juventud Peronista-, lo secuestran en la cafetería Don Vicente en las calles 7 y 34 en un operativo de militares de civil. Lo torturan, simulan ejecutarlo. Le había regalado a Rodrigo -su sobrino de dos años, hijo de Tito- un muñequito de pañolenci con los colores de Boca para que se entretuviera durante el viaje a México. Bocha Plaza continúa desaparecido.
A 45 años de la Copa Intercontinental que Boca le ganó a Borussia Mönchengladbach en Karlsruhe, Alemania –y después de que Tiempo revelara la presencia de exiliados y el festejo con los dedos en “V” de Heber Mastrángelo-, Jesús María “Tito” Plaza comparte un par de fotos. En una aparece él con su hijo Rodrigo y Rubén “El Chapa” Suñé. En otra, Rodrigo, a upa de Jorge “El Ruso” Ribolzi. Están en un hotel del DF mexicano. El 12 de abril de 1978, Boca perdió 1-0 ante América en el estadio Azteca, en la vuelta de la Copa Interamericana (en la ida, el 28 de marzo, Boca le había ganado 3-0 en la Bombonera, y se definió con un tercer partido en el Azteca, el 14 de abril, 2-1 a favor de América). Rodrigo, que cumplía tres años el 12 de abril, entró como “mascota” de Boca. “En el hotel nos recibió todo el plantel, nos trataron como si fuésemos de la delegación. Retuve las fotos con el Chapa Suñé, que era el capitán, y el Ruso Ribolzi, pero también estuvimos con el Toto Lorenzo, con el que tuvimos una linda charla y nos dio su apoyo. Aprovechábamos para que nos dieran una mano con lo que estaba pasando en la Argentina. Ese era el eje central. Boca siempre fue un bálsamo para mí, y lo sigue siendo, porque me sigue cargando de sensibilidades, de impotencias y de festejos, lo que es Boca”, dice hoy Tito Plaza, quien, a los 75 años, ejerce de periodista y docente abocado a la investigación en la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Plata.
“En ese tiempo, personalidades que llegaban desde Argentina a México, nos acercábamos -continúa el relato Tito Plaza, declarado ciudadano ilustre de La Plata-. Recuerdo un año antes, en el 77, haber ido a la pelea del boxeador argentino (Miguel Ángel) Campanino contra Pipino Cuevas, que lo noqueó en el segundo round. Campanino mandó un saludo a todos los exiliados. Eran tiempos muy difíciles. Pero éramos muchos bosteros dentro de la colonia del exilio. Y los primeros solidarios, más allá de los mexicanos, fueron ex jugadores de fútbol argentinos, una corriente muy grande que había ido a jugar a México. Entre ellos, Miguel Marín, un famoso arquero de Vélez, con el que había salido campeón. Las relaciones eran para conocer México. Incluso también con Ricardo La Volpe”.
Plaza trabajó como jefe de prensa del Municipio de Tlalnepantla de Baz, estado de México. Jugaban a la pelota con los exiliados. Había estrechado una buena relación con el presidente municipal, Cuauhtémoc Sánchez Barrales. “Vení a platicar conmigo, no podés hacerme nada”, lo invitaba Sánchez Barrales, porque confiaba más en ese argentino que en otro mexicano. Política. Tito le contó que con el equipo de exiliados argentinos participaría en un torneo en la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México). “Les doy las camisetas”, le dijo Sánchez Barrales. El equipo se presentó con el nombre de “Boca Juniors”. Pero hubo un error en las camisetas. “Como buenos mexicanos, se olvidaron la ‘s’. Eran azules y, en el frente y en la espalda, el ‘Boca Junior’ grabado. Los muchachos aceptaron todos, aun los de River. Competimos, ganamos y, en la final, nos expulsaron, porque nos agarramos a trompadas con los uruguayos”.
Jesús María “Tito” Plaza, que regresó del exilio junto a su hijo Rodrigo y su mujer Mara en 1984, tras la restauración democrática en la Argentina, dice que su pasión por Boca viene desde siempre. “Es el manto de alegría que tuve toda la vida en aquello que emprendí. Boca, inculcado por mi viejo, es un lugar sagrado. Ahora, en la vejez, me influye más todavía. Es lo que me da emoción, porque uno no se emociona tan simplemente como por otras cosas, permanece frío, inalterable. Con Boca, no. Y menos con este Boca, que me permite hacer un ejercicio de la gran política -explica Tito-. Riquelme es el único que le pudo ganar a la mafia, que le ganó solo, con gente, con votos. Y encima entra en la competencia universal con la FIFA, que pretende un fútbol-negocio desde Havelange y la Coca Cola, que los clubes sean empresas. El Boca de Riquelme le ha puesto de vuelta el club, el barrio, la gente. Ha hecho lo que está haciendo con los pibes de las inferiores, y solo, callado. Es un distinto, tiene una inteligencia que a lo mejor ni él se da cuenta qué es lo que tiene para darle a Boca y, sin locura, al país. Es el outsider de esta política que se cayó a pedazos, como apreciamos en las elecciones. El Boca de Riquelme me devolvió la vida”.
Boca jugará el miércoles próximo la ida de los cuartos de final de la Libertadores ante Racing en la Bombonera. Juan Domingo “Bocha” Plaza, el hermano desaparecido de Tito, era fanático de Racing. Se hizo de la Academia por Mario, tío materno que había admirado al Juan José Pizzuti futbolista campeón, en los 50. Mario también había vivido escondido, como parte de la resistencia peronista tras el golpe de Estado de la “Revolución Libertadora” (la “Fusiladora”). Bocha se encandiló en las charlas con Mario. “Fue un rebelde toda su vida -cuenta Tito-. Mí tío no sólo me lo hizo de Racing, sino peronista. Disfruté mucho con él al equipo de José, porque ver su alegría cuando sale campeón del mundo contra el Celtic en el 67, con el gol de Cárdenas… Es decir, yo a Racing siempre lo llevé en el alma, y ahora, con toda esta nostalgia de no tenerlo, ver que va a jugar con Boca la Libertadores, me conmociona. Pero lo ofendería si no quisiera que le gane Boca. Las cosas en su lugar. Más allá de su martirio, de su desaparición, siempre tuve una relación muy especial con él. Yo era abogado, y él era un hombre comprometido con la lucha. Era el que lo sacaba de la cana”. Santiago (Coco) se había exiliado primero en México. “Ahora andate vos, que tenés mujer e hijo. Yo no me voy”, le dijo Bocha a Tito. Nunca más volvieron a hablar. A Bocha lo entregó otro tío, Antonio Plaza, arzobispo de La Plata y capellán de la Policía Bonaerense del general genocida Ramón Camps. En 1979, en un viaje clandestino a la Argentina, Tito le preguntó a su tío arzobispo dónde estaba el cuerpo de Bocha. Antonio Plaza murió sin confesarlo.
El viernes pasado, después de que Racing le ganara 3-0 a Atlético Nacional en el Estadio Presidente Perón y pasara a los cuartos de final de la Copa Libertadores, Tito le escribió una carta a Bocha: “Hoy, éste turbio negocio futbolero, antes llamado deporte popular, pone las pasiones, como banderas de la subsistencia existencial, en un enfrentamiento entre Boca y Racing. Tus colores y los míos. Tengo la sublime fantasía de ver juntos el partido, en un estadio celestial para 30.000 ausentes, de que gane quién gane, cuando el árbitro dé el pitazo final, juntos nos vayamos a comer una pizza con fainá, brindar con un moscato y gritar, porque te sigo buscando, hermano de mi alma: ‘¡Presente! ¡Ahora y siempre!’”.